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Los elefantes salvan el becerro. Hilary Ruben. Ed. SM (Recomendado: 11 años)

12 Jun

nubedenoviembre
Una mañana, quizá dos semanas después de su llegada a la colina, Konyek salió a reconocer la ladera por el lado Este. Era más rocosa y había cuevas en las que habitaban muchos murciélagos. Las liebres echaban a correr a su paso y vio huellas de un leopardo. Los rayos solares eran pálidos aquella mañana, y Konyek anduvo lentamente, recibiendo su calor, cerca de un rebaño de gacelas de pelaje suave y rayas negras en los costados. De repente, los dos machos se abalanzaron el uno contra el otro, entrelazando sus cuernos, delicadamente labrados, y luchando ferozmente. Las hembras permanecían cerca mirando, igual que Konyek. Después de un rato, él las espantó; los machos separaron sus cuernos y salieron huyendo, seguidos por las hembras. Entonces Konyek se volvió hacia su refugio.
Cuando llegó a la colina en la que había construido su refugio, oyó ladridos y relinchos frenéticos. Vio un rebaño de cebras corriendo en círculo, que se rompió como un torrente de cuerpos rayados que huían por la ladera. Tras ellas corrían unas hienas y la que marchaba delante tenía ya a su alcance a la última de las cebras. Otras cuatro hienas corrían tras ella a poca distancia, y si la primera consiguiese en un momento dado atrapar la cola de la cebra, las otras la rodearían, la tirarían al suelo y la descuartizarían.
Konyek apenas pensó en las cebras, porque cerca de ellas estaba Nube de Noviembre, su becerro. Por primera vez no se veía por ninguna parte a los elefantes. Echó a correr hacia el becerro. En aquel momento, la cebra más retrasada se volvió rápidamente y mordió a la hiena; ésta con un rugido de dolor, renunció al ataque. Las hienas volvieron su atención hacia el indefenso becerro y, girando en redondo, se dirigieron hacia él.
Konyek vio que el animal permanecía quieto, demasiado aturdido por el terror como para moverse. Él corrió aún más pero, como si se tratase de una pesadilla, tenía la sensación de que nunca llegaba al becerro. Escuchó entonces un fuerte trompeteo y aparecieron los dos elefantes por una curva de la ladera. Agitaban sus cabezas y sacudían con rabia sus grandes orejas al tiempo que arremetieron directamente contra las hienas; éstas estaban ahora tan aterrorizadas como el becerro, y salieron huyendo hasta perderse de vista. Konyek sintió que su cuerpo se debilitaba una vez pasado el momento de tensión.
Los dos elefantes habían salvado la vida a su becerro y se sentía feliz. La elefanta acarició al becerro con su trompa, como si se tratara de su propia cría; nunca le había visto hacerlo antes. A partir de ese día llamó al elefante Yoyo, que en masai quiere decir madre, y al macho, Leng-aina, que en masai significa “el del brazo largo” y, también, “elefante”. Ahora que los dos elefantes tenían nombre, quedaban diferenciados de los demás, y él los consideró sus amigos.

Hilary Ruben. Nube de noviembre.  Ed. SM

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto
El texto que has leído consigue, gracias a la manera de escribir de la autora, situarnos en una escena que podía ser de una película de cine. Es como si acompañáramos a Konyek, el protagonista, y nos fuéramos a ver la gran África, con las gentes y todos esos animales que allí viven.

Para Konyek, lo más importante era su becerro, la cría macho de la vaca hasta que cumple uno o dos años o poco más. Aquí puedes ver a ese animal tan importante para nuestro protagonista.

Pero aprovechemos que estamos en Kenia. Allí viven los Masai.

Veremos animales salvajes como Impalas y Gacela, Cebras, Leopardos, Hienas.

Y aquí tienes a los salvadores del becerro. Elefantes y lo más preciado para ellos: sus crías:

 Palabra magica
Hoy la palabra mágica es Yoyo, que en masai quiere decir madre. No vamos a pensar en la lengua de los masai. Vamos a ver qué tal dominas la tuya, el español. Con un poco de magia y sabiduría, tienes que colocar cada letra en el lugar que le corresponde. Como pista, te diremos que son palabras que aparecen en la lectura.

Luego, consulta el diccionario para ver, primero, si existe esa palabra que tú has formado. Después, cuando hayas ordenado las letras, ¿podrías decir cuál es el significado de cada palabra?

OLEDOPAR            (leopardo)
BERROCE               (becerro)
BRESELI                  (liebres)
LASCEGA                (gacelas)
ENASHI                   (hienas)
BRASCE                  (cebras)
TELEFANE              (elefante)
SOGALEICRUM     (murciélagos)

Cuentame
Atención señoras y señores viajeros. Empieza un viaje a lo desconocido. ¿Has pensado alguna vez ir a un lugar secreto, mágico, misterioso, terrorífico, de esos que dan miedo sólo pensarlo? Aquí tienes una página de ese estilo que te puede interesar.

Ahora te toca a ti. Dinos cómo sería ese lugar al que tendrías que ir con tus mejores amigas o amigos. Esas amistades que nunca te defraudan, que guardan los secretos sin desvelárselos a nadie. Piensa, eso sí, que vuestra visita tiene que ser segura, que no corras ningún peligro. Si acaso piensas que puede suceder algo inesperado, que ponga en peligro vuestra salud o incluso vuestra vida, lo mejor es no ir. O ir acompañados por alguien que garantice vuestra seguridad. Eso sí que es lo fundamental. Lo mejor es que luego nos lo puedas contar. Por eso este apartado se titula cuéntame.

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Hilary Ruben

Nació en Buckinghamshire (Inglaterra). Estudió en varias universidades de Suiza, Italia y USA. Se casó con un zoólogo, cuyo padre fue uno de los primeros pobladores de Kenya, y desde entonces vive en ese país africano. Sus obras han sido traducidas a muchos idiomas.

 

Pippi Calzaslargas. Astrid Lindgren. Editorial Blackie Books (Recomendado: 9-11 años)

