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La bestia en la cueva (Segunda parte). Howard Phillips Lovecraft. Editorial Juventud (Recomendado 16-18 años)

14 May

cuentosdemonstruos

Así ocupé mi terrible vigilia (1), con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haberle producido la vida en la caverna a aquel enigmático animal. Recordé, por ejemplo, la terrible apariencia que la imaginación popular atribuía a los tuberculosos que habían muerto allí tras una larga permanencia en las profundidades. Entonces recordé sobresaltado que, aunque llegase a derrotar a mi enemigo, jamás podría averiguar cuál era su forma y aspecto, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de cerillas. La tensión se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hacía surgir formas terribles y terroríficas en medio de la oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno a mi cuerpo. A punto estuve de dejar escapar un agudo grito, aunque aquella hubiera sido la mayor de las temeridades, y si no lo hice fue porque me faltaron el aire o la voz. Me sentía petrificado, clavado al lugar en donde me encontraba. Dudaba de que mi mano derecha pudiera lanzar la piedra contra la cosa que se acercaba cuando llegase el momento.

Aquel decidido “pat, pat” de las pisadas estaba ya casi al alcance de mi mano; luego, más cerca. Podía incluso escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una considerable distancia a juzgar por lo fatigado que estaba.

De pronto se rompió el hechizo. Guiada por mi sentido del oído mi mano lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía aquella respiración tan intensa y creo que alcanzó su objetivo, porque escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia y allí pareció detenerse.

Después de reajustar mi puntería, descargué un segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez, pues oí caer la criatura, vencida por completo, y estaba seguro de que la había dejado inmóvil en el suelo. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo en forma de jadeantes y pesadas exhalaciones (2), por eso supuse que no había hecho más que dejarla malherida. Y entonces perdí todo deseo de examinarla.

Finalmente, sentía un miedo tan intenso e irracional, que ni me acerqué al cuerpo yacente (3) ni quise seguir arrojándole piedras para acabar con él. En lugar de esto, decidí echar a correr a toda velocidad por el trayecto por el que creía que había llegado hasta allí. Y de pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión de sonidos que al momento se habían convertido en agudos chasquidos metálicos. Esta vez sí que no había duda de que era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender lo que había ocurrido, me hallaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba, sin el menor pudor ni vergüenza, explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia a la vez que abrumaba a quien me escuchaba con exageradas expresiones de gratitud.

Volví por último a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia cuando ya regresaba el grupo a la entrada de la caverna y, guiado por su propio sentido de la orientación, se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en que habíamos hablado juntos. Hasta que localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.

Después de que me contó esto, yo, acaso envalentonado por su antorcha y por su compañía, me puse a pensar en la extraña bestia a la que había herido en la oscuridad, a poca distancia de allí, y le sugerí que, con la ayuda de la antorcha, averiguásemos qué clase de criatura había sido mi víctima. Así que volví sobre mis pasos hasta el escenario de la terrible experiencia.

Pronto descubrimos ambos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque aquel era el más extraño de los monstruos que ninguno de los dos había contemplado en toda nuestra vida.

Resultó tratarse de un mono antropoide (4) de grandes proporciones, escapado quizá de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una prolongada permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas, y era sorprendentemente escaso y escaseaba en casi todo el cuerpo, salvo en la cabeza, donde era tan abundante y tan largo que le caía sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, pues la criatura yacía en el suelo directamente sobre ella. La inclinación de sus pies y manos era algo peculiar y explicaba por qué la bestia avanzaba a veces a cuatro patas y a veces solo a dos, como había yo apreciado en la oscuridad. De las puntas de sus dedos salían unas uñas largas como de rata. Pero sus pies no eran prensiles (5), como cabía suponer. Eso lo atribuí a su larga residencia en la caverna que, como ya he dicho, parecía también la causa evidente de su absoluta blancura casi ultraterrena. Y parecía carecer de cola.

Su respiración se había debilitado mucho. Cuando el guía sacó su pistola con intención de dar a la criatura el tiro de gracia para rematarlo, de pronto un extraño e inesperado gemido hizo que el arma se le cayera de las manos. No resulta fácil describir la naturaleza de aquel sonido, pues no tenía el tono de ninguna especie conocida de simios. Yo me preguntaba si aquella especie de estertor (6) no sería sino resultado del silencio que durante tanto tiempo había mantenido, roto ahora por la repentina presencia de la luz que traía la antorcha. Lo cierto es que aquel inquietante gemido que se parecía a un intenso parloteo indescifrable aún continuaba oyéndose, aunque cada vez más débil. De pronto, un fugaz espasmo de energía brotó del cuerpo del animal. Sus garras hicieron un movimiento convulsivo y sus brazos y piernas se contrajeron. Con aquella convulsión, el cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros.

Yo me quedé en ese instante tan petrificado de espanto ante aquella mirada que no me percibí de nada más. Eran negros aquellos ojos, de una negrura profunda que contrastaba con la extrema blancura de la piel y el cabello. Como los de otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y completamente desprovistos de iris. Cuando los pude mirar con más atención, vi que asomaban de un rostro menos prominente que el de los monos corrientes, y mucho menos velludo. También la nariz era prominente.

Mientras el guía y yo contemplábamos aquella enigmática visión que se mostraba a nuestros ojos bajo la luz de la tea, sus gruesos labios se abrieron y debajo de ellos brotaron varios sonidos, después de los cuales aquella criatura se sumió en el descanso de la muerte.

El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento. Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror y fijos en el suelo.

El miedo me había abandonado ya. En su lugar se fueron sucediendo los sentimientos de asombro, de compasión y respeto. Los sonidos que había murmurado aquella criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la evidencia más tremenda que podíamos imaginar: la criatura que yo había matado, aquella extraña bestia de la cueva maldita, era, o lo había sido alguna vez, ¡¡¡ un ser humano !!!

NOTAS

(1)Vigilia: acción de estar despierto.
(2)Exhalaciones: suspiros, quejas.
(3)Yacente: echado, tendido.
(4)Antropoide: mono que se parece al humano.
(5)Prensiles: que se cerraban para poder agarrar.
(6)Estertor: respiración fatigosa.

