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Tor-4. José Antonio del Cañizo. Editorial Noguer (Recomendado: 11-12 años)

18 Sep

abuelocosas

Y todos los robots de la ciudad eran como es debido: trabajaban sin parar todo el día, cada uno en su puesto previamente fijado y numerado. Formaban interminables filas de robots idénticos situados en cadenas idénticas en las que apretaban tornillos idénticos con gestos idénticos. Extraían vagonetas idénticas de túneles idénticos de minas idénticas. Circulaban por la ciudad en filas uniformes, a velocidad uniforme, a determinadas horas exactas, y se metían por unas puertas (todas iguales) en unas viviendas (todas iguales) cuyo interior parecía más el de una nevera vacía que el de una casa. Allí recargaban sus baterías, se engrasaban y se bebían su lata de aceite multigrado, y volvían a empezar.
Todos menos él, menos el padre de PP-13.
Para empezar, todos se llamaban XXY-397, o C3PO, o R2D2, o TDK-SA, y cosas así, mientras que él se llamaba Torcuato. En realidad, ese era su nombre clandestino, pues lógicamente en la ciudad de los Robots estaba severamente prohibido llamarse Torcuato o Hermenegildo o Perico o Cosme, claro. Así que él no se lo había dicho a nadie, y fingía llamarse TOR-4, pero cuando los altavoces le llamaban así, él siempre se reía por lo bajo y decía entre dientes: “¡Por qué poquito! ¡Caliente, caliente!”.
Además, él no trabajaba en ninguna de las cosas en que trabajaban los demás, ni vivía en una casa como las de los demás, ni caminaba en las filas en que se marchaban los demás. ¿A qué se dedicaba? ¿En qué trabajaba? En una cosa increíble, absurda, algo que nadie había oído hasta que él lo dijo. Y seguían sin entender lo que era. Él decía que era jardinero.
-¿Jardinero? ¿Qué será eso? –se dijeron los cerebros electrónicos, que ya le habían dejado bastantes veces por imposible; pero que siempre estaban en un tris de decidirse de una vez desintegrarlo. Para averiguarlo, no había otro método que observar lo que hacía. Y cuando se fijaron en lo que hacía, los cerebros electrónicos se quedaron boquiabiertos.
La ciudad estaba totalmente rodeada de una valla de tela metálica que se ceñía a los últimos bloques como un cinturón bien apretado, para separar perfectamente la ciudad del absurdo e inútil campo que la rodeaba. Pues bien: por un fallo totalmente incomprensible, debido a un inimaginable error que se había deslizado en los planos, en un lugar concreto había quedado un hueco entre los altísimos muros de acero inoxidable de primera calidad y la tela metálica irrompible y llena de pinchos en la parte de arriba. Era apenas un pedacito de tierra de forma triangular, de tan solo unos metros cuadrados.
Como aquella diminuta parcela cayó justo delante de su casa, y como en ella empezaban a asomar unas incipientes  y tiernas plantuchas pequeñajas, Torcuato descubrió al instante su verdadera vocación y, en el acto, se salió de todas las filas y se hizo jardinero.
Con trozos de chapas oxidadas y hierros retorcidos que cogió en el cementerio de Cerebros Electrónicos montó allí una especie de chabola, y con el cilindro principal del cuerpo de un robot desguazado que yacía en el cementerio de Robots Inservibles hizo un pequeño depósito de agua. El agua sólo se usaba en la ciudad de los robots para los circuitos de refrigeración de motores y turbinas, así que todos se quedaron muy extrañados cuando vieron que TOR-4 se dedicaba a echar agua en aquel diminuto terreno y que las hierbas crecían más.
Poco a poco, pacientemente, el suelo se fue llenando de matojos enanos y hierbajos verdes, todos ellos de lo más corriente y moliente. Pero a Torcuato y a su hijo PP-13 (que era el único robot en toda la historia que se llamaba –clandestinamente- Pepe) les llenaban de entusiasmo y alegría.
Un buen día, un matojo que había nacido al pie de la tela metálica metió uno de sus finos tallitos por uno de los orificios de ésta, lo enredó en el alambre, como sujetándose, y se aupó un poco. Torcuato, entusiasmado, lo regó abundantemente. A los pocos días la planta se agarró al alambre de más arriba y ¡aúpa!, subió un poquito más. Era una enredadera.
Al llegar su hijo, Torcuato se la enseñó, entusiasmado, y entonces PP-13 le sugirió que, si removían la tierra de alrededor, la canija enredadera se encontraría la mar de a gusto y quizás crecería más. Al cavar los dos, enardecidos, dieron en un punto en que el suelo cedió.
Y, ante sus células fotoeléctricas llenas de asombro, la base de la tela metálica, que estaba bajo el nivel del suelo, quedó al descubierto. Sus bombillas verdes destellaron vivamente, y cavaron más aprisa. La blanda tierra del otro lado de la valla cedió también, y bajo la alambrada espinosa quedó abierto un boquete.
De momento no se atrevieron a más. Taparon el hoyo y siguieron regando el jardín, en silencio. Pero en sus cerebros empezaba a bullir una idea.
Al llegar la noche, Torcuato le dijo a su hijo Pepe que él ya estaba viejo para esos trotes; pero que el otro lado de la tela metálica parecía maravilloso, y que fuese a ver.
Horas más tarde, casi al amanecer, su padre, que le esperó toda la noche a pie firme y con el motor latiéndole en el pecho, le vio volver con sus acerados pies llenos de barro, con todas las bombillas encendidas y agitando los brazos de alegría.
En una mano traía una amapola.