29 May

pippi
Tommy y Annika habían anunciado a la profesora que iba a llegar una nueva alumna llamada Pippi Calzaslargas. La profesora había oído hablar de Pippi a la gente del pueblo, y, como era muy amable y simpática, decidió hacer cuanto fuera necesario para que Pippi se sintiera en el colegio como en su propia casa.
Pippi se dejó caer en el primer asiento que encontró libre, sin que nadie la hubiera invitado a sentarse; pero la profesora no hizo caso de sus toscos modales y le dijo cariñosamente:
-Bienvenida a la escuela, Pippi. Deseo que estés a gusto aquí y que aprendas mucho.
-Estoy segura de que aprenderé. Y supongo que tendré vacaciones por Navidad, pues he venido por eso. ¡La justicia ante todo!
-Si quieres darme tu nombre y apellidos, te matricularé –dijo la profesora.
-Me llamo Pippilotta Delicatessa Windowshade Mackrelmint y soy hija del capitán de barco Efraín Calzaslargas, que fue el rey de los mares y hoy es el rey de los caníbales. Pippi es la abreviatura de Pippilota, nombre que, según mi padre, resultaba demasiado largo.
-Tu padre tenía razón –dijo la profesora-. Bien, pues también nosotros te llamaremos Pippi… Ahora conviene que te haga un pequeño examen para ver qué es lo que sabes. Supongo que sabrás bastante, pues ya eres una niña mayor. Empecemos por la aritmética. ¿Puedes decirme cuántos son siete y cinco?
Pippi se quedó sorprendida y contrariada a la vez. Al fin contestó:
-Si tú no lo sabes, no esperes que te lo diga yo.
Todos los alumnos miraron a Pippi con una expresión de horror. La profesora le dijo que en la escuela no se contestaba así, y que a la profesora no se le hablaba de tú, sino de usted.
-Lo siento mucho –se excusó Pippi-. No lo sabía. No lo volveré a hacer.
-Eso espero –dijo la profesora-. Y ahora te diré que siete y cinco son doce.
-¡Ah! –exclamó Pippi-. ¿Con que lo sabías? Entonces, ¿por qué me lo has preguntado? ¡Oh! ¡Qué cabezota soy! ¡Ya he vuelto a tutearla! Perdóneme.
Y Pippi se dio un fuerte pellizco en una oreja.
La profesora decidió no dar ninguna importancia a la cosa.
-Ahora dime: ¿cuántos te parece que son ocho y cuatro?
-Pues… alrededor de sesenta y siete.
-No –rectificó la profesora-; ocho y cuatro son doce.
-¡Eh, eh, buena mujer! ¡Esto ya es demasiado! Usted misma ha dicho hace un momento que doce eran siete y cinco, y no ocho y cuatro. Hay que tener un poco de formalidad, y más aún en la escuela. Si sabes tanto de esas cosas, ¿por qué no te vas a un rincón a contar y nos dejas tranquilos a nosotros, para que podamos jugar al escondite? ¡Oh, perdone! ¡Otra vez la he tuteado!
Pippi estaba sinceramente consternada. Continuó:
-Le suplico que me vuelva a perdonar. Ya verá como es la última vez.
La profesora le dijo que la perdonaba; pero juzgó que no era conveniente seguir enseñando aritmética a Pippi y empezó a preguntar a los demás niños.
-Tommy, a ver si contestas a esta pregunta: si Lisa tiene siete manzanas y Axel nueve, ¿cuántas manzanas tendrán entre los dos?
-¡Anda, Tommy, contesta! –intervino Pippi-. Y, al mismo tiempo, responde a esta otra pregunta: si a Lisa le duele el estómago una vez y a Axel le duele varias veces, ¿quién es el culpable y de dónde han cogido las manzanas?
La profesora fingió no haberla oído y se volvió hacia Annika.
-Y ahora, Annika, este problema para ti: Gustavo fue de excursión con todos los alumnos de su colegio; al salir tenía once monedas de diez céntimos, y al regresar, siete. ¿Cuántas monedas había gastado?
-También a mí me gustaría saberlo –dijo Pippi-. Además, quisiera saber por qué era tan despilfarrador, y si se había lavado las orejas por detrás antes de salir de casa.
La profesora decidió dar por terminada la clase de aritmética. Se dijo que a Pippi quizá le interesaría más aprender a leer. Y sacó un cuadro en el que veía una islita preciosa, de color verde y rodeada de un mar azul. Suspendida sobre la isla había una “i”.
-¡Qué cosa tan rara! –exclamó Pippi-. Esa letra es una rayita sobre la que ha soltado algo una mosca. Me gustaría saber qué tienen que ver las islas con lo que sueltan las moscas.
La profesora sacó otro cuadro que representaba una serpiente enroscada. Explicó a Pippi que la letra que había sobre la serpiente era la “s”.
-¡A propósito! –exclamó Pippi-. Nunca podré olvidar una lucha que sostuve con una serpiente gigante en la India. ¿De modo que esa letra es la “s”? ¡Qué interesante!
La profesora que ya empezaba a considerarla como una niña escandalosa y molesta, decidió dedicar un rato al dibujo. Pippi estaría sentada y quieta mientras dibujaba. Creyéndolo así, la profesora repartió hojas de papel y lápices entre los alumnos.
-Podéis dibujar lo que queráis –les dijo.
Y sentándose a su mesa, empezó a corregir cuadernos. Un momento después levantó la cabeza para echar una ojeada a los alumnos. Todos, desde sus asientos, miraban a Pippi, que estaba echada sobre el pupitre y dibujaba con gran alegría.
-¡Pero, Pippi! –exclamó la profesora, empezando a perder la paciencia-. ¿Por qué no dibujas en el papel?
-Hace tiempo que no dibujo en papeles. No hay espacio para mi caballo en esa mísera hoja. Ahora estoy dibujando las patas delanteras; cuando dibuje la cola seguramente llegaré al pasillo.
La profesora reflexionó un momento, visiblemente preocupada.
-¿Preferiríais cantar? –preguntó.
Todos los niños se pusieron en pie ante sus pupitres; todos menos Pippi, que seguía echada sobre el suyo.
-Ya podéis empezar a cantar –dijo la niña-. Yo voy a descansar un poco. El exceso de estudio puede acabar con la salud de la persona más robusta.
La paciencia de la profesora llegó con esto a su fin, y envió a los niños al patio; a Pippi le dijo que no saliera, que quería hablar con ella.
Cuando en la sala quedaron únicamente la profesora y Pippi, esta se puso en pie y se acercó a la mesa.
-¿Sabes… -empezó a decir, pero enseguida rectificó-, sabe usted que he pasado un buen rato viendo todo esto? Pero me parece que no volveré, a pesar de las vacaciones de Navidad. Hay demasiadas manzanas, islas y serpientes y todas esas cosas. La cabeza me da vueltas. No está disgustada conmigo, ¿verdad?
Pero la profesora dijo que sí estaba disgustada; que Pippi no quería portarse bien, y que a ninguna niña que se portase tan mal como ella se le permitiría entrar en la escuela, por mucho que lo deseara.
-¿Me he portado mal? –dijo Pippi, extrañada-. Pues no me he dado cuenta –añadió tristemente.
Nadie podía ponerse tan trágico como se ponía Pippi cuando tenía algún pesar. Permaneció en silencio unos instantes y luego dijo con voz trémula:
-Comprenda usted que cuando una tiene por madre un ángel y por padre un rey de caníbales, y se ha pasado la vida navegando, no puede saber cómo debe portarse en el colegio, entre tantas manzanas y serpientes.
La profesora le contestó entonces que lo comprendía muy bien, que ya no estaba disgustada con ella y que quizá le permitiría volver a la escuela cuando fuese mayor. Y Pippi exclamó radiante de alegría:
-¡Es usted la mar de simpática! ¡Mire lo que le traigo!
Pippi sacó del bolsillo una cadena de oro fino y la depositó en la mesa. La profesora dijo que no podía aceptar un regalo tan valioso, pero Pippi la amenazó:
-Tiene usted que aceptarlo. Si no, volveré mañana, y ya verá la que armo.
Dicho esto, salió al patio corriendo y montó de un salto en su caballo.

Astrid Lindgren. Pippi Calzaslargas. Todas las historias. Editorial Blackie Books

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Quienes hemos estado, durante años, dando clase a un mismo curso escolar, sabemos lo que significa la llegada de alguien nuevo. De una u otra manera, docentes, compañeras y compañeros se hacen un perfil especial de quien llega. Todo el mundo en el centro sabe cómo es, de dónde viene, cómo son sus padres, incluso dónde vive, qué aptitudes tiene para el deporte, para la relación, sus gustos y preferencias, con quién se relaciona y todo eso que Tommy y Annika anunciaron a la profesora de la alumna que iba a llegar: Pippi Calzaslargas. Y cuando se lean estas líneas, puede que haga ya unos meses que eso pasó. Esto significará que, en otros pocos, empezará un nuevo curso y volverán a aparecer, con personajes diferentes, las situaciones habituales. Es un tren, con distintos viajeros, que recorrerá las estaciones de la ilusión, de la innovación de la relación, de la vida, al fin y al cabo.

Palabra magica
La palabra mágica hoy es tutear. Pippi tuvo muchos problemas el primer día, porque ella estaba acostumbrada a tratar a la gente de . Eso es tutear. Pero en el caso de personas que conocemos menos y tenemos que dirigirnos a ellas, por respeto utilizamos usted. En el texto que has leído, a la profesora no se le hablaba de tú, sino de usted. Eso son normas, reglas, obligaciones que hay en diferentes lugares. De los siguientes casos, di cuándo utilizas el tú y cuándo el usted.

Te encuentras, en la escalera, a una amiga que vive en el primer piso:

La trato de usted                                 La trato de tú

Te encuentras, por la calle, a un señor. Es compañero de tu madre:

Lo trato de usted                                 Lo trato de tú

Vas al médico, para explicarle que te duele el estómago:

Lo trato de usted                                 Lo trato de tú

Ves a un agente de policía y le preguntas dónde está una calle:

Lo trato de usted                                 Lo trato de tú

Si hacemos clic en el dibujo que hay arriba, a la derecha, encontraremos una amplísima relación de lo que los expertos llaman Actos de palabra o Actos de habla.

Sólo a título informativo para la mediadora o el mediador, según Austin (filósofo británico que falleció en 1960), al producir un acto de habla, se activan simultáneamente tres dimensiones:
Acto fónico (emitimos sonidos)
Acto fático (emitimos palabras con una secuencia gramatical determinada)
Acto rético o del significado (emitimos las secuencias gramaticales con un sentido determinado).

Cuentame
¿Ha llegado alguien nuevo, últimamente, a tu clase? ¿Compañeras, compañeros, profesoras, profesores?    ¿Qué le ha parecido la clase a la nueva o al nuevo? ¿Has hecho ya amistad? ¿Hay alguien que se parezca a Pippi Calzaslargas? Fíjate, sobre todo, en su pelo, con ese precioso color de zanahoria.