Howard Phillips Lovecraft y otros. Edición y selección de Seve Calleja. Cuentos de monstruos. Editorial Juventud

RECURSOS

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

Texto

Nuestro autor, hoy, nos plantea las dos palabras que marcan un estilo de novela. La novela gótica. Podemos oír, en la página de la UNED, dedicada a dos distinciones, lo siguiente: el terror despierta las facultades. Sin embargo, el horror produce el efecto contrario. Las paraliza. En nuestro texto, parece que Lovecraft escribe sobre esta diferenciación: “La horrible suposición que se había ido abriendo camino en mi ánimo poco a poco era ahora una terrible certeza. Es decir: horrible (que causa horror) pasa a terrible (que causa terror). De una suposición a una certeza. El protagonista pasa por todos los estados anímicos, no perdiendo, por voluntad propia y a pesar de todos los inconvenientes que van surgiendo (hasta se extingue su antorcha que le alumbraba) la lucha por la existencia: “Sin rendirme” –dice. Y un poco más adelante: “Pero el instinto de conservación, que nunca duerme del todo…” y decidí vender mi vida lo más cara posible ante quien me atacara.

Dentro de la terrible situación por la que está pasando, lo que nunca abandona es la lógica, su lógica, aplicada a las más extrañas e inesperadas situaciones: horrendas pisadas de zarpas, qué especie animal sería la que iba por él y un largo etcétera.
Palabra magica

Hoy la palabra mágica es miedo. Sí, quizá lo hayas pasado alguna vez. El miedo, en los humanos, es una «perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario». Es la definición que da el diccionario de la RAE.

El autor nos lo dice de forma clara y rotunda: “finalmente, sentía un miedo tan intenso e irracional…” Sabía que no disponía de una razón para el temor. ¿Será, quizá, ese sentimiento irracional, es decir, que no tiene una razón en la que fundarse, el que aparece en diferentes tipos de seres animales?

Veamos, si no, el siguiente video, que desmonta determinados conceptos que tenemos, en los dos animales protagonistas. Pensemos sólo antes en lo siguiente: ¿Cómo concebimos la relación que existe entre los perros y los gatos? ¿Cuáles de las siguientes palabras utilizaríamos, para definir esa relación perro-gato?

Amistad.  Enemistad.  Juego.  Miedo.  Ayuda.  Ignorancia

Fíjate ahora en la película de esa relación, a ver si coincide con tu pensamiento o es más lo contrario de lo que pensabas.

Cuentame

Seguro que tienes en tu mente y recuerdas historias. Muchas historias de miedo, auténtico miedo. Hoy es tu oportunidad. ¿Se podría hacer una película de tu historia? ¿Crees que habría gente que tuviera que salir del cine agarrándose a un amigo o a una amiga, para poder llegar al autobús o al metro que te lleva a casa? Todo es posible. Puede que sea tu primera experiencia como guionista de películas de cine. Aquí tienes algunas indicaciones de cómo se puede realizar un guión.: Paso a paso, Carlos Bianchi y su propuesta, y un concurso de guiones

Autor

Howard Phillips Lovecraft

Nació el 20 de agosto de 1890 en Providence (Estados Unidos) y murió el 15 de marzo de 1937 en la misma ciudad.
Recitaba poesía a los dos años, leyó a los tres y empezó a escribir a los seis años de edad. Debido a su mala salud, no asistió al colegio hasta los ocho años y lo abandonó al poco tiempo. Fue una persona solitaria que dedicaba su tiempo a la lectura, la astronomía y a cartearse con otros aficionados a la literatura. Innovó el género de terror al acercarlo a la ciencia-ficción.

Nuestro observatorio

Se pueden consultar más datos biográficos en la página de español dedicada al autor.

Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una relación de libros tomada de Canal Lector.

La bestia en la cueva (Primera parte). Howard Phillips Lovecraft. Editorial Juventud (Recomendado: 16-18 años)

7 May

cuentosdemonstruos

Este es uno de los primeros relatos del autor, escrito a los quince años de edad como imitación del género gótico, en el que se iniciaba. Sus cuentos nos hablan de espíritus malignos y mundos oníricos, poblados de bestias y seres extraños, pesadillas, muerte y locura, porque quieren expresar la soledad y la pequeñez del ser humano frente a un universo infinito y hostil.

La horrible suposición que se había ido abriendo camino en mi ánimo poco a poco era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en aquel inmenso y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi vista, por más que la forzara, no lograba encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía albergar la menor esperanza de volver a contemplar ya nunca más la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas del hermoso mundo exterior.

La esperanza se me había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entregada por entero de estudios filosóficos, sentí una cierta satisfacción de estar comportándome sin apasionamiento como lo hacía. Había leído con frecuencia la angustia y la obsesión en que caían las víctimas de situaciones similares a la mía, y sin embargo no experimenté nada de todo eso, es más, logré permanecer tranquilo en cuanto comprendí que estaba perdido.

Y tampoco me hizo perder la compostura un solo instante la idea de que era muy probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que seguramente me buscarían. Si tenía que morir, pensé, aquella caverna tan terrible como majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudieran ofrecerme en cualquier cementerio; así que había en esta reflexión una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.

Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero yo no pensaba acabar así. El único causante de mi desgracia era yo por haberme separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera. Y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me sentí incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.

Mi antorcha comenzaba a extinguirse, pronto me hallaría en la oscuridad más absoluta en las entrañas de la tierra. Y, mientras me encontraba bajo la luz mortecina y evanescente que aún daba, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo final. Recordé los relatos que había escuchado acerca de la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas mismas grutas inmensas con la esperanza de encontrar la salud en el aire sano del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme y en cuya quietud se sentía una apacible sensación, y que, en vez de la salud, habían encontrado una muerte horrible.

