Mi pueblo tiene una estación o un apeadero por donde pasan los trenes. Trenes de mercancías y de personas.
Supongo que cuando construyeron la estación, allá en su día, era lo más importante que había pasado en la historia de Piñares. Aquello fue, creo yo, en las últimas décadas del siglo XIX.
O sea que han pasado los últimos años del siglo XIX, todo el siglo XX y los años que llevamos del XXI. Lo de los siglos me lo enseñaron hace unos cuantos cursos.
El Ayuntamiento de esa época, que quería que el pueblo progresara, hizo un paseo arbolado que uniera el pueblo con la estación. Y, para que la gente paseara a la sombra, plantaron olmos, una larga hilera de olmos a cada lado del paseo.
Me imagino a las distinguidas veraneantes llegadas de las ciudades, unas señoritas vestidas con faldas largas y estrechas paseando con la sombrilla, como en los cuadros y en las viejas fotos en blanco y negro, acompañadas de señores muy peripuestos tocados (1) con sombrero de copa y con bastón, yendo y viniendo a la sombra de los olmos.
El paseo quedó muy bonito; qué digo bonito, una verdadera preciosidad. Todo un paseo arbolado por el que iban y venían los carros y los carruajes de caballos con pasajeros y maletas, y luego los coches y los camiones con sus mercancías.
Lo describo con tanto detalle porque en el súper de mi abuelo hay un panel con postales en blanco y negro.
En aquella época, si la gente quería salir a lucirse, como dice mi madre, no le quedaba más remedio que ir de arriba abajo por el paseo de la estación. Hasta que llegó la “grafiosis”. ¿A que suena a enfermedad? Normal, porque es una enfermedad que en vez de atacar a las personas ataca a los árboles.
Y ni eso, porque en realidad sólo ataca a los olmos. Y los mata, no importa lo altos y grandes que sean. Una verdadera plaga. Se los carga.
Y eso fue lo que pasó en el año 1981 o en 1982. No estoy muy segura porque yo todavía no había nacido. Anda que no me quedaban años para venir al mundo. Pero nos lo contó Marcial con todo detalle. Fue una de las mayores catástrofes de la historia de Piñares.
Doña Upe, que sí había nacido, sabía la historia. Por eso invitó a Marcial a nuestra clase la víspera de una primavera para que nos contara la historia del olmo del que intento hablar desde el comienzo.
“Maldita grafiosis”, dice la gente cuando recuerda el paseo de la estación, un paseo frondoso (2) que se convirtió en un paseo de troncos esqueléticos con las ramas secas y ennegrecidas.
Así que, al Ayuntamiento de Piñares, cien años después de plantar los olmos, no le quedó más remedio que contratar una cuadrilla de leñadores para que los talaran.
No sé si estoy dando un rodeo muy grande para explicar esto de los olmos y de la grafiosis.
Pero, en realidad, del que quiero hablar es de Marcial. Así que tampoco es que esté perdida con tantas explicaciones.
Marcial formó parte de aquella cuadrilla de ocho leñadores a quienes se encargó que hicieran leña de todos los olmos del paseo. A todos. Cien en total: cincuenta a un lado y cincuenta al otro. Esa era la orden. Cuatro leñadores a cada lado del paseo. Imagino a los jubilados y a los curiosos que andarían por allí, observando los trabajos en silencio.
Las cuadrillas tenían por delante una buena tarea: talar cien olmos. Claro, un olmo de cien años no es un arbolito cualquiera; aunque estuvieran enfermos, eran unos árboles muy grandes.
El capataz decidió empezar por la estación. Los leñadores, con sus motosierras, hacían una cuña en la parte baja del tronco y daban un corte transversal buscando su caída. El olmo se daba de bruces con el suelo como un gigante desplomado. Luego cortaban las ramas grandes y después el ramaje menudo. Como hacíamos Marcial y yo con el ramaje de los pinos.