Y por si no conoces a este personaje, aquí tienes algunos fragmentos de la película que, hace bastantes años, tuvo un éxito enorme. En el mundo entero, casi no había niñas o niños que se perdieran las cosas que hacía Pippi. Era muy, muy divertida.

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Astrid Lindgren

Nació en Vimmerby, el 14 de noviembre de 1907 y murió en Estocolmo el 28 de enero de 2002 (Suecia).
Hija de campesinos, tuvo una infancia feliz. Le gustaba bailar la danza popular y le volvía loca el jazz. Trabajó en una oficina.  Relataba cuentos de Pippi a su hijo, después los escribió y los mandó a una editorial, esta los rechazó al principio pero los publicó años más tarde.
Fue una defensora de los animales. Escribió más de 100 obras pero la que le dio la fama fue la de Pippi Calzaslargas.
En 1958 recibió el premio Hans Christian Andersen.

 

Nuestro observatorio

Se pueden consultar más datos biográficos sobre la autora en varias páginas dedicadas a Astrid Lindgren.

Bibliografía 

Ofrecemos, a continuación, una selección de libros de la autora tomada de Canal Lector.

 

El muro. Gerald Durrell. Editorial Alianza

19 Dic

mifamilia
Un día encontré sobre el muro una obesa (1) hembra de escorpión, vestida con lo que a primera vista parecía un abrigo de piel color crema. Examinada con atención, la extraña vestimenta resultó estar formada por una masa de bebés diminutos agarrados al dorso de su madre. Embelesado (2) ante aquella familia, decidí llevarla a casa de tapadillo para conservarlos en mi cuarto y verlos crecer. Con infinito esmero (3) pasé madre y prole al interior de una caja de fósforos y corrí a la villa. Fue una desdichada coincidencia que en el momento de traspasar yo el umbral se sirviera el almuerzo; por lo cual coloqué con cuidado la caja sobre la repisa del cuarto de estar, para que los escorpiones tuvieran aire en abundancia, y luego me reuní en el comedor con los demás. Jugueteando con la comida, alimentando a Roger subrepticiamente (4) por debajo de la mesa y escuchando las discusiones familiares me olvidé por completo de la emocionante captura del día. Por fin Larry, acabado el almuerzo, fue al cuarto de estar por tabaco, y reclinándose de nuevo en su silla se llevó un cigarrillo a sus labios y echó mano a la caja de fósforos que había traído consigo. Inconsciente de la catástrofe que se venía sobre mí, yo le observaba con interés mientras, charlando aún por los codos, abrió la caja.
Hasta el día de hoy sigo en mis trece de que la hembra de escorpión no llevaba malas intenciones. Lo que pasa es que estaba agitada y un poco molesta por el largo encierro, y aprovechó la primera oportunidad para escapar. En una fracción de segundo se irguió sobre la caja, con los bebés aferrándose desesperadamente, y trepó al dorso de la mano de Larry. Allí, no muy segura de qué partido tomar, se detuvo con el aguijón curvado en estado de alerta. Larry, sintiendo el roce de sus garras, bajó la vista a ver qué era, y a partir de ese instante los acontecimientos se sucedieron de manera cada vez más confusa. 
Larry exhaló (5) un rugido de pavor que hizo que Lugaretzia dejara caer un plato y que Roger saliera como un rayo de debajo de la mesa, ladrando ferozmente. De un manotazo envió al desdichado animal de cabeza a la mesa, donde aterrizó entre Margo y Leslie, esparciendo bebés cual confeti al estrellarse contra el mantel. Ciega de ira ante semejante trato, la criatura se lanzó hacia Leslie, con el aguijón temblando de furia. Leslie se puso en pie de un salto, volcó la silla y empezó a descargar servilletazos a diestro y siniestro, uno de los cuales mandó al escorpión rodando por el mantel en dirección a Margo, quien prestamente (6) dio un alarido que cualquier locomotora se habría sentido orgullosa de producir. Mamá, completamente aturdida por tan repentino e instantáneo paso de la paz al caos, se puso las gafas y oteó buscando la causa del bochinche, y en ese momento Margo, en un esfuerzo vano por detener el avance del escorpión, le arrojó un vaso de agua. La ducha erró (7) su objetivo totalmente, pero empapó con éxito a Mamá, que siendo incapaz de aguantar el agua fría se quedó al punto sin respiración, boqueando (8) inmóvil al otro extremo de la mesa, sin poder protestar siquiera. Para entonces el escorpión había caído al suelo bajo el plato de Leslie, en tanto que sus bebés pululaban desatados por la mesa. Roger, alucinado por el pánico pero resuelto a cumplir con su deber, corría dando vueltas y vueltas a su habitación, ladrando histérico.
          -¡Otra vez ese maldito niño… -vociferó Larry.
          -¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Que vienen! –chillaba Margo.
          -Lo único que necesitamos es un libro –rugía Leslie-; no perdáis la calma, pegadles con un libro.
          -¿Qué demonios os pasa a todos? –seguía implorando Mamá, secándose las gafas.
          -Es ese maldito niño… un día nos va a matar… Fíjate cómo está por debajo de la mesa… hasta la rodilla de escorpiones…
          -Deprisa… deprisa… haz algo… ¡Cuidado, cuidado!
          -Deja de aullar y trae un libro, por lo que más quieras… Eres peor que el perro… ¡Cállate, Roger!
          -Por un milagro de Dios no me ha mordido…
          -Cuidado… ahí hay otro… de prisa, de prisa…
          -Oh, cállate y tráeme un libro o algo…
          -Pero ¿cómo llegaron ahí esos escorpiones, hijo?
          -Ese maldito niño… No hay en toda la casa una caja de fósforos que no sea una trampa mortal…
          -Ay, que me tira… de prisa, haz algo…
          -Dale con el cuchillo… el cuchillo… Venga, dale…
Como nadie se había molestado en explicarle el asunto, Roger sacó la errónea impresión de que la familia estaba siendo atacada, y de que era su deber defenderla. Dado que lo único extraño allí presente era Lugaretzia, lógicamente era ella la responsable, y en consecuencia le mordió en un tobillo. Lo cual no arregló mucho las cosas.
Cuando por fin se pudo restablecer un poco de orden, todos los escorpiones se habían refugiado ya bajo diversos platos y cubiertos. Tras ardientes apologías por mi parte, fecundadas por Mamá, se desestimó la sugerencia de Larry de asesinar a todo el rebaño. Mientras la familia, todavía trémula (9) de ira y espanto, se retiraba al cuarto de estar, yo estuve media hora recolectando los bebés con ayuda de una cucharilla y reintegrándolos al lomo de su madre. Luego los saqué al jardín con un plato y los deposité en el muro con gran pesar. Roger y yo nos fuimos a pasar la tarde al monte, pues me pareció más prudente dejar que la familia durmiese la siesta antes de volver a verme.

(1)  Obesa: muy gorda
(2)  Embelesado: cautivado, asombrado
(3)  Esmero: cuidado
(4)  Subrepticiamente: de manera oculta, a escondidas
(5)  Exhaló: emitió, dio
(6)  Prestamente: de forma rápida
(7)  Erró: equivocó
(8)  Boqueando: abriendo la boca
(9)  Apologías: discurso en favor de algo o alguien
(10) Trémula: temblorosa

Gerald Durrell. Mi familia y otros animales.  Ed. Alianza

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto
Aunque sea con un naturalista que sabía tanto como Gerald Durrell, el texto nos habla de un animal peligroso. ¡Muy peligroso! Esto es algo en lo que insisten los que saben mucho: cuidado con determinados animales, si no conocemos bien cómo son y lo que nos pueden hacer. Y uno de ellos es, precisamente, ¡el escorpión!

Te puedes imaginar lo que sucedió en aquella casa, cuando Larry echó mano a la caja de fósforos, donde estaba el escorpión con su prole al hombro. Margo, Leslie, Roger, Lugaretzia y, por supuesto, Mamá, que no hacía más que preguntar qué les pasaba a todos. Se montó un cisco tremendo, ante la aparición de tan terrorífico animal allí, en el comedor, con tanta gente. Un verdadero caos.

 Palabra magica
Hoy la palabra mágica es caos.
En el texto de Durrell, encontramos lo siguiente:
“Mamá, completamente aturdida por tan repentino e instantáneo paso de la paz al caos, se puso las gafas y oteó buscando la causa del bochinche, y en ese momento Margo, en un esfuerzo vano por detener el avance del escorpión, le arrojó un vaso de agua”.