Al pasar junto a ellas en el grupo de visitantes, había visto las tristes ruinas de sus viviendas rudimentarias; y me había preguntado qué clase de influencia podía ejercer sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y, mira por dónde, me dije, ahora había llegado la oportunidad de comprobarlo, suponiendo que la necesidad de alimentos no apresuraba mi fallecimiento.

Sin rendirme, y mientras se desvanecían en la oscuridad los últimos destellos espasmódicos de mi antorcha, resolví no dejar piedra sin remover, ni despreciar ningún medio de posible fuga, de modo que, haciendo toda la fuerza que pude con mis pulmones, proferí una serie de fuertes gritos, con la esperanza de que mi berrido atrajese la atención del guía. Sin embargo, mientras gritaba desgañitándome, pensé que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz, aunque sonara amplificada por los muros de aquel negro laberinto que me rodeaba, no alcanzaría a más oídos que a los míos propios.

Y sin embargo, de repente me sobresalté al imaginar –porque seguro que no era más que cosa de mi imaginación- que se escuchaba un suave ruido de pasos que se aproximaban por el rocoso pavimento de la caverna. ¿Y si en realidad estaba a punto de recuperar por fin la libertad? ¿Y si habían sido inútiles todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia en el grupo y habría seguido mi rastro por el laberinto de piedra caliza?

Alentado por tantas halagüeñas dudas como me afloraban en la imaginación, me sentí dispuesto a volver a pedir socorro a gritos para que me encontraran lo antes posible. Pero mi gozo se vio de repente convertido en horror: mi oído, que siempre había sido muy fino y que estaba ahora mucho más agudizado gracias al largo y completo silencio de la caverna, me trajo a la mente la sensación inesperada y angustiosa de que aquellos pasos no eran los de ningún ser humano. De haber sido los pasos del guía, que sé que llevaba botas, hubieran sonado como una serie de golpes agudos y cortantes en la quietud ultraterrena de aquel lugar. En cambio, estos impactos parecían más blandos y cautelosos, como causados por las garras de un felino. Además, al escuchar con más atención, me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas en lugar de dos pies.

Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizá a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Y consideré que tal vez el Todopoderoso hubiera elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que hubiera padecido por hambre. Pero el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mí, y, aunque la posibilidad de escapar del peligro que se aproximaba era inútil y solo conseguiría prolongarme más el sufrimiento, decidí vender mi vida lo más cara posible ante quien me atacara.

Por extraño que parezca, solo podía atribuir al visitante que fuera intenciones hostiles. Así pues, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia o lo que fuera, al no escuchar ningún sonido que le diera la pista de dónde estaba, perdiese el rumbo, lo mismo que me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no, no iba a tener tanta suerte: aquellos extraños pasos avanzaban sin titubear. Era más que evidente que el animal había sentido mi olor, que sin duda podía olfatear a gran distancia en una atmósfera tan poco contaminada de otros aromas como la caverna.

Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores fragmentos de roca que pudiera palpar entre los esparcidos por todas partes en el suelo. Y, tomando uno en cada mano, esperé con resignación la inevitable presencia.

Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. La verdad es que resultaba bastante extraña la conducta de aquella criatura, porque, la mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminara con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, y sin embargo, a ratos, me parecía que solo eran dos patas las que se acercaban. Y me preguntaba cuál sería la especie de animal que venía a enfrentarse conmigo. Debía de tratarse de alguna bestia desafortunada que había pagado cara como yo la curiosidad que la había llevado a investigar una de las entradas de la gruta y le reservaba un confinamiento de por vida en su interior. Seguramente había podido sobrevivir a base de los peces ciegos, los murciélagos y las ratas de la caverna, arrastrados a su interior en cada crecida del Río Verde, que comunica cualquiera sabe por dónde con las aguas subterráneas.

Howard Phillips Lovecraft y otros. Edición y selección de Seve Calleja. Cuentos de monstruos. Editorial Juventud

La niña loba. Alvin Schwartz. Editorial Everest (Recomendado: 14-16 años)

