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La bestia en la cueva (Primera parte). Howard Phillips Lovecraft. Editorial Juventud (Recomendado: 16-18 años)

7 May

cuentosdemonstruos

Este es uno de los primeros relatos del autor, escrito a los quince años de edad como imitación del género gótico, en el que se iniciaba. Sus cuentos nos hablan de espíritus malignos y mundos oníricos, poblados de bestias y seres extraños, pesadillas, muerte y locura, porque quieren expresar la soledad y la pequeñez del ser humano frente a un universo infinito y hostil.

La horrible suposición que se había ido abriendo camino en mi ánimo poco a poco era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en aquel inmenso y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi vista, por más que la forzara, no lograba encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía albergar la menor esperanza de volver a contemplar ya nunca más la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas del hermoso mundo exterior.

La esperanza se me había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entregada por entero de estudios filosóficos, sentí una cierta satisfacción de estar comportándome sin apasionamiento como lo hacía. Había leído con frecuencia la angustia y la obsesión en que caían las víctimas de situaciones similares a la mía, y sin embargo no experimenté nada de todo eso, es más, logré permanecer tranquilo en cuanto comprendí que estaba perdido.

Y tampoco me hizo perder la compostura un solo instante la idea de que era muy probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que seguramente me buscarían. Si tenía que morir, pensé, aquella caverna tan terrible como majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudieran ofrecerme en cualquier cementerio; así que había en esta reflexión una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.

Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero yo no pensaba acabar así. El único causante de mi desgracia era yo por haberme separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera. Y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me sentí incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.

Mi antorcha comenzaba a extinguirse, pronto me hallaría en la oscuridad más absoluta en las entrañas de la tierra. Y, mientras me encontraba bajo la luz mortecina y evanescente que aún daba, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo final. Recordé los relatos que había escuchado acerca de la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas mismas grutas inmensas con la esperanza de encontrar la salud en el aire sano del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme y en cuya quietud se sentía una apacible sensación, y que, en vez de la salud, habían encontrado una muerte horrible.

Al pasar junto a ellas en el grupo de visitantes, había visto las tristes ruinas de sus viviendas rudimentarias; y me había preguntado qué clase de influencia podía ejercer sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y, mira por dónde, me dije, ahora había llegado la oportunidad de comprobarlo, suponiendo que la necesidad de alimentos no apresuraba mi fallecimiento.

Sin rendirme, y mientras se desvanecían en la oscuridad los últimos destellos espasmódicos de mi antorcha, resolví no dejar piedra sin remover, ni despreciar ningún medio de posible fuga, de modo que, haciendo toda la fuerza que pude con mis pulmones, proferí una serie de fuertes gritos, con la esperanza de que mi berrido atrajese la atención del guía. Sin embargo, mientras gritaba desgañitándome, pensé que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz, aunque sonara amplificada por los muros de aquel negro laberinto que me rodeaba, no alcanzaría a más oídos que a los míos propios.

Y sin embargo, de repente me sobresalté al imaginar –porque seguro que no era más que cosa de mi imaginación- que se escuchaba un suave ruido de pasos que se aproximaban por el rocoso pavimento de la caverna. ¿Y si en realidad estaba a punto de recuperar por fin la libertad? ¿Y si habían sido inútiles todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia en el grupo y habría seguido mi rastro por el laberinto de piedra caliza?

Alentado por tantas halagüeñas dudas como me afloraban en la imaginación, me sentí dispuesto a volver a pedir socorro a gritos para que me encontraran lo antes posible. Pero mi gozo se vio de repente convertido en horror: mi oído, que siempre había sido muy fino y que estaba ahora mucho más agudizado gracias al largo y completo silencio de la caverna, me trajo a la mente la sensación inesperada y angustiosa de que aquellos pasos no eran los de ningún ser humano. De haber sido los pasos del guía, que sé que llevaba botas, hubieran sonado como una serie de golpes agudos y cortantes en la quietud ultraterrena de aquel lugar. En cambio, estos impactos parecían más blandos y cautelosos, como causados por las garras de un felino. Además, al escuchar con más atención, me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas en lugar de dos pies.

Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizá a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Y consideré que tal vez el Todopoderoso hubiera elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que hubiera padecido por hambre. Pero el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mí, y, aunque la posibilidad de escapar del peligro que se aproximaba era inútil y solo conseguiría prolongarme más el sufrimiento, decidí vender mi vida lo más cara posible ante quien me atacara.