José Antonio del Cañizo. Las cosas del abuelo.  Ed. Noguer

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Hay algo en el texto de José Antonio que dice exactamente lo que pasaba en aquella ciudad. Es una palabra. Sabemos cómo son todos aquellos robots. Son idénticos. Vamos a echar un vistazo a lo que nos podríamos encontrar en nuestro viaje a la ciudad robotizada (te recomendamos que charles antes con PP-13 o con su padre,  Tor-4).

Esos robots idénticos hacían también cosas iguales: los muros que cerraban la ciudad eran iguales, las filas que formaban eran iguales… En aquella ciudad y en quienes leemos este texto se nos forma una terrible sensación. Todo es igual. Más que igual es idéntico. ¿No te resulta insoportable pensar que nada cambia? Recuerda que ni siquiera tu nombre, tu propio nombre puedes usar.

Por ahora, quienes construimos robots somos los humanos. Es una gran, una inmensa ventaja. Escucha, por ejemplo, este tema que se denomina I robot (Yo robot). Si te gustan, hay más temas de The Alan Parsons Project, en esta página.


Palabra magica
Hoy la palabra mágica es tallitos. ¿Se puede pensar en algo más mágico que aquella plantita que vieron nacer Tor-4 y PP-13 entre tela metálica, alambres, hierros y células fotoeléctricas? Y otra pregunta: ¿deberíamos acabar con todos los robots que hay en la Tierra, por si acaso? Luego, en el apartado Cuéntame, puedes dar tus respuestas a estas cuestiones. Aunque antes de contarnos tu opinión, pensamos que puede ser interesante, también, ver la cantidad de cosas muy positivas, algunas incluso fantásticas que hacen esas máquinas que llamamos robots.

Y aquí tienes, ahora unos tallos jóvenes de plantas. Unos tallitos de esa maravillosa planta que huele tan bien y que se usa mucho en la cocina. También tiene propiedades medicinales.

Cuentame
El autor del texto, José Antonio del Cañizo, es un experto en plantas y jardines. Y él es el que ha escrito este texto, donde concede unas posibilidades a las máquinas. Los robots.

Quizá lo mejor es que podamos convivir con todo, si somos capaces de proteger la naturaleza para que la Tierra siga existiendo. A lo mejor, los robots nos pueden ayudar a esa protección. ¿No crees? Piensa un poco en estas cosas y coméntalo con tus compañeros.