Pues bien. Ya hemos hablado de algunos animales muy peligrosos, como el escorpión, la araña y otros. También hemos dicho el cuidado que hay que tener con ellos.
De las palabras siguientes, elige las que también podría haber utilizado el autor, porque son sinónimas de caos. Tienen el mismo o parecido significado. Ten en cuenta que, algo como el caos es lo que se va a producir cuando, después de la siguiente actividad, consigas crear la araña más espantosa y terrible que se ha podido ver.

Barullo     Escándalo     Desorden     Alegría     Desbarajuste

Y ahora, es tu turno. Ten cuidado cuando la enseñes, después de construirla, porque el caos que se producirá será espantoso. Suerte y que no tengas que llamar a una ambulancia, por los desmayos.

Cuentame
¿Has leído algún otro libro de Gerald Durrell? Si te ha gustado este texto, te recomendamos: La excursión y La selva borracha

Pero lo más probable es que hayas leído algún otro libro o visitado alguna página que te haya gustado, sobre animales, lugares donde viven, costumbres que tienen, relación con los humanos, etc. Es ahora el momento de convertirte en alumna o alumno predilecto de quienes siguen al gran naturalista que fue Durrell. A lo mejor no tienes posibilidad de visitar el zoológico que creó pero seguro que nos puedes contar cuál has visitado y cuál te ha gustado más. ¿Qué animales te resultaron los más interesantes? ¿Cuáles te parecieron muy difíciles de cuidar? ¿Había animales peligrosos a los que tenías que ver de lejos? ¿Desde dónde habían traído animales a ese zoológico que viste?

 Autor

Gerald Durrell

Durrell nació en Jamshedpur (India) el 7 de enero de 1925 y murió el 3 de enero de 1995.  De su vida en el país natal, Durrell recuerda principalmente su primera visita a un zoo, a la que atribuye su posterior pasión por los animales. La familia se trasladó a Inglaterra y después marchó a la isla de Corfú. En esa época Durrell no asistió a la escuela, sino que recibió sus enseñanzas de varios amigos de la familia y tutores privados. La familiaregresa a Londres en 1939 porque se produce la segunda guerra mundial. Trabajó como ayudante en un acuario y en una tienda de mascotas. Después de la guerra entró como becario en un zoo.
Comenzó a organizar expediciones para la captura de animales, con destino a zoológicos, museos e instituciones dedicadas a la protección de las especies salvajes.  Fue su hermano mayor, Lawrence, el que le animó a escribir las experiencias con los animales y publicó un montón de libros. Su estilo es ameno, anecdótico. Fundó un zoológico y colaboró en programas de televisión.

Nuestro observatorio

Se pueden consultar más datos biográficos sobre Durrell en varias páginas dedicadas al autor.

Bibliografía 

Ofrecemos, a continuación, una selección de libros del autor tomada de Canal Lector.

Vuelve pronto. Alberto Manzi. Editorial Noguer

24 Oct

orzowei

Durante muchos días, el pequeño claro fue la meta de sus paseos.
Y en aquel lugar fue donde se consolidó entre los dos muchachos de educación distinta y de distintas costumbres, la amistad. E Isa comenzó a comprender a los blancos precisamente gracias a Filips, mientras Filips aprendió a no despreciar a los hombres de la selva.
-Me gustaría poderte seguir por la selva y recorrer contigo todos los senderos –dijo un día Filips.
-El gran árbol –contestó Isa, usando el lenguaje figurado de los “bushmen”- está siempre en el mismo lugar. A pesar de ello, lo conoce todo y ayuda a vivir a muchos animales; ni el viento ni el huracán pueden derribarlo.
-No te comprendo, Isa.
-Mira, en el poblado de Amaora, mi poblado, había un viejo Ring-kop que ya no podía cazar. Le pasaba lo que a ti. Las lanzas de los enemigos le habían dejado así. Sin embargo, su arco seguía hablando y el cervatillo caía. Tú puedes ser realmente un gran guerrero.
-¿Lo crees así?
-Sí.
-Entonces lo seré.
Eran aquellos unos días felices.
A Isa ya no le llamaban para trabajar y nadie le atormentaba. Le dejaban en libertad para ir, cuando quisiera, con Filips.
Habían transcurrido así unos veinte días, cuando Filips notó un cambio en la actitud de su compañero. En cuanto llegaban al claro, Isa le daba su arco y se sentaba, absorto, junto a él. Ya no le gritaba cuando fallaba un tiro, ni se ponía contento cuando daba en el blanco.
Estaba allí, indiferente.
Filips le miraba sin atreverse a hablarle.
-Isa –le preguntó una mañana-, ¿no te gusta venir conmigo?
-¿Quién dice eso?
-Tus ojos lo dicen.
-Mis ojos no dicen lo que siente mi corazón.
-Entonces, ¿qué es lo que sucede?
-No lo sé.
-Yo sí.
-Dímelo.
-Tus ojos miran siempre a lo lejos.
-¿Y con eso?
-Quieres volver a la selva.
-Quizás.
-Entonces ¿a qué esperas?
-No quiero dejarte.
-Volverás, ¿no?
-No lo sé.
-Yo no quisiera echarte –dijo Filips, bajando los ojos-. Quisiera que estuvieras siempre conmigo.
-Yo no me voy.
-Ya te has marchado. Ya estás solo.
-Eso no es cierto.
-Sí, Isa. Estás conmigo, pero ya no te ríes conmigo, ya no juegas conmigo, ya no me dices gritando que soy una mujer cuando fallo el disparo con el arco. Por esto ya no estás conmigo.
-No quería hacerte daño.
-Así es que –siguió diciendo Filips sin darse cuenta de la interrupción- es mejor que te vayas donde quieres ir. Pero…
Se inclinó hacia el compañero y le susurró al oído:
-…pero tenemos que jurar que siempre seremos amigos. Volverás a verme de vez en cuando y así hablaremos y jugaremos juntos.
-¿Qué es un juramento? –preguntó Isa.
-Cuando alguien jura y luego no cumple lo que ha jurado, se muere.
-Entonces es dar una palabra. Una promesa que se hace a los espíritus buenos.
-Sí. Dame la mano.
Isa se la tendió. Filips, apretándola con fuerza, dijo:
-Isa es mi gran amigo. Lo juro por el cielo. No lo abandonaré jamás, ni siquiera cuando me case. Bien, ahora te toca a ti.
-¿Qué tengo que decir? ¿Repetir tus palabras?
-No. Tienen que ser palabras tuyas.
-Bien. –Isa estrechó la mano del compañero y murmuró lentamente:
-El río se secará y la selva se convertirá en un desierto antes de que Isa olvide. Por mis venas corre tu sangre y Filips es mi hermano. Pao ha dicho que basta con decirlo al Gran Padre, Y cuando Pao dice que el río se secará y la selva se convertirá en un desierto antes de que él olvide, puedes estar tranquilo, porque no lo olvidará.
-Si lo ha dicho Pao está bien. Ahora llévame a casa; luego te podrás marchar.
-Volveré con Pao y tú espérame.
-Sí, pero vuelve pronto.

Alberto Manzi. Orzowei.  Ed. Noguer

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Orzowei es una historia de aventuras en la selva, donde leemos los valores de la amistad y de la generosidad. Los jefes-padres de Orzowei le transmiten una manera de pensar en la vida: Para conquistar la sabiduría se necesita mucho, mucho más tiempo que para aprender a manejar el arco.

Pao, el gran jefe de los pigmeos será, según transcurre el libro, el mejor consejero de Orzowei. La fuerza y la sabiduría, le dijo, «no se adquieren en un momento. Cuando aprendías a disparar el arco, tardaste mucho tiempo antes de dar en el blanco con la primera flecha.»

Nuestro texto de hoy nos traslada a África. Donde están Orzowei e Isa. Vamos a ver un poco los paisajes de esa África donde un niño blanco, abandonado, es criado por un gran guerrero y su esposa.

No le fue fácil a Orzowei (que significa “el encontrado”) vivir con sus nuevas familias. Tanto, que otra vez se tuvo que ir. Y nuevamente, una tribu de bosquimanos en la selva, lo adopta.

Veamos ahora un fragmento de aquella película que tanto apasionó a chicos y chicas de hace unos cuantos años.

Y ahora puedes ver unas cuantas imágenes, que te ambientarán en ese continente, África, domde se sitúa la historia de este gran libro, que te aconsejamos que leas.

