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La bestia en la cueva (Segunda parte). Howard Phillips Lovecraft. Editorial Juventud (Recomendado 16-18 años)

14 May

cuentosdemonstruos

Así ocupé mi terrible vigilia (1), con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haberle producido la vida en la caverna a aquel enigmático animal. Recordé, por ejemplo, la terrible apariencia que la imaginación popular atribuía a los tuberculosos que habían muerto allí tras una larga permanencia en las profundidades. Entonces recordé sobresaltado que, aunque llegase a derrotar a mi enemigo, jamás podría averiguar cuál era su forma y aspecto, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de cerillas. La tensión se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hacía surgir formas terribles y terroríficas en medio de la oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno a mi cuerpo. A punto estuve de dejar escapar un agudo grito, aunque aquella hubiera sido la mayor de las temeridades, y si no lo hice fue porque me faltaron el aire o la voz. Me sentía petrificado, clavado al lugar en donde me encontraba. Dudaba de que mi mano derecha pudiera lanzar la piedra contra la cosa que se acercaba cuando llegase el momento.

Aquel decidido “pat, pat” de las pisadas estaba ya casi al alcance de mi mano; luego, más cerca. Podía incluso escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una considerable distancia a juzgar por lo fatigado que estaba.

De pronto se rompió el hechizo. Guiada por mi sentido del oído mi mano lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía aquella respiración tan intensa y creo que alcanzó su objetivo, porque escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia y allí pareció detenerse.

Después de reajustar mi puntería, descargué un segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez, pues oí caer la criatura, vencida por completo, y estaba seguro de que la había dejado inmóvil en el suelo. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo en forma de jadeantes y pesadas exhalaciones (2), por eso supuse que no había hecho más que dejarla malherida. Y entonces perdí todo deseo de examinarla.

Finalmente, sentía un miedo tan intenso e irracional, que ni me acerqué al cuerpo yacente (3) ni quise seguir arrojándole piedras para acabar con él. En lugar de esto, decidí echar a correr a toda velocidad por el trayecto por el que creía que había llegado hasta allí. Y de pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión de sonidos que al momento se habían convertido en agudos chasquidos metálicos. Esta vez sí que no había duda de que era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender lo que había ocurrido, me hallaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba, sin el menor pudor ni vergüenza, explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia a la vez que abrumaba a quien me escuchaba con exageradas expresiones de gratitud.

Volví por último a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia cuando ya regresaba el grupo a la entrada de la caverna y, guiado por su propio sentido de la orientación, se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en que habíamos hablado juntos. Hasta que localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.

Después de que me contó esto, yo, acaso envalentonado por su antorcha y por su compañía, me puse a pensar en la extraña bestia a la que había herido en la oscuridad, a poca distancia de allí, y le sugerí que, con la ayuda de la antorcha, averiguásemos qué clase de criatura había sido mi víctima. Así que volví sobre mis pasos hasta el escenario de la terrible experiencia.

Pronto descubrimos ambos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque aquel era el más extraño de los monstruos que ninguno de los dos había contemplado en toda nuestra vida.

Resultó tratarse de un mono antropoide (4) de grandes proporciones, escapado quizá de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una prolongada permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas, y era sorprendentemente escaso y escaseaba en casi todo el cuerpo, salvo en la cabeza, donde era tan abundante y tan largo que le caía sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, pues la criatura yacía en el suelo directamente sobre ella. La inclinación de sus pies y manos era algo peculiar y explicaba por qué la bestia avanzaba a veces a cuatro patas y a veces solo a dos, como había yo apreciado en la oscuridad. De las puntas de sus dedos salían unas uñas largas como de rata. Pero sus pies no eran prensiles (5), como cabía suponer. Eso lo atribuí a su larga residencia en la caverna que, como ya he dicho, parecía también la causa evidente de su absoluta blancura casi ultraterrena. Y parecía carecer de cola.