9 Abr

historiasdemiedo

Si sales de Del Río, en Texas, y avanzas por el desierto en dirección noroeste, terminas llegando al Río del Diablo. Entre 1830 y 1840 un trampero llamado John Dent y su esposa Mollie se establecieron en el lugar donde Arroyo Seco desemboca en el Río del Diablo. Por allí había muchos castores y Dent los cazaba. Mollie y él construyeron una cabaña con ramas, y le añadieron un pequeño cobertizo para que les diera sombra.
Mollie Dent quedó embarazada. Cuando estaba a punto de dar a luz, John Dent se fue a caballo a la casa de sus vecinos más cercanos, a varios kilómetros de distancia.
-Mi mujer va a tener un hijo –les dijo al hombre y a su esposa-. ¿Pueden ayudarnos?
Ellos se ofrecieron para ir inmediatamente. Estaban a punto de ponerse en marcha, cuando se desató una gran tormenta. Un rayo cayó sobre John Dent, matándole en el acto. Los vecinos no pudieron llegar a la cabaña hasta el día siguiente. Cuando llegaron, Mollie también había muerto.
Parecía que había dado a luz a su hijo antes de morir, pero el matrimonio no pudo encontrar al bebé. Pensaron que había sido devorado por los lobos, ya que encontraron huellas de esos animales por doquier. Enterraron a Mollie y se fueron.
Unos años después, empezó a circular una extraña historia. Algunas personas juraban que no era más que la pura verdad. Otras decían que algo así no podía ocurrir de ninguna manera.
La historia comienza en un pequeño asentamiento a menos de veinte kilómetros de la tumba de Mollie Dent. Una mañana muy temprano, una manada de lobos salió del desierto a la carrera y mató unas cabras. Ataques como esos eran corrientes en aquella época, pero éste tuvo algo especial: un muchacho dijo haber visto a una niña desnuda de largo cabello rubio corriendo entre los lobos.
Un año o dos después, una mujer se encontró con un grupo de lobos devorando una cabra que acababan de matar. Afirmaba que una niña desnuda, de largo cabello rubio, estaba comiendo con ellos. Al ver a la mujer huyeron a la carrera. La mujer decía que al principio la niña iba a cuatro patas, como los lobos, pero que después se puso de pie y corrió como una persona, sólo que a la velocidad de los animales.
La gente empezó a preguntarse si esta “niña loba” no sería la hija de Mollie Dent. ¿Se la habría llevado una loba el día que nació y la habría criado con sus cachorros? Si era así, tenía que tener entre diez y once años.
Al hacerse la historia más popular, unos cuantos hombres comenzaron a buscar a la niña. Buscaron a lo largo de los márgenes de los ríos y en el desierto y sus cañones. Se dice que, un día, la encontraron caminando por un cañón con un lobo a cada lado. Cuando los animales huyeron, la niña se escondió en una hendidura de la pared del cañón.
Los hombres trataron de agarrarla, pero ella luchó mordiendo y arañando como un animal furioso. Cuando la capturaron empezó a gritar como una niña aterrada, al tiempo que aullaba de modo lastimero.
Sus captores la ataron con cuerdas, la colocaron boca abajo sobre un caballo y la llevaron a un pequeño rancho en el desierto. Decidieron entregarla al sheriff al día siguiente. Entre tanto, la metieron en una habitación vacía y la desataron; la pequeña, aterrada, se escondió en las sombras. La dejaron allí y cerraron la puerta.
Al poco rato se puso a gritar y aullar otra vez. Los hombres pensaron que iban a volverse locos si tenían que seguir escuchándola pero al cabo de un rato calló por fin.
Al anochecer se empezaron a oír aullidos de lobo en la lejanía. La gente decía que, cuando se callaban, la niña les respondía aullando.
La historia continúa diciendo que los aullidos fueron en aumento: llegaban de todas las direcciones y se acercaban cada vez más a la casa. De repente, como obedeciendo a una señal, los lobos atacaron los caballos y el resto del ganado. Los hombres salieron de la casa y, disparando sus pistolas, se internaron en la oscuridad.
En la habitación donde habían dejado a la niña, en lo alto de la pared, había una pequeña ventana con un tablón cruzado, sujeto con clavos. La niña arrancó el tablón, se deslizó por la ventana y desapareció.
Pasaron los años y no se volvió a saber nada de ella. Hasta que un día, unos jinetes en un recodo del Río Grande, cerca del Río del Diablo, divisaron a una joven de largo cabello rubio alimentando a dos lobeznos. Cuando la muchacha los vio, apretó los cachorros contra su pecho y corrió a esconderse en la espesura. La siguieron a caballo, pero no pudieron alcanzarla. Después buscaron por todas partes y no alcanzaron ni rastro de ella.
Eso es lo último que sabemos de la niña loba. Y es allí, en el desierto, cerca del Río Grande, donde este cuento termina.

Alvin Schwartz. Historias de miedo 3. Editorial Everest
Propuestas para mediadoras y mediadores
Texto
Estamos en el Río del Diablo, con John Dent, el trampero y su esposa Mollie. Estamos en un lugar donde había muchos castores. Quizá alguno de estos que vamos a ver ahora. Puede que sean de los que se salvaron de John Dent, experto cazador, en el texto de Alvin Schwartz, de su libro Historias de miedo.
Porque eso es la Literatura. La que nos permite trasladarnos a sitios tan lejanos, de Texas a Canadá, con historias tan distintas. De los lobos a los castores. Vemos a los castores, en esta página.
Y nos habla Schwartz, en Historias de miedo, de aquella niña desnuda, de largo cabello rubio, que iba corriendo entre los lobos. Todo son historias. Es decir, sucesos reales o imaginarios. En el fondo, aventuras.

Palabra magica
Nuestra palabra mágica hoy es rayo. Es el rayo, que el diccionario de la RAE define como «chispa eléctrica de gran intensidad producida por descarga entre dos nubes o entre una nube y la tierra», el que mata a John Dent.
Cualquiera como uno de los que aparecen en esta página.
Pues sí. Quienes hemos leído y releído el texto, hemos llegado a la conclusión de que es la palabra en torno a la que se desarrollan todos los acontecimientos que suceden. Es decir: la historia de este texto. ¿Estás de acuerdo con nosotros? Responde a las siguientes cuestiones:

  • Los vecinos del matrimonio Dent fueron muy deprisa y gracias a ello se salvaron la niña y la madre. (B)
  • A la niña de los Dent la vio, mucho tiempo después, un muchacho que dijo haber visto a una niña desnuda, de largo cabello rubio. (R)
  • Unos hombres, años más tarde, dijeron que esa niña tenía que ser adoptada. Y una pareja lo hizo y la llamó Loba Perdida. (N)
  • Años más tarde, unos jinetes vieron a una joven, de cabello rubio, alimentando a unos lobeznos. (A)
  • Después de que los jinetes vieran a la joven, todo el pueblo salió a recibirla para que se quedase con ellos. (P)
  • Cuando aparecieron los jinetes, la joven apretó a los cachorros contra su pecho. (Y)
  • Al final, ni los jinetes ni nadie pudo alcanzar a la muchacha. (O)

Si con tus respuestas puedes formar el nombre de una chispa eléctrica de gran intensidad, ¡enhorabuena!
Cuentame
Y ahora, si todavía te quedan fuerzas, es tu turno. Quizá no te haya pasado nunca. No hay problema. Queríamos que nos contaras la última historia que has vivido, donde pasaste miedo, de verdad. ¿Nunca se te han llenado de color rojo, las páginas del libro de crímenes que estabas leyendo? Ah, no. Quizá los gritos que has oído provenían del ordenador. De aquellas páginas que viste y que hoy recuerdas diciendo: ¿por qué les haría caso? Sólo a mí se me ocurre ver el miedo, el horror.