Palabra magica

Hoy la palabra mágica es amigo. No era fácil la relación entre Isa (Orzowei) y Filips. Aun así, empezó la “historia de una gran amistad”. No eran iguales, no. Les separaba el color, la manera de pensar, la forma de vivir, sus gustos, pero tenían algo que los unía. Juraron y prometieron que se volverían a ver. Pasara lo que pasara, siempre estarían juntos, porque eso es la auténtica amistad.

          Como seguro que te interesa el tema, aquí tienes unos libros que hablan de ella, desde distintas maneras de pensar y tratar ese importante asunto en nuestras vidas: la amistad.

Cambio de amigos. Pedro Sorela. Editorial Alfaguara
Días de sorpresa. Mirjam Pressler. Editorial SM
El campamento de los líos. Pasqual Alapont. Editorial Algar

Cuentame

Ha llegado ahora tu momento. ¡Cuántas veces habrás pensado en esa amiga a la que tanto quieres o ese amigo, con quien irías al fin del mundo! ¿Has sentido, como Orzowei, la verdadera amistad?  Dinos, si te apetece, cómo se llama o se llaman esos amigos de verdad. Sólo unas preguntas, para que nos pongas un poco al día: ¿de dónde es? ¿Dónde os conocisteis? ¿Llegó un día en que decidisteis ser amigos o amigas o la amistad surgió porque sí, sin siquiera hablarlo? Imaginamos, esto para que te rías un rato, que vuestro próximo viaje de amigos es a la selva. ¿Habéis elegido ya el lugar? ¿Has encontrado imágenes o películas donde dices: “yo quiero estar allí”? Lo que sí te recomendamos es que algo de cuidado hay que tener, porque estos animalitos están por allí. Maravillosos, libres. Pero no les pongas nerviosos, por si acaso.

Nos ha encantado estar contigo. Ya eres casi como Isa. Te diremos lo mismo que Filips. Ahora tienen que ser palabras tuyas. No te conocemos, pero ya te queremos. Sólo te pedimos una cosa: ¡vuelve pronto!

Autor

Alberto Manzi   

El autor del texto de Orzowei nació en Roma (Italia), el 3 de noviembre de 1924 y murió el 4 de diciembre de 1997, en  Pitigliano (Italia).
Estudio tres carreras universitarias: biología, pedagogía y filosofía.

Fue profesor, escritor y presentador de televisión, donde realizó un programa durante varios años para luchar contra el analfabetismo. El programa televisivo retransmitía lecciones de la vida real en un aula de escuela primaria, con conceptos revolucionarios en los métodos didácticos en esos momentos (Manzi rompía los guiones que le eran entregados e improvisaba las lecciones).

Manzi se dedicó a la enseñanza escolar de forma completa, labor que intercaló con algunas campañas de alfabetización realizadas en el extranjero.

Nuestro observatorio

Más datos biográficos sobre Alberto Manzi en Wikipedia y entrevista al autor (en italiano).

Caperucita en Manhattan. Carmen Martín Gaite. Editorial Siruela

3 Oct

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Un veterano comisario del distrito de Harlem, fascinado por la valentía de miss Lunatic, sus múltiples contactos con gente del hampa y su talento para testificar en los casos difíciles, la mandó llamar una tarde de invierno para proponerle un trato. Se le asignaría una suma bastante importante de dinero, si se prestaba a colaborar como confidente de la Policía. Ella se indignó. Informar a las autoridades de que había un fuego, se había caído el alero de un tejado o se necesitaba urgentemente una ambulancia era algo muy diferente a convertirse en acusica. Ni que estuviera loca. Y en cuanto al dinero, muchas gracias, pero no la tentaba.
-¿Para qué necesito yo el dinero, mister O’Connor? –preguntó-. ¿Me lo quiere usted decir?
Tenía las manos cruzadas sobre la mesa, y el comisario se fijó en aquellos dedos deformados por el reúma y enrojecidos por el frío.
-Para asegurarse la vejez –dijo.
Miss Lunatic se echó a reír.
-Perdone, señor, pero llegué a Manhattan en 1885 –dijo-. ¿No le parece que he dado pruebas suficientes de asegurarme yo sola la vejez?
El comisario O’Connor la contempló con curiosidad desde el otro lado de la mesa.
-¿En 1885? ¿El mismo año que trajeron aquí la estatua de la Libertad? –preguntó.
En los labios de miss Lunatic se dibujó una sonrisa de nostalgia.
-Exactamente, señor. Pero le ruego que no someta a ningun interrogatorio.
-Solamente contésteme a una cosa –dijo él-. He oído decir que no tiene usted ingresos conocidos. Y que tampoco pide limosna.
-Es verdad, ¿y qué?
-Tranquilícese, le aseguro que no se trata de una investigación policiaca. Sólo pretendo ayudarla. ¿Es que no le interesa el dinero?
-No; porque se ha convertido en meta y nos impide disfrutar del camino por donde vamos andando. Además ni siquiera es bonito, como antes, cuando se gozaba de su tacto como del de una joya.
El comisario observó que, mientras miss Lunatic decía aquellas palabras acariciaba unas monedas muy raras que había sacado de una bolsita de terciopelo verde, y jugueteaba con ellas. No eran de gran tamaño, despedían un fulgor verdoso, y parecían muy antiguas. Estuvo a punto de preguntarle de dónde procedían, porque nunca las había visto de este tipo, pero se contuvo por miedo a ganarse su desconfianza. Prefería seguir oyéndola hablar de lo que fuera. Hubo una pausa y ella volvió a guardar las monedas en la bolsa.
-Ahora ya no –continuó tras un suspiro-. Ahora el dinero son viles papeluchos arrugados. Yo cuando tengo alguno, estoy deseando soltarlo.
-Todos los papeluchos que usted quiera –interrumpió el comisario-, pero hacen falta para vivir.
-Eso suele decirse, sí. Para vivir… Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald… Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar… y vivir es reírse… He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir. Precisamente ayer, paseando por Central Park más o menos a estas horas, me encontré con un hombre inmensamente rico que vive por allí cerca y entablamos conversación. Pues bueno, está desesperado y no sabe por qué. No le saca partido a nada ni le encuentra aliciente a la vida. Y claro, se obsesiona por tonterías. Al cabo de un rato, parecía yo la millonaria y él el mendigo. Nos hicimos muy amigos. Dice que él no tiene ninguno. Bueno, uno, pero que se está hartando de él.
-¡Qué historia tan interesante! dijo el señor O´Connor.
-Sí, es una pena que no tenga tiempo para contársela con detalle. Pero he quedado en ir dentro de un rato a su casa a leerle la mano. Aunque no sé si servirá de mucho, ya se lo advertí ayer, porque yo el porvenir no lo leo cerrado, sino abierto.
-¿Qué quiere decir eso?
-Que no doy soluciones, me limito a señalar caminos que cruzan y a dejar a la gente en libertad para que elija el que quiera. Y míster Woolf está ansioso de soluciones, me temo que necesita que le manden. Tal vez porque está harto de hacerse obedecer. Edgard Woolf se llama. Gana el dinero a espuertas. Tiene un negocio muy acreditado de pastelería.
El comisario la miró con los ojos redondos por la sorpresa.
-¿Edgard Woolf? ¿El rey de las Tartas? ¿Va a ir usted a casa de Edgard Woolf? Vive en uno de los apartamentos más lujosos de Manhattan, ¿lo sabía? Pero tiene fama de ser inaccesible, de no recibir a nadie.
-Pues ya ve, será que le he caído bien. A ver si se cree usted que sólo me trato con desheredados de la fortuna. Aunque ahora que lo pienso –rectificó luego- también míster Woolf es un desheredado de la fortuna. Para mí la única fortuna, ya le digo, es la de saber vivir, la de ser libre. Y el dinero no libera, querido comisario. Mire usted alrededor, lea los periódicos. Piense en todos los crímenes y guerras y mentiras que acarrea el dinero. Libertad y dinero son conceptos opuestos. Como lo son también libertad y miedo. Pero, en fin, le estoy robando tiempo. No he venido para echarle un discurso, y en cuanto a su propuesta, ya la he contestado con creces, ¿no le parece a usted? Conque olvídeme, si puede.
El comisario O´Connor la miraba entre pensativo y perplejo.
-Así que usted no tiene dinero ni miedo… -dijo.
-Yo no. ¿Y usted?
El rostro del comisario se ensombreció.
-Yo miedo sí, muchas veces. Se lo confieso.
-Pues eso es mala cosa para su oficio. El miedo cría miedo, además. ¿Dónde lo siente? ¿En la boca del estómago?
El comisario se quedó dudando, y se palpó aquella zona, bajo el chaleco.
-Pues sí, más o menos.
-Ya. Es lo más corriente. Espere un momento a ver.
Miss Lunatic, ante el pasmo del comisario O´Connor, se puso a hurgar en su faltriquera y sacó varios frasquitos que alineó sobre la mesa.
-¡Vaya por Dios! Lo siento. Tenía un elixir bastante bueno contra el miedo, pero se me ha gastado. Es el que más me piden.
Luego, mientras volvía a guardarse los frasquitos, añadió:
-Claro que hay otra forma de espantar el miedo, pero no es propiamente una receta, porque tiene que poner mucho de su parte el paciente. Consiste en pensar: “A mí esto que me asusta ni me va ni me viene”, algo así como ver lejos lo que está dando a uno miedo, para que se desdibuje.
-Eso no acabo de entenderlo.
-Casi nadie; por eso digo que da poco resultado recetárselo a otro. A lo mejor un día, de pronto, lo siente usted solo y lo entiende… En fin, ¿me da permiso para retirarme?
El comisario O’Connor asintió. Pero cuando la vio levantarse, agarrar su cochecito y dirigirse a la puerta, tuvo una sensación muy triste, como de miedo a estarse despidiendo de ella para siempre. Y la volvió a llamar. Ella se detuvo, interrogante.
-Miss Lunatic –dijo-. Es usted maravillosa.
-Gracias, señor. Eso mismo me decía siempre mi hijo, que en paz descanse. Un gran artista, por cierto, aunque la memoria voluble de las gentes haya sepultado su nombre… ¿Quería usted decirme algo más?
-Sí. Que no me gustaría que pasara usted hambre ni frío.
-No se preocupe. No los paso.
-Me parece increíble, perdone que se lo diga. ¿Y cómo hace? ¿Cómo se las arregla para salir adelante?
Miss Lunatic se detuvo en el centro de la habitación. Se levantó el ala del sombrero con gesto solemne y miró al señor O´Connor. Sus ojos negros, brillando en el rostro pálido y plagado de surcos, parecían carbones encendidos. Y ella, en medio de aquella estancia de paredes desnudas, una figura de cera.
Echándole fuerza de voluntad, señor, para decirlo con palabras del Caballero Inexixtente.
-¿Otro amigo suyo? –preguntó el comisario.
-Pues sí. Aunque éste es un personaje inventado. ¿Le gustan las novelas?
-Mucho. Lo que pasa es que tengo poco tiempo de leer.
-Pues cuando saque un ratito le recomiendo El caballero inexistente. No es muy larga. Acabo de verla traducida al italiano esta tarde, al pasar por el escaparate de Doubleday.
-¡Cuánto trota por Manhattan! Veo que no para usted un momento.
-Así es. Tiene usted razón. Yo no comprendo cómo dice la gente que se aburre. A mí nunca me da tiempo para todo lo que quisiera hacer… Y ahora siento dejarle. Pero he quedado con míster Woolf, y antes había pensado darme una vueltecita en coche de caballos por Central Park. Gratis, por supuesto. Me lo tiene prometido un cochero angoleño que me debe algunos favores. Convencí a una hija suya para que no se suicidara. Conque lo dicho. Adiós, comisario.
El comisario O´Connor se levantó para abrirle la puerta y le estrechó la mano efusivamente.
-Espero que volvamos a vernos –dijo-. La vida es larga, Miss Lunatic y da muchas vueltas.
-Ya lo creo. Dígamelo usted a mí –contestó ella sonriendo.
-Pues nada, mujer, salud. Y abríguese que se está poniendo el tiempo como para nevar.
-Es lo suyo. Estamos en diciembre.
Al salir, hacía un viento muy frío, que alborotó la larga melena blanca de miss Lunatic. Apresuró el paso hacia la calle 125. Había decidido coger allí el metro hasta Columbus Circle.
Mientras canturreaba un himno alsaciano, se puso a pensar en Edgard Woolf, el rey de las tartas.