Su respiración se había debilitado mucho. Cuando el guía sacó su pistola con intención de dar a la criatura el tiro de gracia para rematarlo, de pronto un extraño e inesperado gemido hizo que el arma se le cayera de las manos. No resulta fácil describir la naturaleza de aquel sonido, pues no tenía el tono de ninguna especie conocida de simios. Yo me preguntaba si aquella especie de estertor (6) no sería sino resultado del silencio que durante tanto tiempo había mantenido, roto ahora por la repentina presencia de la luz que traía la antorcha. Lo cierto es que aquel inquietante gemido que se parecía a un intenso parloteo indescifrable aún continuaba oyéndose, aunque cada vez más débil. De pronto, un fugaz espasmo de energía brotó del cuerpo del animal. Sus garras hicieron un movimiento convulsivo y sus brazos y piernas se contrajeron. Con aquella convulsión, el cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros.

Yo me quedé en ese instante tan petrificado de espanto ante aquella mirada que no me percibí de nada más. Eran negros aquellos ojos, de una negrura profunda que contrastaba con la extrema blancura de la piel y el cabello. Como los de otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y completamente desprovistos de iris. Cuando los pude mirar con más atención, vi que asomaban de un rostro menos prominente que el de los monos corrientes, y mucho menos velludo. También la nariz era prominente.

Mientras el guía y yo contemplábamos aquella enigmática visión que se mostraba a nuestros ojos bajo la luz de la tea, sus gruesos labios se abrieron y debajo de ellos brotaron varios sonidos, después de los cuales aquella criatura se sumió en el descanso de la muerte.

El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento. Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror y fijos en el suelo.

El miedo me había abandonado ya. En su lugar se fueron sucediendo los sentimientos de asombro, de compasión y respeto. Los sonidos que había murmurado aquella criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la evidencia más tremenda que podíamos imaginar: la criatura que yo había matado, aquella extraña bestia de la cueva maldita, era, o lo había sido alguna vez, ¡¡¡ un ser humano !!!

NOTAS

(1)Vigilia: acción de estar despierto.
(2)Exhalaciones: suspiros, quejas.
(3)Yacente: echado, tendido.
(4)Antropoide: mono que se parece al humano.
(5)Prensiles: que se cerraban para poder agarrar.
(6)Estertor: respiración fatigosa.

Howard Phillips Lovecraft y otros. Edición y selección de Seve Calleja. Cuentos de monstruos. Editorial Juventud

RECURSOS

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

Texto

Nuestro autor, hoy, nos plantea las dos palabras que marcan un estilo de novela. La novela gótica. Podemos oír, en la página de la UNED, dedicada a dos distinciones, lo siguiente: el terror despierta las facultades. Sin embargo, el horror produce el efecto contrario. Las paraliza. En nuestro texto, parece que Lovecraft escribe sobre esta diferenciación: “La horrible suposición que se había ido abriendo camino en mi ánimo poco a poco era ahora una terrible certeza. Es decir: horrible (que causa horror) pasa a terrible (que causa terror). De una suposición a una certeza. El protagonista pasa por todos los estados anímicos, no perdiendo, por voluntad propia y a pesar de todos los inconvenientes que van surgiendo (hasta se extingue su antorcha que le alumbraba) la lucha por la existencia: “Sin rendirme” –dice. Y un poco más adelante: “Pero el instinto de conservación, que nunca duerme del todo…” y decidí vender mi vida lo más cara posible ante quien me atacara.

Dentro de la terrible situación por la que está pasando, lo que nunca abandona es la lógica, su lógica, aplicada a las más extrañas e inesperadas situaciones: horrendas pisadas de zarpas, qué especie animal sería la que iba por él y un largo etcétera.
Palabra magica

Hoy la palabra mágica es miedo. Sí, quizá lo hayas pasado alguna vez. El miedo, en los humanos, es una «perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo real o imaginario». Es la definición que da el diccionario de la RAE.