Autor

Alvin Schwartz

Nació el  25 de abril de 1927 en Nueva York (USA) y murió el 14 de marzo de 1992 en Nueva Jersey (USA).
Autor de más de cincuenta libros, le gustaba el folclore y los juegos de palabras. Estuvo una temporada en la marina para después interesarse por la escritura, siendo periodista en varios medios. Posteriormente se dedicó a la literatura, siendo sus libros de miedo los más conocidos.
Nuestro observatorio
Más datos biográficos de Alvin Schwart aquí

Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una selección de libros del autor tomada de Canal Lector

La del once “jota”. Elsa Bonermann. Editorial Alfaguara (Recomendado: 13 años)

17 Jul

socorro elsa boner
Cuesta creer que la abuela no ame a sus nietos, pero existió la viuda de R., mujer perversa, bruja siglo veinte que sólo se alegraba cuando hacía daño. La viuda de R. nunca había querido a ninguno de los tres hijos de su única hija. Y mucho menos los quiso cuando a los pobrecitos les tocó en desgracia ir a vivir con ella, después del accidente que los dejó huérfanos y sin ningún otro pariente en océanos a la redonda.
Durante los años que vivieron con ella, la viuda de R. trató a los chicos como si no lo hubieran sido. ¡Ah… si los había mortificado! Castigos y humillaciones a granel. Sobre todo a Lilibeth –la más pequeña de los hermanos-, acaso porque era tan dulce y bonita, idéntica a la mamá muerta, a quien la viuda de R. tampoco había querido –por supuesto- porque por algo era perversa.
Luis y Leandro no lo habían pasado mejor con su abuela, pero –al menos- sus caritas los habían salvado de padecer una que otra crueldad: no se parecían a la de Lilibeth y –por tanto- a la vieja no se le habían transformado en odiados retratos de carne y hueso.
El caso fue que tanto sufrimiento soportaron los tres hermanos por culpa de la abuela que –no bien crecieron y pudieron trabajar- alquilaron un apartamento chiquito y allí se fueron a vivir juntos.
Pasaron algunos años más.
Luis y Leandro se casaron y así fue como Lilibeth se quedó solita en aquel once ”J”, dos ambientes, teléfono, cocina y baño completos, más balconcito enfrentado al jardín trasero del edificio.
Lili era vendedora en una tienda y –a partir del atardecer- estudiaba en una escuela nocturna.
Un viernes a la medianoche -no bien acababa de caer rendida en su cama- se despertó sobresaltada. Una pesadilla que no lograba recordar, acaso. Lo cierto fue que la muchacha empezó a sentir que algo le aspiraba las fuerzas, el aire, la vida.
Esa sensación le duró alrededor de cinco minutos inacabables.
Cuando concluyó, Lilibeth oyó –fugazmente- la voz de la abuela. Y la voz aullaba desde lejos.
-Lilibeeeeeth… Pronto nos veremos… Liiiiilibeeeth… Liliii… Liiiiii… Ag.
La jovencita encendió el velador, la radio y abandonó el lecho. Indudablemente, una ducha tibia y un tazón de leche iban a hacerle muy bien, después de esos momentos de angustia.
Y así fue.
Pero –a la mañana siguiente- lo que ella había supuesto una pesadilla más comenzó a prolongarse, aunque ni la misma Lili pudiera sospecharlo todavía. Las voces de Luis y Leandro –a través del teléfono- le anunciaron:
-Esta madrugada falleció la abuela… Nos avisó el encargado del edificio… sí… te entendemos… Nosotros tampoco, Lili…pero…claro… alguien tiene que hacerse cargo de… Quédate tranquila, nena… Después te vamos a ver… Sí…Bien…Besos, querida.
Luis y Leandro visitaron el once “J” la noche del domingo. Lilibeth los aguardaba ansiosa.
Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor por la muerte de la malvada abuela, una emoción rara –mezcla de pena e inquietud a la par- unía a los hermanos con la misma potencia del amor que se profesaban.
-Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos vamos a ocupar de vender los muebles y las demás cosas, ¿eh? Ah, pensamos que no te vendrían mal algunos artefactos. Esta semana te los vamos a traer. La abuela se había comprado televisión en color, licuadora, nevera, aspiradora y lavadora ultra modernos, ¿qué te parece? Lilibeth los escuchaba como atontada. Y como atontada recibió –el sábado siguiente- los cinco aparatos domésticos que habían pertenecido a la viuda de R., que en paz descanse. Su herencia visible y tangible. (La otra Lili acababa de recibirla también, aunque… ¿cómo podía darse cuenta?… ¿Quién hubiera sido capaz de darse cuenta?)
Más de dos meses transcurrieron en los almanaques hasta que la jovencita se decidió a usar esos artefactos que promocionaban en múltiples propagandas, tan novedosos y sofisticados eran. Un día superó la desagradable impresión que le causaban al recordarle a la desalmada abuela y –finalmente- empezó con la licuadora. Aquella mañana de domingo, tanto Lilibeth como su gato se hartaron de bananas con leche.
A partir de entonces comenzó a usar –también- la aspiradora…enchufó la lujosa nevera con congelador…hizo instalar el televisor con control remoto y puso en marcha la enorme lavadora. Este aparato era verdaderamente enorme: la chica tuvo que acumular varios quilos de ropa sucia para poder utilizarlo. ¿Para qué habría comprado la abuela semejante armatoste, solitaria como habitaba en su casa?
A lo largo de algunos días, Llibeth se fue acostumbrando a manejar todos los electrodomésticos heredados, tal como si hubieran sido suyos desde siempre. El que más le atraía era el televisor en color, claro. Apenas regresaba al apartamento –después de su jornada de trabajo y estudio- lo encendía y miraba programas nocturnos. Habitualmente, se quedaba dormida sin ver los finales. Era entonces el molesto zumbido de las horas sin transmisión el que hacía las veces de despertador a destiempo. En más de una ocasión, Lili se despertaba antes del amanecer a causa del “schschsch” que emitía el televisor, encendido inútilmente.
Una de esas veces –cerca de la madrugada de un sábado como otros- la jovencita tanteó el cubrecama, medio dormida, tratando de ubicar la cajita del mando a distancia que le permitía apagar la televisión sin tener que levantarse.
Al no encontrarlo se despabiló a medias. La luz platinosa que proyectaba el aparato más su chirriante sonido terminaron por despertarla totalmente. Entonces la vio y un estremecimiento le recorrió el cuerpo: la imagen del rostro de la abuela le sonreía –sin sus dientes- desde la pantalla. Aparecía y desaparecía en una serie de flashes que se apagaron –de pronto- tal como el televisor, sin que Lilibeth hubiera –siquiera- rozado el control remoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el once “J” como un huésped favorito.
La pobre chica no se atrevía a contarle a nadie lo que estaba ocurriendo.
-¿Me estaré volviendo loca? –se preguntaba, aterrorizada. Le costaba convencerse de que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaban formando parte de su realidad cotidiana.
Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un cuaderno esos hechos que solamente ella conocía, tal como se habían desarrollado desde un principio.
Y anotó, entonces, entre otras muchas cosas que…
“La aspiradora no me obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la dirección que deseo… (…) El aparato pone en acción ‘sus propios planes’, moviéndose donde se le antoja… (…) Antes de ayer, la licuadora se puso en marcha ‘por su cuenta’, mientras que yo colocaba en el vaso unos trozos de zanahoria. Resultado: dos dedos heridos. (…) La nevera me depara horrendas sorpresas. (…) Encuentro largos pelos canosos enrollados en los alimentos, aunque lo peor fue abrir la congeladora y hallar una dentadura postiza. La arrojé a la basura…(…) La desdentada imagen de la abuela continúa apareciendo y desapareciendo –de pronto- en la pantalla del televisor durante los programas nocturnos…(…) Mi gato Zambri parece percibir todo (…) se desplaza por el apartamento casi siempre erizado(…) Fija su mirada redondita aquí y allá, como si logara ver algo que yo no. (…) El único artefacto que funciona normalmente es la lavadora… (…) Voy a deshacerme de todos los demás malditos aparatos, a venderlos, a regalarlos mañana mismo… (…) Durante esta siesta dominguera, mientras me dispongo a lavar una montaña de ropa…”
(AQUÍ CONCLUYEN LAS ANOTACIONES DE LILIBETH. ABRUPTAMENTE, Y UN TRAZO DE BOLÍGRAFO AZUL SALE COMO UNA SERPENTINA DESDE EL FINAL DE ESA “A” HASTA LLEGAR AL EXTREMO INFERIOR DE LA HOJA.)
Tras un día y medio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparon mucho y se dirigieron a su apartamento.
Era el mediodía del martes siguiente a esa “siesta dominguera”.
Apenas arribados, Luis y Leandro se sobresaltaron: algunas vecinas cuchicheaban en el descansillo de la escalera, otra golpeaba la puerta del once “J”, mientras que el portero pasaba la mopa una y otra vez.
-No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende al teléfono, no responde al timbre ni a los gritos de llamada… Desde ayer que…
Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la puerta hacia el corredor general, como un río casero.
Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde adentro. Luis y Leandro llamaron a Lili con desesperación. La buscaron con desesperación. Y –con desesperación- comprobaron que la muchacha no estaba allí.
El televisor en funcionamiento –pero extrañamente sin transmisión a pesar de la hora- enervaba con su zumbido.
En la cocina, “la montaña” de ropa sucia junto a la lavadora, en marcha y con la tapa levantada.
Medio enroscado a la paleta del tambor giratorio y medio colgando hacia afuera, un camisón de Lilibeth; única prenda que encontraron allí, además de una pantufla casi deshecha en el fondo del tambor.
El agua jabonosa seguía derramándose y empapando los pisos.
Más tarde, Luis ubicó a Zambri, detrás de un cajón de soda y semi-oculto por una pila de diarios viejos. El animal estaba como petrificado y con la mirada fija en un invisible punto de horror del que nadie logró despegarlo todavía. (Se lo llevó Leandro.)
El gato, único testigo.
Pero los gatos no hablan. Y la policía, las anotaciones del cuaderno de Lilibeth la parecieron las memorias de una loca que “vaya a saberse cómo se las ingenió para desaparecer sin dejar rastro”… “una loca suelta más”… “La loca del once J”… como la apodaron sus vecinos, cuando la revista para la que yo trabajo me envió a hacer esta nota.