Carmen Martín Gaite. Caperucita en Manhattan.  Ed. Siruela

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Al leer el título del libro, a lo mejor pensabas encontrar algo así. Y no. Para situarnos bien, nos vamos a dar un paseo por donde vive  Miss Lunatic: Manhattan.
Sí, la ciudad donde, en 1885 llegaron la Estatua de la Libertad y también Miss Lunatic. Y aquí estaba el comisario O’Connor, en el distrito de Harlem. Sí, el comisario sólo quería ayudar a nuestra protagonista. Pero ¿qué preguntas y respuestas obtuvo de miss Lunatic? ¿Estaría buscando dinero, aquella mujer, que no tenía ingresos? El comisario no paraba de sorprenderse con sus palabras. Le tuvo que decir que no era una investigación lo que hablaba con ella.
Todos los pensamientos de aquella mujer eran absolutamente excepcionales. De esos que convendría poner en un cartel bien grande, que nos acompañara en nuestra vida. Pensemos en cuáles de las siguientes reflexiones sobre el texto son verdaderas y cuáles son falsas.

Juguemos ahora al Verdadero/Falso sobre lo que hemos leído

1. El comisario sabía que aquella mujer estaba muy relacionada con el hampa y eso podría interesarle.
2. Miss Lunatic le dijo al comisario que no pedía limosna
3. A Miss Lunatic no le interesaba el dinero
4. Ella dijo que en el dinero, son mejores las monedas que el papel
5. Ella dijo que vivir es explicarse y llorar y reírse
6. Miss Lunatic estaba obsesionada por recorrer toda la ciudad antes que nadie
7. Le dijo al comisario que lo normal es que los policías tengan miedo y que el miedo es muy bueno
8. El comisario tuvo una sensación triste al despedirla, como si ya no volviera a verla.
9. Miss Lunatic le confesó al comisario que no se aburría. Que no tenía tiempo para hacer todo lo que quería
10. Al  comisario le encantó la charla con Miss Lunatic. Le pareció maravillosa y estaba deseando volver a verla.

(Soluciones: 1: Falso/ 2:Verdadero/ 3: Verdadero/ 4: Falso/ 5: Verdadero/ 6: Falso/ 7: Falso/ 8: Verdadero/ 9: Verdadero/ 10: Verdadero)

Palabra magica

Hoy la palabra mágica la dice Miss Lunatic. Es vivir. Hemos leído lo que es vivir para nuestra protagonista. Miss Lunatic luchaba por ello y lo iba consiguiendo. Pero hay mucha gente, en este mundo para los que vivir es algo muy complicado. No tienen nada más que lo que alguien les da. Podemos decir que ni casa, la comida es difícil, los padres ya no están y a sus pocos años tienen que luchar por vivir. Vemos sólo un ejemplo real en estas imágenes:

Intentemos, entre todas y entre todos, conseguir que con nuestro trabajo y con las posibilidades que tengamos, brille lo que dice el presentador del programa que hemos visto: esperanza y buenas nuevas. Porque ellos, esos niños que luchan por vivir, tratan de ir hacia delante. Qué lejos queda, como dice Miss Lunatic, lo que tanto preocupa ahora: ¡ganar dinero!

He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir. Para mí  la única fortuna, ya le digo, es la de saber vivir, la de ser libre. Y el dinero no libera, querido comisario”.

Cuentame

Creemos que leer este libro de Caperucita en Manhattan nos ha dado la suerte de conocer a Miss Lunatic. Algo parecido a lo que le sucedió al comisario O’Connor, quien le confesó que él tenía miedo.  Entre las recomendaciones que le hace nuestra protagonista al inspector, a pesar del “poco” tiempo que tenía, le dice que lea El caballero inexistente. Como no llevaba el elixir que era bastante bueno contra el miedo, le da una forma muy importante de espantarlo, si el paciente  está dispuesto a una cosa: pensar. Algo tan fácil como decir: “A mí esto que me asusta ni me va ni me viene”.

¿Has pasado miedo alguna vez? ¿Cuál fue el momento más terrible? ¿Cuándo sucedió? A lo mejor, hasta te gustan los libros y las películas de miedo. Por si es así, estos te gustarán. Haz como el comisario O’Connor y a ver si lo notas en la boca del estómago. Lo que no podemos darte son los frasquitos de Miss Lunatic. Suerte, agárrate  y disfruta.

El abrazo de la muerte de Concepción López Narváez, María Salmerón López. Editorial Anaya.
Krabat y el molino del diablo de Otfried Preussler. Editorial Noguer.

Autor

Carmen Martín Gaite.