El autor nos lo dice de forma clara y rotunda: “finalmente, sentía un miedo tan intenso e irracional…” Sabía que no disponía de una razón para el temor. ¿Será, quizá, ese sentimiento irracional, es decir, que no tiene una razón en la que fundarse, el que aparece en diferentes tipos de seres animales?

Veamos, si no, el siguiente video, que desmonta determinados conceptos que tenemos, en los dos animales protagonistas. Pensemos sólo antes en lo siguiente: ¿Cómo concebimos la relación que existe entre los perros y los gatos? ¿Cuáles de las siguientes palabras utilizaríamos, para definir esa relación perro-gato?

Amistad.  Enemistad.  Juego.  Miedo.  Ayuda.  Ignorancia

Fíjate ahora en la película de esa relación, a ver si coincide con tu pensamiento o es más lo contrario de lo que pensabas.

Cuentame

Seguro que tienes en tu mente y recuerdas historias. Muchas historias de miedo, auténtico miedo. Hoy es tu oportunidad. ¿Se podría hacer una película de tu historia? ¿Crees que habría gente que tuviera que salir del cine agarrándose a un amigo o a una amiga, para poder llegar al autobús o al metro que te lleva a casa? Todo es posible. Puede que sea tu primera experiencia como guionista de películas de cine. Aquí tienes algunas indicaciones de cómo se puede realizar un guión.: Paso a paso, Carlos Bianchi y su propuesta, y un concurso de guiones

Autor

Howard Phillips Lovecraft

Nació el 20 de agosto de 1890 en Providence (Estados Unidos) y murió el 15 de marzo de 1937 en la misma ciudad.
Recitaba poesía a los dos años, leyó a los tres y empezó a escribir a los seis años de edad. Debido a su mala salud, no asistió al colegio hasta los ocho años y lo abandonó al poco tiempo. Fue una persona solitaria que dedicaba su tiempo a la lectura, la astronomía y a cartearse con otros aficionados a la literatura. Innovó el género de terror al acercarlo a la ciencia-ficción.

Nuestro observatorio

Se pueden consultar más datos biográficos en la página de español dedicada al autor.

Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una relación de libros tomada de Canal Lector.

La bestia en la cueva (Primera parte). Howard Phillips Lovecraft. Editorial Juventud (Recomendado: 16-18 años)

7 May

cuentosdemonstruos

Este es uno de los primeros relatos del autor, escrito a los quince años de edad como imitación del género gótico, en el que se iniciaba. Sus cuentos nos hablan de espíritus malignos y mundos oníricos, poblados de bestias y seres extraños, pesadillas, muerte y locura, porque quieren expresar la soledad y la pequeñez del ser humano frente a un universo infinito y hostil.

La horrible suposición que se había ido abriendo camino en mi ánimo poco a poco era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en aquel inmenso y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi vista, por más que la forzara, no lograba encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía albergar la menor esperanza de volver a contemplar ya nunca más la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas del hermoso mundo exterior.

La esperanza se me había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entregada por entero de estudios filosóficos, sentí una cierta satisfacción de estar comportándome sin apasionamiento como lo hacía. Había leído con frecuencia la angustia y la obsesión en que caían las víctimas de situaciones similares a la mía, y sin embargo no experimenté nada de todo eso, es más, logré permanecer tranquilo en cuanto comprendí que estaba perdido.

Y tampoco me hizo perder la compostura un solo instante la idea de que era muy probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que seguramente me buscarían. Si tenía que morir, pensé, aquella caverna tan terrible como majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudieran ofrecerme en cualquier cementerio; así que había en esta reflexión una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.

Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero yo no pensaba acabar así. El único causante de mi desgracia era yo por haberme separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera. Y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me sentí incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.

Mi antorcha comenzaba a extinguirse, pronto me hallaría en la oscuridad más absoluta en las entrañas de la tierra. Y, mientras me encontraba bajo la luz mortecina y evanescente que aún daba, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo final. Recordé los relatos que había escuchado acerca de la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas mismas grutas inmensas con la esperanza de encontrar la salud en el aire sano del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme y en cuya quietud se sentía una apacible sensación, y que, en vez de la salud, habían encontrado una muerte horrible.