Elsa Bonermann. ¡Socorro! (12 cuentos para caerse de miedo).  Ed. Alfaguara

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Vamos a imitar, ahora, el trabajo que hizo Lilibeth en un cuaderno. Allí había algunas de las sensaciones que se vivieron en el once “J”. Tenía que ordenar lo que había pasado y eso es lo que hoy puedes hacer tú. Vas a leer momentos, situaciones, personajes que estaban allí, como el gato Zambri, extraños acontecimientos… Y un largo etcétera. Lilibeth se decidió a anotarlo en un cuaderno. Ahora te toca a ti. Puedes utilizar un cuaderno, como ella, unos folios, un archivo o lo que uses habitualmente. Numera los acontecimientos, según van sucediendo en la lectura. Escribe luego Verdadero (V) o Falso (F), como corresponda.

a)   Luis y Leandro se casaron y la hermana Lilibeth se quedó sola    V / F
b)   La más pequeña de los hermanos fue la que más sufrió        V / F
c)   Ninguno de los tres hermanos sintió la muerte de la abuela    V / F
d)   Una noche, Lilibeth vio la imagen de la abuela muerta. Una imagen sin dientes de su cara apareció en el televisor    V / F
e)   Lilibeth encuentra una dentadura postiza en la congeladora   V / F
f)   La historia la escribe alguien que trabaja en una revista           V / F
g)   El único testigo de las cosas que pasaron fue el gato       V / F

 Palabra magica
Hoy la palabra mágica es pesadilla.

Puedes ver, en internet, este video que nos transmite imágenes de lo que suponen las pesadillas, en los seres humanos que las padecen. También te diremos que hay profesionales que interpretan las pesadillas, si se las contamos. Es decir, que se pueden interpretar los sueños. En la siguiente página, encontrarás varias explicaciones que dan los profesionales a los sueños o a las pesadillas que tenemos. Porque todas y todos tenemos, alguna vez, ese tipo de sueños. A ver si encuentras lo que buscas y, sobre todo, que esta noche, cuando te acuestes, tengas ¡felices sueños!