Por extraño que parezca, solo podía atribuir al visitante que fuera intenciones hostiles. Así pues, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia o lo que fuera, al no escuchar ningún sonido que le diera la pista de dónde estaba, perdiese el rumbo, lo mismo que me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no, no iba a tener tanta suerte: aquellos extraños pasos avanzaban sin titubear. Era más que evidente que el animal había sentido mi olor, que sin duda podía olfatear a gran distancia en una atmósfera tan poco contaminada de otros aromas como la caverna.

Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores fragmentos de roca que pudiera palpar entre los esparcidos por todas partes en el suelo. Y, tomando uno en cada mano, esperé con resignación la inevitable presencia.

Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. La verdad es que resultaba bastante extraña la conducta de aquella criatura, porque, la mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminara con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, y sin embargo, a ratos, me parecía que solo eran dos patas las que se acercaban. Y me preguntaba cuál sería la especie de animal que venía a enfrentarse conmigo. Debía de tratarse de alguna bestia desafortunada que había pagado cara como yo la curiosidad que la había llevado a investigar una de las entradas de la gruta y le reservaba un confinamiento de por vida en su interior. Seguramente había podido sobrevivir a base de los peces ciegos, los murciélagos y las ratas de la caverna, arrastrados a su interior en cada crecida del Río Verde, que comunica cualquiera sabe por dónde con las aguas subterráneas.

Howard Phillips Lovecraft y otros. Edición y selección de Seve Calleja. Cuentos de monstruos. Editorial Juventud

Mostaza, mi amigo de toda la vida. Elvira Lindo. Editorial Seix Barral (Recomendado: 11-14 años)