Fueron cayendo uno tras otro. Pero al llegar a uno de aquellos olmos, Marcial se dio cuenta de que le brotaban unas ramas verdes y no estaba seco del todo. Entonces él, como si fuera un médico que ve signos de esperanza en un enfermo, les dijo a los compañeros que aquel olmo no se cortaba.
-A este le vamos a dar una tregua.
Pero sus compañeros le recordaron que los habían contratado para talar todos los olmos. Y que aquel tenía unos brotes, sí, pero que, antes o después, le esperaba el mismo destino. Que la grafiosis no lo perdonaría.
-Ya he dicho que no; que a este no –se mantenía en sus trece.
-Marcial, no seas cabezota.
Estuvieron un rato porfiando entre ellos y, como Marcial no cedía, sus compañeros avisaron al capataz, que andaba con la otra cuadrilla.
El capataz dijo con autoridad:
-A todos. A este también.
-No, a este no –respondió Marcial muy sereno.
Pero el capataz no cedía:
-Todos, Marcial. Debemos cortar todos los olmos. Tenemos ese compromiso con el Ayuntamiento.
-A este le vamos a dar unas semanas de tregua. A lo mejor se recupera.
-Si han muerto todos, este no tardará en morir. Una plaga es una plaga. Parece mentira que no lo sepas.
-Este no, todavía no.
-No seas cabezota, Marcial. Tengo orden de cortar todos.
-Este no.
-Este sí, Marcial.
Entonces Marcial trepó tronco arriba y, para dejar claro que no pensaba bajarse de allí, gritó:
-¡Tengo un presentimiento con este olmo, y no me bajo aunque me tenga que comer aquí las uvas de Navidad!
-¿Qué presentimiento vas a tener? Ya estás viendo que padece grafiosis.
-Pero nosotros no vamos a adelantarnos a la enfermedad. No lo vamos a tumbar antes de la grafiosis.
Como todos sabían que Marcial era muy terco, el capataz desistió y no quiso seguir discutiendo.
-Está bien, está bien; entonces, que decida el alcalde.
Y el capataz avisó al alcalde para que supiera de la cabezonería de Marcial.
Poco después llegó el alcalde y le dijo que no quería escenitas, que todos estaban muy tristes por la tala, pero que se bajara de inmediato porque no había más remedio que seguir con la tarea.
-Yo no pienso poner los pies en el suelo –advirtió Marcial sin alterarse- si antes no se me asegura que la vida de ese olmo va a ser respetada.
Marcial es el tipo más terco que he conocido, y supongo que el alcalde de esa época no quería escándalos. De ningún tipo. Y un hombre viviendo en la copa de un árbol durante semanas, meses o incluso años, daría mucho que hablar. A lo mejor pensó que un hombre subido en un árbol podía ser un reclamo (3) para la prensa y hasta la televisión.
Así que se llegó a un compromiso a tres bandas entre alcalde, capataz y leñador. Se respetaría el olmo, pero, si más adelante se secaba, Marcial sería el encargado de tirarlo. Él tendría que asumir la responsabilidad, por su cuenta y sin contraprestaciones (4) por parte del Ayuntamiento. Si necesitaba obreros que le ayudasen, el Ayuntamiento se lavaría las manos. Porque la contrata estaba hecha. Y la contrata incluía todos los olmos.
-De acuerdo –dijo Marcial-. Me comprometo.
Las cuadrillas siguieron tirando olmos un día tras otro hasta dejar el paseo limpio de troncos y ramas. Todos menos uno, gracias a la terquedad de Marcial.
Aquel olmo, poco a poco, se fue recuperando, como un enfermo que deja atrás una gripe. Marcial nos confesó en la clase que al árbol le ayudaron mucho sus abrazos, y cada uno de los cubos de agua con fertilizantes (5) y abonos que derramó al pie del tronco. Así que él salvó el olmo. Precisamente él, que se ganaba la vida tirando árboles.
Hoy el olmo es un ejemplar magnífico con una copa redondeada. Y gracias a que Marcial lo defendió cuando querían tirarlo, todos los que nacimos después de aquel año negro de la grafiosis sabemos lo que es un olmo centenario.