Cuentame
Creemos que ha llegado el momento (para ti y para nosotros). Como lo que te hemos deseado es que, esta noche, pases felices sueños, una de las mejores maneras es recordar. A lo mejor, si recuerdas antiguas noches en que has tenido pesadillas, podrás escribirlo. Es una cuestión de memoria y, diciéndolo, puede que te liberes de esa horrible pesadilla que se te ha repetido. Así pues, haz ese ejercicio del recuerdo y cuéntanos aquella o aquellas terribles noches.

De todas las maneras, también es bueno contar los malos momentos a las personas que te quieren: familia, amigas o amigos, médicos que conozcas y gente que te puede ayudar. No te olvides de ellos o de ellas y todo en tus días y en tus noches ira por muy buen camino. ¡Mucha suerte!

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Elsa Bonermann
Nació el 20 de febrero de 1952, en el barrio de Parque de los Patricios, en Buenos Aires (Argentina) y murió el 24 de mayo de 2013 en la misma ciudad.
Escritora vocacional pues ya desde pequeña tenía claro que quería serlo. Licenciada en Letras. Su literatura aunó inteligencia y audacia, aportando una fantasía sin límites, en historias de amor, de miedo o de terror. Escribió cuentos irreverentes, políticamente incorrectos para la época.
Ha recibido varios premios.

Nuestro observatorio

Se pueden consultar más datos biográficos sobre la autora en Imaginaria.

Bibliografía

Ofrecemos, a continuación, una relación  de libros tomada también de la página web de Imaginaria.

 

Las tres plumas. Joan Manuel Gisbert. Editorial Bruño

13 Jun

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Cuando Clara cumplió los ocho años, su padre le dijo que ya tenía edad para atravesar el bosque sola. Así podría ir a llevarle a la abuela cada semana una buena cantidad de las frutas silvestres que encontraba.
Pero el bosque era tan espeso que impresionaba. Le daba miedo a Clara, y se lo dijo a su padre.
-No te preocupes. Las aves te darán lo que necesitas.
Su padre llamó al cuervo y le preguntó:
-Cuervo amable, ¿le darás una de tus plumas a Clara?
El cuervo se arrancó una pluma negra y se la dio.
-¿Qué voy a hacer con ella? –quiso saber la niña.
-Te dará valor. No tendrás miedo en el bosque –respondió su padre.
-No es bastante –dijo Clara-. Me perderé.
Entonces el buen hombre llamó a la golondrina, y la golondrina acudió.
Le dijo el padre:
-Golondrina amable, ¿le darás una de tus plumas a Clara?
-La golondrina se arrancó una pluma gris y se la dio.
-¿Qué voy a hacer con ella? –preguntó la niña.
-Te ayudará a orientarte. No te perderás en el bosque –dijo el padre.
-No es bastante –dijo Clara-. Me cansaré.
Entonces el padre llamó a la urraca, y la urraca apareció. Le dijo el nombre:
-Amable urraca, ¿le darás una de tus plumas a Clara?
El ave se quitó una pluma azul y se la dio.
-¿Qué voy a hacer con ella? –dijo la niña, aunque ya lo adivinaba.
-Te dará fuerza y vigor. No te cansarás en el bosque.
A continuación, le puso las tres plumas en el pelo y le dijo:
-Ya estás preparada. En marcha. No te toques las plumas por nada. Las llevas muy bien colocadas. No se te caerán.
Convencida de que las plumas la protegerían, Clara se puso en camino a través del bosque.
Pasado un rato, el cuervo se sintió molesto a causa de la pluma que le faltaba y decidió recuperarla.
Sin que Clara lo notara, pasó volando sobre su cabeza y se la llevó.
A la niña le pareció sentir miedo, pero se dijo:
-No puedo tenerlo. La pluma negra de cuervo que llevo en el pelo no deja acercarse al miedo.
Y el miedo se le quitó. Siguió andando.
Más tarde, la golondrina notó que volaba mal a causa de la pluma que le faltaba y decidió ponérsela otra vez.
Sin que Clara se diese cuenta, pasó volando por encima de su cabeza y se la quitó.
En aquel momento, la niña temió estarse perdiendo en el bosque, pero pensó:
-No puedo perderme. La pluma gris de la golondrina está en mi pelo. Voy bien orientada.
Tenía razón. Lo estaba. Siguió andando sin preocupación.
Más adelante, la urraca se miró en un lago y no le gustó nada a causa de la pluma que le faltaba. Sin que Clara lo advirtiera, pasó volando sobre su cabeza y la recuperó.
En aquel momento, la niña se se sintió muy cansada y temió no poder dar ni un paso más, pero se dijo:
No puede ser. La pluma azul de urraca que llevo en el pelo me da vigor y fuerza. No estoy cansada.
Y siguió andando con más ánimo que antes.
Ya era media tarde cuando un rayo de sol atravesó las copas de los árboles y alcanzó a Clara.
La niña vio su sombra proyectada y se alarmó:
¡En su pelo no estaba ninguna de las tres plumas! Se llevó las manos a la cabeza y comprobó el desastre. De pronto, todos los miedos le volvieron. El bosque la asustaba y se sentía perdida y muy cansada, incapaz de dar ni un paso más.
Casi a punto de llorar, quieta en el sitio, miró adelante. Al momento, el gran susto se le pasó.
¡Ya se veía la casa de la abuela! ¡Había cruzado el bosque! Clara se dijo en seguida:
-Seguro que las plumas se me cayeron al poco de haber echado a andar. ¡He hecho todo el camino sin ellas, ya no las volveré a necesitar!
Y echó a correr llamando a la abuela.