25 Sep

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Todos los finales de curso Mostaza canta una canción. Canta mejor que Joselito y que Tutto Pavarotti. Yo, la verdad, es que había hablado con él muy poco; sólo le había escuchado cantar. Mostaza casi nunca habla con los de mi banda. Siempre habla bajito y nada más que con el que se siente a su lado. Hace eso porque la sita dice que es tímido, como casi todos los hombres ilustres de niños. Eso quiere decir que yo nunca seré un hombre ilustre, porque yo no soy tímido. Lo intento; hay veces que me lo propongo por las mañanas. Pienso: “Hoy voy a empezar a ser un tímido, seré un tío callado, interesante, de esos que guardan dos o tres grandes secretos”, pero por más que me pongo, no me sale. En cuanto la sita hace una pregunta, ya estoy yo con la mano levantada me sepa o no me sepa la respuesta. Hablo con todo el mundo, soy un niño sin vida interior.
Pero ahora, en mitad del verano, con Carabanchel desierto, Mostaza es el único niño con el que yo puedo jugar.
-¿Por qué nunca vienes al Parque del Ahorcado con nosotros?
-No me acerco porque tú eres de la panda de Yihad y Yihad se chulea de mí continuamente y vosotros le reís la gracia.
Le tuve que decir que Yihad también se chuleaba de mí y que no era vedad que yo le riera las gracias. Mentía. Seguramente Mostaza tenía razón. Como Yihad siempre se está metiendo conmigo, la verdad es que me alegra que de repente se ponga chulito con otro. Es humano. Y también es horrible. Me puse colorado por dentro, que es una modalidad que yo tengo para que no se note.
-Bueno, ahora que no está Yihad podemos hacer una panda –le dije yo, para romper la tensión ambiental-. Somos tres contando al Imbécil.
-No, somos cuatro.
En su diminuta habitación estaba su hermana pequeña, Melani, que sería de la edad del Imbécil.
-Mola –le dije yo.
Dejamos a los pequeños jugando a los Legos, y Mostaza preparó para nosotros dos supercolacaos y nos hartamos de comer chocopripis. Molaba un pegote su casa diminuta.
-No tienes que hacerle caso al chulo de Yihad –le estaba cogiendo gusto a eso de dar consejos-, mi abuelo dice que llegará un día en que yo le daré capones con la barbilla. Tú lo tendrás más fácil; como serás un cantante famoso, ni el más macarra se podrá meter contigo. A lo mejor Yihad se arrodilla un día y te dice: “Mostaza, Mostaza, perdóname por todo lo que hice y déjame llevarte la guitarra, que estoy en el paro.”
Mostaza se partió de risa con la idea.
-Antes de ser famoso cantando, me voy a hacer dentista.
Nunca se me hubiera ocurrido elegir esa profesión. A mí los dientes de la gente a veces me dan mucho asco; pero Mostaza tenía sus razones:
-Así podré pagarme el aparato que me hace falta y tener dinero para que mi madre se arregle las muelas que tiene picadas.
Mostaza abrió la boca para que le viera los dientes de delante un poco salidos.
-Yo de mayor –le dije- me quitaré las gafas y me pondré unas lentillas azules.
-Mola –dijo Mostaza-. También te puedes hacer oculista, y te arreglas lo de las lentillas.
-Ya, pero es que desde hace un mes quiero ser un actor bastante famoso internacionalmente.
-Bueno, te puedes hacer primero oculista y cuando ya tengas tus lentillas graduadas azules, te buscas trabajo como actor. Es mucho más fácil que te den trabajo como actor internacional si te presentas con los ojos azules que con los marrones que tenemos nosotros, que son unos ojos que no van a ninguna parte.
-Chachi. –Me gusta la idea.
Mostaza tenía soluciones prácticas para todo y no había nada en que no estuviéramos de acuerdo. Me di cuenta de que nos estábamos haciendo amigos de toda la vida. De repente oímos unos gritos estremecedores. Venían de la habitación. Fuimos corriendo. El Imbécil y la hermana de Mostaza se tenían el uno al otro cogidos de los pelos. Los dos estaban rojos y los dos gritaban. Mostaza agarró a su hermana por la espalda y yo al Imbécil. Nos costó mucho separarlos. Por fin pudimos. Cuando al fin lo logramos, cada uno de los dos enanos tenía un manojo de pelos del otro en la mano. Se quedaron mirando con mucho odio y jadeando.
-Al nene le ha hecho mucho daño ésa –dijo el Imbécil, y se echó a llorar en mis brazos.
-Me estaba matando –dijo Melani, y también se echó a llorar en los brazos de su hermano.
Nos costó mucho que volvieran a jugar juntos. Tuvimos que quedarnos a vigilar, porque de vez en cuando se les escapaba un tortazo mortal y volvían a la carga.
-La mía tiene una mano muy larga –dijo entonces Mostaza.
-El mío es muy caprichitos. Es que está muy malcriado –dije yo.
Cuando nos despedimos, les obligamos a que se dieran un beso. Los dos sabíamos que nuestros terribles alumnos tendrían que llevarse bien quisieran o no quisieran porque iban a pasar muchísimas tardes juntos.
Antes de irnos le dije a Mostaza:
-¿Le harás una dentadura nueva a mi abuelo para que no se le descoloque?
-Fijo que sí.
-Mañana en el Ahorcado a las cuatro. Mi abuelo os puede comprar un helado. Como cobra una pensión tan pequeña, se la gasta toda en helados y cosas así.
-Qué Morrazo –dijo Mostaza.
Luego se asomó a la ventana de su piso bajo diminuto para decirnos adiós.
-Tendré que llevarme a la Melani, porque mi madre no vuelve hasta las seis.
-Y yo al Imbécil, porque mi madre no puede vivir sin echarse la siesta.
¿Cómo podía haber estado yo tres años en la misma clase sin haberme hecho amigo íntimo de Mostaza? Seguramente porque Yihad no le había dejado nunca acercarse. Carabanchel sin Yihad molaba muchísimo más. El Orejones era mi mejor amigo, claro, pero no le importaba traicionarme a la primera de cambio. Además, me había dejado solo y tirado todo el verano; ni tan siquiera me había invitado a ir a Carcagente, sabiendo como sabía que mis padres no tenían dinero este verano para llevarnos a ningún sitio de veraneo.
Por mí se podían quedar todos mis amigos por ahí de vacaciones para siempre. Sin moverme de mi barrio me había echado un amigo de toda la vida.

Elvira Lindo. ¡Cómo molo! Ed. Seix Barral

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto
Hoy vamos a ver y a escuchar a dos personas que, sobre todo, son amigos. Buenos amigos. En la primera página tienes a la autora de Manolito Gafotas, Elvira Lindo. En la segunda, tienes a Emilio Urberuaga, el ilustrador que ha dado una imagen, esa que todos tenemos en nuestra mente, de Manolito y de todos los personajes de los libros de Elvira.

Y aquí, el nacimiento de un personaje.

Los personajes en las obras de Manolito Gafotas:

Madre de Manolito. Orejones (Ore) López. Yihad. El abuelo Nicolás Moreno. Manolo García: Es el padre de Manolito, uno de los protagonistas de «Manolito on the road». Susana Bragas-Sucias. Paquito Medina. Jessica la ex-gorda. Arturo Román. Mostaza. Melani. La Luisa. Bernabé. Sita Asunción. Melody Martínez (MM). Señor Solís.

Puedes leer cómo es cada uno, en esta página.