Al pasar junto a ellas en el grupo de visitantes, había visto las tristes ruinas de sus viviendas rudimentarias; y me había preguntado qué clase de influencia podía ejercer sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y, mira por dónde, me dije, ahora había llegado la oportunidad de comprobarlo, suponiendo que la necesidad de alimentos no apresuraba mi fallecimiento.

Sin rendirme, y mientras se desvanecían en la oscuridad los últimos destellos espasmódicos de mi antorcha, resolví no dejar piedra sin remover, ni despreciar ningún medio de posible fuga, de modo que, haciendo toda la fuerza que pude con mis pulmones, proferí una serie de fuertes gritos, con la esperanza de que mi berrido atrajese la atención del guía. Sin embargo, mientras gritaba desgañitándome, pensé que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz, aunque sonara amplificada por los muros de aquel negro laberinto que me rodeaba, no alcanzaría a más oídos que a los míos propios.

Y sin embargo, de repente me sobresalté al imaginar –porque seguro que no era más que cosa de mi imaginación- que se escuchaba un suave ruido de pasos que se aproximaban por el rocoso pavimento de la caverna. ¿Y si en realidad estaba a punto de recuperar por fin la libertad? ¿Y si habían sido inútiles todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia en el grupo y habría seguido mi rastro por el laberinto de piedra caliza?

Alentado por tantas halagüeñas dudas como me afloraban en la imaginación, me sentí dispuesto a volver a pedir socorro a gritos para que me encontraran lo antes posible. Pero mi gozo se vio de repente convertido en horror: mi oído, que siempre había sido muy fino y que estaba ahora mucho más agudizado gracias al largo y completo silencio de la caverna, me trajo a la mente la sensación inesperada y angustiosa de que aquellos pasos no eran los de ningún ser humano. De haber sido los pasos del guía, que sé que llevaba botas, hubieran sonado como una serie de golpes agudos y cortantes en la quietud ultraterrena de aquel lugar. En cambio, estos impactos parecían más blandos y cautelosos, como causados por las garras de un felino. Además, al escuchar con más atención, me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas en lugar de dos pies.

Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizá a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Y consideré que tal vez el Todopoderoso hubiera elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que hubiera padecido por hambre. Pero el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mí, y, aunque la posibilidad de escapar del peligro que se aproximaba era inútil y solo conseguiría prolongarme más el sufrimiento, decidí vender mi vida lo más cara posible ante quien me atacara.

Por extraño que parezca, solo podía atribuir al visitante que fuera intenciones hostiles. Así pues, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia o lo que fuera, al no escuchar ningún sonido que le diera la pista de dónde estaba, perdiese el rumbo, lo mismo que me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no, no iba a tener tanta suerte: aquellos extraños pasos avanzaban sin titubear. Era más que evidente que el animal había sentido mi olor, que sin duda podía olfatear a gran distancia en una atmósfera tan poco contaminada de otros aromas como la caverna.

Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores fragmentos de roca que pudiera palpar entre los esparcidos por todas partes en el suelo. Y, tomando uno en cada mano, esperé con resignación la inevitable presencia.

Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. La verdad es que resultaba bastante extraña la conducta de aquella criatura, porque, la mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminara con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, y sin embargo, a ratos, me parecía que solo eran dos patas las que se acercaban. Y me preguntaba cuál sería la especie de animal que venía a enfrentarse conmigo. Debía de tratarse de alguna bestia desafortunada que había pagado cara como yo la curiosidad que la había llevado a investigar una de las entradas de la gruta y le reservaba un confinamiento de por vida en su interior. Seguramente había podido sobrevivir a base de los peces ciegos, los murciélagos y las ratas de la caverna, arrastrados a su interior en cada crecida del Río Verde, que comunica cualquiera sabe por dónde con las aguas subterráneas.

Howard Phillips Lovecraft y otros. Edición y selección de Seve Calleja. Cuentos de monstruos. Editorial Juventud