Nació el 8 de diciembre de 1925 en Salamanca (España) y murió el 23 de julio de 2000 en Madrid (España).
Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. En 1950 se trasladó a Madrid.  Recibió, entre otros, el Premio Nadal y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
La afición por la escritura fue temprana desde los 8 años escribía cuentos. Fue crítica literaria además de traductora y guionista para la televión.
Nuestro observatorio

Más datos sobre Carmen Martín Gaite en la página de la Universidad Complutense de Madrid y transcripción de una entrevista homenaje realizada en la emisora de radio COPE.

Potilla y el ladrón de gorros. Cornelia Funke. Editorial Siruela

12 Sep

potilla

Arthur entró en su habitación dando traspiés, encendió la luz y colocó una silla debajo del picaporte. En realidad era el cuarto de costura de su tía Elsbeth, pero, cuando venía de visita, siempre dormía allí. Al lado de la ventana había un maniquí y por todas las paredes colgaban fotos de sus primos: B&B con raquetas de tenis, con cucuruchos de golosinas en su primer día de clase o con un tren eléctrico. La verdad es que todo aquello le resultaba inaguantable, pero, con todo y con eso, era preferible a compartir la habitación con los mellizos.
Mojado como estaba, Arthur se sentó en la cama y sacó el calcetín, que rebullía (1), de debajo del jersey. La criatura empujaba y se revolvía con tal fiereza que a Arthur le costaba sujetarla. Pero cuando la dejó caer sobre la colcha, se quedó quieta de repente.
Como un muerto.
Durante un tiempo interminable.
Sin perder de vista el calcetín, Arthur se despojó se sus ropas empapadas y se puso un chándal. Acto seguido volvió a sentarse en la cama y aguardó (2).
De pronto, una bota roja asomó –despacio, muy despacio- por el calcetín. Luego, otra. Y de repente surgió aquel cuerpo diminuto.
Arthur ase apartó amedrentado (3).
La muñeca se arrodilló en la cama. Levantó las manos de dedos delgados, se retiró el pelo de la cara… y Arthur la miró a los ojos.
Eran rasgados y verdes. Verde oscuro.
Desde el piso de abajo llegaron a sus oídos los berridos de los mellizos.
Los ojos verdes lo miraban de hito en hito (4). Arthur deseaba apartar la vista. Pero no podía.
-¿Quién sois? –preguntó de improviso la pequeña figura; su voz era grave y un poco ronca-. ¿Sois un humano?
Arthur era incapaz de articular palabra.
La figura se irguió (5), cruzándose de brazos.
-¡Ajá! –exclamó mientras su piececito se balanceaba arriba y abajo con gesto de impaciencia-. Es evidente que no sois muy listo. Bueno, mi nombre es Potilla. ¿Cuál es el vuestro?
-Arthur –balbuceó (6) su libertador.
-Arthur -Potilla enarcó las cejas y examinó al chico de la cabeza a los pies-. Un gran nombre para un humano tan pequeño. Sea. ¿Me habéis liberado vos de este calcetín humano?
Arthur asintió.
-Estaba atado con un zarcillo (7) de verónica, ¿verdad?
-¿Con qué?
Potilla levantó la nariz, irritada.
-¿No retirasteis un zarcillo de hojas redondas para liberarme?
-Sí, sí –contestó Arthur de inmediato.
-Hmm… -el hada adoptó una expresión sombría-. ¿Cómo es que ese monstruo sabe tanto de hadas? –murmuró.
Arthur seguía contemplándola boquiabierto.
-Así pues, estoy en deuda con vos, maese Arthur –carraspeó desconcertada-. Sin vuestra ayuda, me habría pasado toda la eternidad en esa prisión apestosa.
-No tiene importancia –repuso Arthur con las orejas rojas como la grana.
-Veamos –Potilla, tras una inclinación de cabeza, escudriñó (8) a su alrededor con expresión de disgusto-. Un lugar humano –constató frunciendo el ceño-. ¿Cómo es que me habéis traído aquí?
-Creía que eras una muñeca –le explicó el chico.
El hada le lanzó una mirada devastadora y se irguió (9) cuan alta era, aunque seguía teniendo el tamaño de una botella de refresco.
-¡Es evidente que no estáis en vuestros cabales! –dijo en voz baja pero amenazadora-. Soy una reina. ¿Es que no tenéis ojos en vuestra cabeza hueca? Aquí –se llevó la mano al pelo y, colorada como un tomate, se tanteó con premura la cabeza y resopló-. ¿Dónde está? –su voz se volvió estridente por la ira-. ¿Qué habéis hecho con ella?
De repente, su vestido irisado se tornó negro como la pez. Alzó las manos trémulas. Arthur temió que lo convirtiera en rana en el acto.
-¿Qué? ¿Cómo? –balbució horrorizado-. Pero ¿de qué me hablas?
-¡Dejaos ya de haceros el tonto, maese Arthur! –el hada cerró sus puños diminutos-.¿Dónde está mi gorro rojo?
-¿Gorro? ¿Qué gorro?
Durante un segundo interminable, Potilla lo miró apretando los labios. Acto seguido dio media vuelta, corrió hacia el calcetín y se metió dentro hasta que sólo asomaron sus pies.
Cuando salió de nuevo, se dejó caer de rodillas sollozando y se cubrió el rostro con las manos. Perlas plateadas botaron entre sus dedos y cayeron sobre la colcha.
Arthur se sentía fatal. Con mucho cuidado, le acarició el pelo con un dedo.
-¿Qué tenía tu gorro de particular? –preguntó preocupado.
-Sin él nunca podré regresar a mi colina –sollozó Potilla-. ¡Está cerrada a cal y canto! ¡Para siempre jamás!
-¡Madre mía –murmuró Arthur, que no entendía una palabra.
-¿De verdad eres una auténtica reina? –quiso saber el chico-. ¿No eres una muñeca? No sé, eléctrica o algo por el estilo…
El hada apartó las manos de su rostro y miró enfurecida al muchacho.
-Y vos ¿estáis seguro de que no sois una oveja? ¡Soy un hada, como podéis comprobar sin dificultad!
-¿Un hada? –Arthur la miró incrédulo-. Pues yo pensaba que las hadas tenían un aspecto completamente distinto.
-¡Vaya! ¿Y cual?
-Bueno, pues con alas. Creía que las hadas tenían alas. Como las mariposas o las libélulas.
-Como las mariposas. Vaya, vaya…
-Sí. Y además las hadas son invisibles.
-¡Invisibles! –Potilla se levantó de un salto y pateó el suelo con sus piececitos, aunque sobre la blanda colcha de la cama su gesto no causó demasiada impresión.
-¡La verdad es que sois tonto de remate! ¡Más que tonto, tontísimo! Sin embargo, he de reconocer que a veces somos invisibles, en efecto. Pero eso es sumamente esforzado, ¿comprendéis? ¡Qué va, vos no comprendéis nada! ¡Nada en absoluto! ¿Por qué tuvisteis que librarme precisamente vos? No me refiero sólo a que seáis pequeño y flaco como un ratón de campo, qué va. Es que además sois tonto como una perdiz. De vos no cabe esperar ayuda alguna. No.
Y volvió a estallar en sollozos.
En ese momento llamaron a la puerta.
Arthur tapó la boca al hada a toda prisa.
-¿Arthur? –era tía Elsbeth.
-¿Sí? ¿Qué pasa? ¡Aaay! –unos dientecitos agudos mordían su dedo, pero Arthur no la soltó.
-¿Te ocurre algo? –quiso saber tía Elsbeth.
-No, no, todo va bien.
-Bueno, entonces baja, por favor. Vamos a cenar. Ha llegado tu tío.
“Lo que me faltaba”, pensó el muchacho.
-Enseguida voy –gritó mientras oía a su tía bajar la escalera.
Inmediatamente soltó al hada y observó con más atención su dedo, que sangraba.
-¿Quién era esa? –preguntó Potilla impasible.
-Mi tía.
-Ajé. ¿Hay más humanos en esta mansión? –Iba y venía por la colcha con paso firme.
-Sí, mis dos primos y mi tío –respondió Arthur confundido-. Pero ¿qué haces?
-Reflexionar, maese Arthur –repuso el hada con desdén. Vos también deberíais intentarlo alguna vez.
Su vestido seguía siendo negro como la noche. Al fin se detuvo y lanzó al chico una mirada sombría.
-He tomado una decisión –anunció-. Preciso tiempo para reflexionar sobre mi desdichada situación. En consecuencia, os ruego que me concedáis asilo hasta la próxima luna llena. Es vergonzoso para una reina de las hadas pedir ayuda a un humano, pero… -se miró los pies, turbada, y prosiguió en voz baja-: Todavía no me atrevo a regresar al bosque. ¿Estáis dispuesto a satisfacer mi demanda (10)?
-Sí, por supuesto- contestó Arthur estupefacto-
-Bien –Potilla le hizo una reverencia-. Os doy de nuevo las gracias.
-Aunque lo mejor será que permanezcas aquí arriba, en la habitación –añadió el chico.
-¿Y eso por qué? Paparruchas.
El hada se subió el vestido y se descolgó por la colcha de la cama hasta el suelo. Las perlas de plata de sus lágrimas rodaron por la moqueta. Luego se encaminó hacia la puerta con paso decidido.
-¡Vamos, aceptaremos la invitación de vuestra tía!
-¡Pero tú no puedes salir de aquí tan campante! Exclamó Arthur estupefacto-
-¿De veras? ¿Y por qué no? –Potilla chasqueó dos veces los dedos y el picaporte de la puerta se onclinó como impulsado por una mano invisible.
-¡No hagas eso! –gritó Arthur alejando al hada de la puerta-. ¡Te lo ruego!
Potilla se cruzó de brazos. El picaporte volvió a proyectarse hacia arriba.
-De acuerdo –replicó arrogante-. Escucho. ¿Hay ahí abajo algún dragón que eche fuego por la boca? ¿Un fanfarrón devorador de hadas? ¿Cuál es si no la causa de vuestro comportamiento, a todas luces ridículo?
-Mis primos –contestó Arthur-. A juzgar por lo que los conozco, te venderían en el acto al zoo más cercano a cambio de unos cuantos videojuegos. Y es muy probable que mi tío te entregara a cualquier institución científica.
-No acierto a seguir del todo el curso de vuestras palabras, pero lo cierto es que parece peligroso –admitió Potilla frunciendo el ceño.
Arthur observó, aliviado, que se alejaba de la puerta.
-¿Qué tal si te haces invisible? Sólo durante una hora más o menos.
El hada negó con la cabeza.
-Ya os he dicho que eso me costaría toda mi fuerza. Las hadas nos tornamos invisibles a lo sumo durante un instante… Hasta que ha pasado algún idiota, como vos por ejemplo.
-Hmm… -gruñó Arthur-. Entonces se me ocurre otra idea. Actuaremos como si fueras una muñeca.
-¿Os referís a uno de esos objetos sin vida y de sonrisa estúpida?
-Exacto. Tú limítate a mantenerte muy tiesa, yo te sentaré encima de mi brazo y podrás contemplar todo con absoluta tranquilidad. Y si después sigues deseando corretear por aquí tal como eres, allá tú. Pero hasta entonces, fingirás ser mi muñeca. ¿De acuerdo?
Potilla lo miró meditabunda. Después asintió.
-Que así sea, maese Arthur. Ofrecedme vuestro brazo. No parecéis tan estúpido como creía.
Y de golpe se quedó sentada hierática (11), como si el hada Potilla hubiera sido producto de su imaginación.