En el texto de hoy, nos encontramos, en las primeras líneas que hemos seleccionado del libro ¡Cómo molo!, una situación escolar especial: es el final de un curso. Momento perfecto para hacer una recopilación del quiénes somos, cómo somos y dónde estamos. Surgen ahora esos amigos que antes ni existían. Hoy, por ejemplo, nos enteramos de quién era Mostaza. Dice Manolito: “¿Cómo podía haber estado yo tres años en la misma clase sin haberme hecho amigo íntimo de Mostaza?”

Este es un maravilloso encuentro para Manolito. Nos permite conocer su intimidad, lo que de verdad siente por la amistad, la importancia que da a la “traición” del amigo Orejones, a quien tanto consideraba. Pero todo se desmoronó. Porque Orejones, que sabía de él mucho más que Mostaza, que hasta le contó que sus padres no tenían dinero, para ir a ningún sitio de veraneo, ni siquiera lo invitó a ir a Carcagente. Pero aquí surge el gran Manolito, ese que es capaz de hacer de la necesidad virtud. ¿Se puede pedir más a un lugar de vida, a ese barrio de Madrid, que es Carabanchel Alto, donde hay de todo y hasta se puede echar uno un amigo de toda la vida?

También en las primeras líneas del texto, Manolito nos dice algo importante: sabe cómo cantan el tenor Pavarotti y el antiguo cantante Joselito, que quizá no conozcas, porque hace muchos, muchísimos años de eso. Quizá su madre o su padre o su abuelo lo conocieran. Y los tuyos. Todos los finales de curso Mostaza canta una canción. Canta mejor que Joselito y que Tutto Pavarotti. Lo que parece que no gusta mucho a Manolo. A ver qué te parecen a ti. ¿Estás de acuerdo con él? De todas formas, dinos cuál te gusta más de los dos y qué cantante crees que era de más calidad?

 Palabra magica

Hoy la palabra mágica es Gafotas. Sí, la palabra que va unida a Manolito, el protagonista de la historia. Pero ¿sabes qué tipo de palabra es Gafotas? De las siguientes definiciones, elige la que tú creas que corresponde a estas dos palabras: Gafotas y Orejones.

1.- Son dos nombres que nos indican el país de donde vienen esos dos personajes.
2.- Gafotas y Orejones son los apellidos de esas dos personas.
3.- Son dos motes. Mote es el sobrenombre que se da a una persona, que lo caracteriza y hace distinto a otros.
4.-Son los sobrenombres que se ponía a los hermanos gemelos, en esa ciudad.
5.- 5)   Son dos personajes de la película Blancanieves y los siete enanitos.

(La respuesta correcta es la 3. Son dos motes.)

Cuentame
Para esta lectura, antes de empezar a contarnos cosas, te vamos a hacer unas preguntas muy importantes, que deberás responder como en los juicios: diciendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

¿Estás dispuesta o dispuesto a contarnos tus cosas muy personales: lo que más te gusta, lo que menos, tus personas más queridas y lo contrario, las menos queridas, los sitios donde más te gusta ir y los que menos, cómo son tu amiga o amigo más queridos? ¿Tienes secretos terribles, que nunca contarás a nadie? ¿Utilizas internet para comunicarte mejor con la gente? ¿Te fías de lo que consigues ver o prefieres otras maneras de informarte? ¿Cuál ha sido el chasco más grande que te has llevado? ¿Y la mayor alegría al saber que esa amiga o ese amigo eran de verdad amigos íntimos, como Manolito y el Orejones? ¿A quién recurrirías si tienes un problema muy importante?

En cualquier caso, gracias por tu colaboración y tu trabajo. Sólo deseamos que seas feliz y que tengas muchísima suerte en eso que tanto te interesa.

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Elvira Lindo

Elvira Lindo nació en Cádiz (España) el 23 de enero de 1962 y se trasladó con su familia a Madrid a los doce años.
Comenzó trabajando como periodista en Radio 3 en 1981 y posteriormente estuvo en la cadena SER y en Radio 1. También ha realizado guiones para TVE y Tele 5. En su paso por la radio participó en programas muy variados, desde informativos hasta programas musicales.
Su personaje literario más importante, “Manolito Gafotas”, cobró vida en la radio a través de guiones escritos e interpretados por la propia autora. Posteriormente pasó a ser literatura escrita y también ha sido llevado al cine.

Nuestro observatorio

Más información sobre la autora en Canal Lector y en su web

Bibliografía

Libros en Canal Lector sobre Elvira Lindo y en su página web