Autor

José Antonio del Cañizo

Nace el 5 de enero de 1938 en Valencia (España).
Es Doctor Ingeniero Agrónomo especialista en Jardinería y Zonas Verdes por la Universidad Politécnica de Madrid. Ha ejercido su profesión en Málaga. Ha escrito libros de botánica y jardinería, además de literatura infantil y juvenil.
Se jubilo en 2003 y desde entonces se dedica en exclusiva a escribir y dar conferencias.
Por su labor literaria, dirigida al público infantil y juvenil, ha obtenido numerosos premios, entre los que destaca el Premio Lazarillo de Creación en 1981 por la obra Las cosas del abuelo.

 
Nuestro observatorio

Más datos biográficos del autor y anécdotas suyas en su blog

Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una selección de libros de libros de José Antonio Cañizo en Canal Lector 

Tistú. Maurice Druon. Editorial Juventud (Recomendado: 13-14 años)

5 Sep

tistueldelospulgares

Donde se confía a Tistú al señor Tronadizo, que le da una lección de orden

No cabía duda de que el temperamento explosivo del señor Tronadizo tenía por causa su prolongado trato con los cañones.
El señor Tronadizo era el hombre de confianza de Señor Padre. El Señor Tronadizo vigilaba a los numerosos empleados de la fábrica y los contaba cada mañana para asegurarse de que no faltaba ninguno; miraba el interior de los cañones para saber si estaban bien derechos; comprobaba por la tarde el cierre de las puertas, y con mucha frecuencia se quedaba a trabajar hasta de las cifras muy avanzada la noche para convencerse de la alineación perfecta en los gruesos libros de cuentas. El señor Tronadizo era un hombre ordenado.
No es de extrañar, pues, que el Señor Padre pensara en él para proseguir al día siguiente la educación de Tistú.
-¡Hoy lección de ciudad y lección de orden! –gritó el Señor Tronadizo de pie en el vestíbulo, como si se dirigiera a un regimiento.
Es conveniente precisar que el Señor Tronadizo había pertenecido al ejército antes de pertenecer a los cañones; y si no fue él quien inventó la pólvora, por lo menos sabía emplearla.
Tistú se dejó resbalar por el pasamanos.
-Sírvase subir, y bajar por las escaleras –le dijo el Señor Tronadizo.
Tistú obedeció aunque le pareciese una inutilidad eso de volver a subir para volver a bajar, puesto que ya estaba abajo.
-¿Qué lleva usted en la cabeza? –preguntó el Señor Tronadizo.
-Una gorra a cuadros…
-Pues entonces póngasela usted derecha.
No vayáis a creer que el Señor Tronadizo era un hombre malo; es solamente que tenía las orejas muy coloradas y que le gustaba enfadarse por un quítame allá esas pajas.
“Hubiese preferido seguir aprendiendo con Mostacho”, se decía Tistú.
Y se puso en camino al lado del Señor Tronadizo.
-Una ciudad –empezó el Señor Tronadizo, que había preparado cuidadosamente la lección- se compone, como usted puede ver, de calles, de monumentos, de casas y de gente que vive en esas casas. A su juicio, ¿qué es lo más importante de una ciudad?
-El Jardín Botánico –repuso Tistú.
-No –replicó el Señor Tronadizo-; lo más importante de una ciudad es el orden. Sin orden, una ciudad, un país, una sociedad, no son más que viento y no pueden perdurar. El orden es una cosa indispensable y para conservar el orden hay que castigar el desorden.
“Sí, claro, el Señor Tronadizo debe de tener razón –pensó Tistú-, pero ¿por qué gritará tan fuerte? Es una persona mayor con voz de trompeta. ¿Tanto ruido hay que hacer a causa del orden?”
Por las calles de Mirapelo, las gentes se volvían a mirarlo y a Tistú le daba vergüenza.