Vocabulario: (1) Rebullía: se movía. (2) Aguardó: esperó. (3) Amedrentado: atemorizado. (4) De hito en hito: con la vista fija, sin distraerse. (5) Se irguió: se levantó. (6) Balbuceó: habló con dificultad. (7) Zarcillo: arete, aro. (8) Escudriñó: examinó. (9) Se irguió: se levantó. (10) Demanda: petición. (11) Hierática: muy quieta, seria

Cornelia Funke. Potilla y el ladrón de gorros.  Ed. Siruela

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

 Hay cosas difíciles de imaginar. Casi increíbles. Seguro que has ido alguna vez a casa de una abuela, de un tío, de unos primos o de una amiga que vive muy cerca de tu casa. O de un amigo. Eso es más que posible. Hasta ahí, normal. Es algo que sucede muy a menudo.

Pero todo se le empieza a complicar a Arthur. El calcetín que llevaba debajo del jersey, empezó a rebullir, sí, a moverse, como si estuviera vivo. ¿Qué estaba pasando ahí? Sólo tienes que hacer una cosa, al leer este texto de Cornelia Funke: imaginar que te sucede a ti. La situación de que un calcetín que llevabas empieza a moverse, te deja escalofriado. ¿Qué pasa? ¿Qué llevo dentro? ¿Será un bicho horrible? ¿Será que hay una mano invisible, que me está recorriendo por dentro sin yo saberlo? En la literatura, puede pasar de todo. Pero ¿y en la realidad? Aquí tienes unos libros donde hay misterio, fantasía, fantasmas y otras cosas que quizá te gusten. Este es de la autora del texto que has leído. Se llama El caballero fantasma y también lo ha publicado la editorial Siruela.

Y es que a Arthur le pasó de todo. Esperemos que en tus imaginaciones no entre nadie que te dé un mordisco como el que le dio Potilla. Sí con sus “dientecitos”, sólo que agudos. ¡Y sangraba! Pero quedaba lo peor. Potilla quería bajar a ver a tía Elsbeth y eso no podía ser. A Arthur le hubieran dado los siete males. ¡No le faltaba más que eso! La proposición de que se hiciera invisible, no estaba mal pensada, pero no pudo ser. Potilla ni se hacía invisible, ni quería actuar como si fuese una muñeca ni nada. Pero al fin, después de muchas palabras, Potilla admitió ser la muñeca de Arthur y se quedó sentada y muy quieta. A lo mejor, Arthur se imaginaba a las hadas como éstas.

Bastante lejos estas hadas de Potilla. ¿Verdad?

Palabra magica

Hoy la palabra mágica es imaginación. A pesar de ver a Potilla, de hablar con ella, de observarla sentada, de decirle que su tío podría entregarla a una institución científica, si bajaba con él, o sus primos llevarla al zoo, para cambiarla por unos videojuegos, Arthur pensaba, al verla sentada quieta, que Potilla podía haber sido producto de su imaginación.

Con la imaginación podemos pensar, representar cosas reales o fantásticas, las podemos escribir, leer, dibujar, fotografiar… Y tantas cosas. Aquí tienes un ejemplo de ilustración

Cuentame

Pues ahora te toca a ti disfrutar con tu imaginación. ¿Recuerdas qué imaginaste la última vez? ¿Quién eras? ¿En qué pensaste? ¿Por qué crees que se te ocurrió eso que imaginaste? ¿Piensas que se relacionaba con alguna cosa que te llamó mucho la atención? ¿Soñaste mientras dormías, antes o después, algo relacionado con lo que imaginaste? ¿Jugabas a algo? ¿Fue algo bueno, agradable, divertido o fue muy tenebroso? ¿Era real o era solamente una idea?

Si te gustan los libros de imaginación, aquí te proponemos unos cuantos. Seguro que en la biblioteca los puedes encontrar. A propósito: ¿cuándo fuiste por última vez? ¿Qué buscabas? ¿Con quién estuviste? A ver si recuerdas cómo se llamaba la bibliotecaria o el bibliotecario.

En este libro, conocerás a Héctor y Bijou, que continúan atrapados en el mundo fantástico del Agujero. Un mundo imaginario, gobernado por un despiadado rey se encuentran atrapados dos niños, Héctor y su compañera de curso Bijou. El libro se llama La princesa y el traidor. Es de Andreu Martín y Jaume Ribera y está editado por Anaya.

O este otro, de Roberto Pavanello, en editorial Montena, Bat Pat. El secreto del alquimista.

Autor

Cornelia Funke

Nació el 10 de diciembre de 1958 en Dorsten, una pequeña ciudad de Westfalia (Alemania).
Desde el año 2005 vive en Los Ángeles (USA) en una casa blanca de madera con sus dos hijos y una perra.
Le gusta mucho leer, ir al cine, dibujar y dar largos paseos con su familia y su perra. De pequeña le gustó leer a Tom Sawyer, los hermanos Corazón de León, Narnia…De pequeña quería ser astronauta, también piloto de aviones e incluso quiso irse con los indios.
Los nombres de los personajes de sus libros se le ocurren consultando las guías de teléfonos, diccionarios de nombres y en otros casos se los inventa. Su ordenador tiene también nombre, el actual que es de 2011 se llama Jack

Nuestro observatorio

Más datos sobre Cornelia Funke en su página web y en la entrevista realizada por Canal Lector

BIbliografía 

Ofrecemos, a continuación, una selección de libros de la autora  tomada de  Canal Lector