Joan Manuel Gisbert.  Compañeros de sueños. Ed. Bruño

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

A lo mejor, esta lectura te recuerda a una que leíste o escuchaste, cuando tenías menos años. ¿La recuerdas?
Sí, exactamente. Te acuerdas. Era Caperucita roja. Aquí puedes encontrar cuentos de los autores más conocidos
Cuentos de Perrault
Caperucita y otros cuentos de los Hermanos Grimm

En este texto, Joan Manuel Gisbert nos cuenta la historia de Clara, que también iba a ver a su abuelita. Aunque aquí no va a llevarle una tartita. Le llevaría unas cuantas frutas silvestres.

Clara vio el bosque y tuvo miedo. ¿Y quién no lo tendría? Si quieres pasar miedo, pero miedo de verdad, aquí te ofrecemos algunos títulos de libros, para que los leas cuando estés cerca de alguien que te ayude:
La cala del muerte
Monstermanía. Todo lo que necesitas saber sobre fantasmas, hombres lobo, brujas y vampiros 

Cuando Clara tuvo miedo, se lo dijo a su padre y fue él quien pensó la solución. Él era amigo de las aves y estas ayudarían a su hija en el tenebroso bosque. El cuervo, la golondrina y la urraca conseguirían, si prestaban una pluma cada una, que su hija atravesase aquel bosque. Clara iba a tener así: valor, orientación, fuerza.
El cuervo, la golondrina y la urraca conseguirían, si prestaban una pluma cada una, que su hija atravesase aquel bosque. Clara iba a tener: valor, orientación y fuerza.
Lo que sí parece es que aquel padre y aquella hija, Clara, tenían una fantástica relación. Confiaban los dos.

¿Podrían lograr que algo tan simple, tan sencillo como unas plumas lograr esas cosas mágicas? No, no eran las plumas de cuervo ,golondrina y urraca. Eso pertenece a la magia que tiene la literatura. En este caso, el precioso texto de Joan Manuel Gisbesrt nos presenta el amor en una familia que se quiere y por ello confían.
Muchas veces, en la familia, en los amigos, en los vecinos y en nosotros mismos hemos escuchado esta frase:
¡Es que no me fío de él (o de ella)! Yo creo que me está engañando.
Y cuando eso sucede, es posible que la relación se acabe. Aunque esto no ocurría con Clara y su padre.

Sucedieron muchas cosas en aquel camino por el bosque. E incluso Clara perdió lo más preciado que llevaba: las plumas que su padre consiguió de las aves, por su amistad con ellas.
Cuervo
Golondrina
Urraca

Palabra magica

La palabra mágica de hoy es seguir.

El cuervo recuperó su pluma negra y Clara se quedó sin ella. Pero siguió andando. La golondrina decidió volver a ponerse su pluma, para volar mejor y Clara se quedó sin ella. Pero siguió andando. La urraca, después, también se llevó su pluma azul. Pero Clara siguió andando. Muchas fueron las complicaciones que tuvo Clara. Puede resultar terrible perderse en el bosque y lo sabía. Pero siguió andando.

Las cosas que hacemos, que pensamos, que queremos no siempre salen como nos gustaría que saliesen.
“Me he pasado todo el día haciendo esto y ¡mira! Se ha ido a la porra. ¿Por qué? ¡Se acabó! Ya no lo hago más.
¡No hay derecho! ¡Es una injusticia! Lo había preparado perfectamente y ¡mira! Lo he perdido todo.
No hay solución. Lo siento, pero estoy harta (o harto). Ya no sigo. Me da igual lo que pase”.

Esto lo has dicho o lo has oído muchas, muchísimas veces. Pero lo que recomendamos  Clara y nosotros es nuestra palabra mágica de hoy: seguir. “Y siguió andando con más ánimo que antes” –dice el autor del texto. Ya no había plumas que la guiasen. Estaba a punto de llorar por el desastre que ocurrió al perder sus guías. Su GPS que la llevaba donde quería, ese mapa de navegación que le dieron las aves con sus plumas.

Pero atención: Clara lo consiguió y allí, adelante, pasaron los miedos y el gran cansancio. ¡Ya se veía la casa de la abuela! Y fue entonces cuando se dio cuenta de que nunca más necesitaría aquellas plumas. Lo había logrado ella sola.

Cuentame

¿Cuál ha sido tu hazaña más difícil? ¿Cuándo has sentido miedo de verdad? ¿Has tenido que ir a perseguir, en la noche más oscura, a esos terribles fantasmas, que sólo existen en nuestra mente? ¿Iba con su sábana, aterrorizando a toda la casa?

Dependiendo del grado de maduración de los lectores, podemos tratar determinados temas.

De los siguientes miedos que muchos y muchas hemos sentido o sentimos, escribe, en este cuadro, cómo puntuarías los miedos, de 1 a 5. El que más miedo te da es un 5 y un 0, el que menos.

Nuestros miedos

Animales

Daño físico a tu cuerpo

Tormentas

Tu aspecto físico

La muerte

No tengo miedo a nada

Los niños de 9 a 12 años
-Miedos que disminuyen: separación de los padres, oscuridad, seres imaginarios y soledad.
-Miedos que se mantienen: animales, daño físico y tormentas.
-Miedos que aumentan: escuela (exámenes, suspensos), aspecto físico, relaciones sociales y muerte
.
Los miedos

Autor

Joan Mnuel Gisbert

Nace en Barcelona el 16 de abril de 1949. Estudió Ingeniería Técnica Eléctrica. Se da cuenta que su vocación es la de escritor después de varios trabajos. Residió en París y estudió técnicas teatrales. Vuelve a Barcelona como director de un grupo de teatro alternativo. Realiza encuentros con lectores.  Escribe guiones para la televiisón e imparte cursos a profesores.
Ha recibidos varios premios.

El autor dice de sí mismo: «Soy y quiero ser un transformador de historias, alguien que mezcla hechos reales e imaginarios, y los cuenta al oído de las gentes, cuando el atardecer viene más oscuro que otras veces y el viento toma voz entre las ramas de los árboles.»

Nuestro observatorio

En la siguiente página web del autor se pueden ampliar datos biográficos y curiosidades.

Bibliografía 

Ofrecemos, a continuación, una selección de libros de Joan Manuel Gisbert  tomada de  Canal Lector.