-¡Tistú, no se distraiga! ¿Qué es el orden? –preguntó el Señor Tronadizo con expresión severa.
-¿El orden? Es cuando uno está contento –respondió Tisú.
El Señor Tronadizo dio un gruñido y las orejas se le pusieron más coloradas que de costumbre.
-Me he fijado –prosiguió Tistú sin dejarse intimidar- que mi poni Gimnasia, por ejemplo, cuando está bien almohazado, bien peinado, y tiene las crines trenzadas con papel de plata, parece mucho más contento que cuando todo anda lleno de porquería. Y también sé que el jardinero, Mostacho, sonríe a los árboles cuando están bien podados. ¿Verdad que eso es el orden?
Aquella contestación no pareció satisfacer demasiado al Señor Tronadizo cuyas orejas se pusieron aún más coloradas.
-¿Y qué se hace con la gente que extiende el desorden?–preguntó.
-Pues tienen que ser castigados; seguro… -repuso Tistú, pensando que “extender el desorden” era un poco como “extiendes los juguetes por todas partes”, “extiendes las migas por toda la mesa”.
-Se les encierra ahí –declaró el Señor Tronadizo señalando con un ampuloso gesto una inmensa pared gris, sin una ventana, una pared que no era corriente.
-¿Esto es la cárcel? –dijo Tistú.
-Aquí es –contestó el Señor Tronadizo-. Es el monumento que sirve para mantener el orden.
Anduvieron a lo largo de la pared y llegaron ante una alta reja negra, erizada de afiladas puntas. Y detrás de la verja negra había otras verjas negras, y detrás de la pared triste, otras paredes tristes. Y todas las paredes y todas las verjas estaban igualmente rematadas por pinchos.
-¿Por qué ha puesto el albañil estos pinchos tan feos por todos lados? –preguntó Tistú-. ¿Para qué sirven?
-Para impedir que los presos se escapen.
Si esta cárcel fuera más bonita –dijo Tistú- quizá tendrían menos ganas de marcharse…
Las mejillas del Señor Tronadizo se pusieron tan rojas como sus orejas.
-“Qué niño más extraño –pensó-. Habrá que enseñárselo todo.” Y añadió en voz alta:
-Deberías saber que los presos son hombres malos.
-¿Y los meten ahí para curarles la maldad?
-Se les mete aquí para impedir que hagan daño a los demás.
-Pues aprenderían mucho más deprisa si esto fuera más bonito…-insistió Tistú.
“Ah, es testarudo”, pensó el Señor Tronadizo.
Detrás de las rejas, Tistú vio a unos hombres que caminaban formando corro; iban con la cabeza baja, sin pronunciar palabra. Parecían terriblemente desgraciados con aquel cráneo afeitado, aquellos trajes a rayas y aquellos zapatones.
-¿Qué hacen ahí?
-Están en el recreo –contestó el Señor Tronadizo.
“¡Pues vaya! –pensó Tistú-. ¡Si ese es el recreo, lo que serán las clases! Esta cárcel es demasiado triste.”
Tenía ganas de llorar y no pronunció palabra en todo el camino de regreso. El Señor Tronadizo interpretó aquel silencio como un buen síntoma y pensó que la lección de orden había dado sus frutos.
Sin embargo, escribió en la libreta de notas de Tistú: “A este niño hay que vigilarlo de cerca; se hace demasiadas preguntas».

Maurice Druon. Tistú el de los pulgares verdes. Ed. Juventud

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto
En el texto que acabamos de leer, hay dos personajes. Dos formas distintas de ser, de pensar lo que es la vida. De estar en el mundo y observar a la gente, lo que piensa, lo que hace y cómo es. El señor Tronadizo, uno de los personajes, tenía un trabajo que no era el más animado y creativo, especialmente. Trabajaba en una ¡fábrica de cañones! ¡Sí, de cañones!

Pero antes, creemos que te vendría bien saber un poco de este estupendo libro. Casi seguro que luego lo leerás completo y te garantizamos que no te defraudará.