(1) Tocados: que llevaban una prenda en la cabeza. En este caso, un sombrero.
(2) Frondoso: abundante en hojas y ramas.
(3) Reclamo: sistema para llamar la atención.
(4) Contraprestaciones: pagos.
(5) Fertilizante: sustancia para favorecer el crecimiento de los frutos, las hojas, las flores, etc.
Ignacio Sanz Martín. El hombre que abrazaba los árboles. Editorial Edelvives
Propuestas para mediadoras y para mediadores.
RECURSOS
En el texto que hemos leído, hay una serie de momentos y situaciones claves en la historia de Piñares. Valoraremos, numerando por su importancia, los hechos que sucedieron en este pueblo, lo que nos permitirá evaluar el nivel de comprensión lectora de los lectores. Hay también situaciones falsas, que no son verdaderas o que nunca se produjeron. Señalaremos con una F estas últimas y con una V las que son verdaderas.
El pueblo está situado muy cerca del mar. Casi en la playa. (F)
El pueblo tiene estación de autobuses y aeropuerto. (F)
En el siglo XIX, construyeron la estación de tren. (V)
En el paseo de la estación pusieron olmos y quedó precioso. (V)
Al pueblo llegó una enfermedad que atacaba a personas y animales. (F)
La grafiosis acabó con todos los olmos plantados. (F)
Uno de los vecinos, Marcial, dijo que un olmo había que salvarlo. (V)
Como todos sabían que Marcial era muy terco, el capataz de los leñadores dijo que decidiera el alcalde lo que había que hacer, para no tener pelea. (V)
Marcial se comprometió a que aquel olmo se recuperara. Le dio abrazos y le echó agua con fertilizantes. (V)
Al final, el olmo no se recuperó. (F)
El olmo se recuperó gracias a Marcial y hoy es un maravilloso árbol centenario. (V)
Hoy la palabra mágica es: centenario. Gracias a Marcial, el olmo sobrevivió y ahora es un ejemplar magnífico. A ver si sobrepasa los cien años. Y es que cien años es mucho tiempo de vida. Por eso, cuando se llega a esa edad, la gente felicita a quien los cumple, porque es difícil tener tanta vida.
Monumento a la Constitución de 1812
Vayan ahora nuestras felicitaciones a todos y a todas los que han celebrado ese fantástico cumpleaños (quizá tendríamos que decir “cumplesiglos”). Transmite a los mayores que conozcas nuestro deseo de que cumplan muchos más.
Marcial defendió a aquel olmo “contra viento y marea”. Esta expresión significa que todo estaba en contra de que se cumpliera su deseo. Es lo que le puede pasar a un barco, que va por el mar con viento que sopla fuerte y crea un movimiento de las olas, una marea, que puede llegar a hundirlo.
¿Has conseguido alguna vez algo por lo que has luchado contra viento y marea? ¿Cuál ha sido la situación más difícil que has pasado? ¿Por qué sucedió aquello que querías lograr? ¿Te ayudaron a salir bien del problema? ¿Pudiste dar las gracias a quien le correspondía?
Marcial superó la situación y el olmo siguió viviendo. La verdad es que es casi un final feliz del olmo atacado por la grafiosis.
Cuéntanos ahora tu final, en aquella situación tan difícil que viviste y de la que conseguiste salir con bien.
Ignacio Sanz Martín
Nace en Lastras de Cuéllar (Segovia) en 1953.
Es Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha trabajado como ceramista, etnógrafo, narrador oral y escritor. Desde 1980 visita colegios, institutos de enseñanza secundaria y centros culturales incentivando a los jóvenes a la lectura, y participa en encuentros, contando cuentos.
Amante de las costumbres y tradiciones del pueblo, dedica una parcela de su vida al estudio etnográfico y es experto en cultura tradicional.
Ha recibido varios premios.
Se pueden consultar más datos biográficos sobre Ignacio Sanz Martín en Canal Lector, y ver varios videos sobre sus actividades.
Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una selección de libros tomada de Canal Lector.
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