Tistú era el hijo del Señor Padre, que quería que su hijo aprendiera todo lo referente a sus negocios. En este caso, le había tocado ir a la fábrica de cañones, uno de esos negocios del Señor Padre. Al mando de la fábrica estaba el Señor Tronadizo, que era un hombre de confianza del Señor Padre. Comprobaba que los empleados trabajaban bien y que los cañones estaban en perfectas condiciones. Un difícil trabajo que el Señor Tronadizo realizaba a la perfección y, por eso, el Señor Padre pensó que él podría dar unas buenas lecciones a Tistú.

Pero Tistú pensaba cosas muy distintas. Lo sabemos desde el principio del texto. Cuando los dos, el Señor Tronadizo y Tistú dicen lo que es importante en una ciudad. El Señor Tronadizo dice: lo más importante es el orden. Tistú dice: el Jardín Botánico.

Con lo que ya llevamos leído, pensemos sólo una cosa: ¿tendrá que ver el título del libro, Tistú el de los pulgares verdes, con esta afición por el Botánico?

No te queremos desvelar el libro entero, por si te apetece leerlo. Pero sí te avanzamos que en Tistú hay una magia, en esos pulgares verdes. ¿Cuál de estas razones crees que tiene más posibilidad de ser la verdad de esta historia? No olvides que hay una magia en esos pulgares (es la pista que te damos).

1)Tistú escribía siempre con un rotulador de color verde y se le manchaban los dedos.
2)Todo lo que tocaba Tistú con aquellos pulgares verdes se convertía, mágicamente, en una planta.
3)Tistú padecía una rara enfermedad. A los que les gustaba el Jardín Botánico, se les volvían verdes tres partes del cuerpo: los dedos, las orejas y las uñas de las manos y de los pies.

(La verdadera es la 2)

 Palabra magica                            

Hoy la palabra mágica es orden. ¿Piensas que el Señor Tronadizo tenía razón? La verdad es que si reflexionamos, llegamos a diferentes conclusiones. Por lo que parece en la lectura, da la impresión de que para el Señor Tronadizo es muy, pero que muy importante esa palabra. Casi imprescindible para vivir. Y, sin embargo, creemos que para Tistú no lo es tanto. Como no estamos totalmente seguros o seguras, vamos a hacer una cosa: de las siguientes situaciones, ¿dónde crees que es muy positivo llevar un orden? ¿Y dónde depende de las aficiones, de los acuerdos a que hayamos llegado, de la suerte que hemos tenido, de la capacidad que tengamos, de la preparación y el entrenamiento que hayamos realizado, de cosas que a ti se te ocurran? Valora, en las acciones siguientes, del 1 al 10, la importancia que concedes al orden. Escribe luego, tres acciones en las que el orden es importantísimo y tres en las que el orden no se necesita para nada, porque depende de otras cosas.

1)   En la cola de un cine
2)   En la elección de tu juego favorito
3)   En la resolución de problemas de matemáticas  
4)   En quién acaba primero la comida
5)   En la cola de un transporte público

Cuentame
Hoy te vamos a pedir un favor. ¿Nos puedes decir, como si fueras Tistú, lo que a ti te parece más bonito, más interesante, más misterioso, más divertido, de la localidad donde vives? Necesitamos fotos, palabras, dibujos y todo lo que consideres que nos puede ayudar a hacer una visita o una excursión a ese precioso lugar donde vives. Imagina, para tu información, que somos cinco personas de un instituto y que estamos en 3º de ESO. ¿Hay algún transporte en el que podamos viajar? Dinos qué cosas, qué lugares, qué edificios nos van a encantar en la visita.

 Autor

Maurice Druon

Nació en París (Francia) el 23 de abril de 1918 y murió en la misma ciudad el 14 de abril de 2009.
Pasó su infancia en Normandía y realizó sus estudios secundarios en el Liceo Michelet. Comienza a publicar en revistas y periódicos literarios a los dieciocho años, mientras cursaba la carrera de Ciencias políticas (1937-1939). Se unió al movimiento de la Resistencia  y compusó junto a un tío suyo la canción Chant des Partisans. Al acabar la Segunda Guerra Mundial se dedica al periodismo y a la literatura. Participó también en la política a partir de 1973.
 Nuestro observatorio

Más datos biográficos del escritor.