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Por qué las caracolas se parecen a los sueños.Victoria Pérez Escrivá. Editorial Thule (Recomendado: 12-14 años)

13 Nov

porquenospreguntamoscosas

Las caracolas son unas mentirosas,
eso es una evidencia (1).
Caminas por la playa
y encuentras una caracola.
Te la pones en el oído. ¿Por qué?
Ni idea.
Escuchas el mar.
¡Oh, el mar aquí dentro!
Miras, hurgas, metes un palito
con el que casi te sacas un ojo.
¡Es maravilloso que en esta caracola quepa el mar!
Te la guardas en un bolsillo
Y corres a enseñarla a tus amigos.
Pero la curiosidad te puede
y finalmente decides romperla,
porque ¿cómo es posible que el mar quepa allí dentro?
Ahora sólo tienes una caracola
hecha añicos entre tus manos
y ni una gota de agua.
Los sueños son como una caracola:
susurran en nuestros oídos cosas increíbles.
Cuando se rompen ya no queda nada,
ni una gota de esperanza.

(1)Evidencia: algo que no se puede dudar.

Victoria Pérez Escrivá. ¿Por qué nos preguntamos cosas?  Editorial Thule

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto
¿Vives cerca del mar? ¿Vas alguna vez al año al mar? El texto de hoy, el de Victoria Pérez Escrivá de Por qué nos preguntamos cosas, nos ha permitido entrar en un mundo desconocido: las caracolas. Quizá las hayamos visto, en la playa, en algunas rocas junto al mar, en alguna casa de alguien que las colecciona, o en otros lugares. Hoy vamos a descubrir hasta cómo suenan, como si fuera un instrumento musical.

Y fantásticas creaciones personales para realizar vídeos con que presentarse a un gran concurso.

Y también nos hemos enterado de algo que desconocíamos. Todo, viendo esos animales marinos con maravillosas formas, colores, tamaños y tantas cosas que son las caracolas. Hemos leído que el gran poeta Pablo Neruda, chileno que obtuvo el Premio Nobel de Literatura, era muy aficionado a coleccionar caracolas. Puedes verlo en la siguiente página.

Y algo fácil y muy útil, que podemos construir con las caracolas. Te sugerimos que te animes a ello, si algún día dispones de unas cuantas o de una gran colección. Puede ser tu turno para convertirte en alguien genial y gran artista.

Pues todas estas cosas y las que tú vayas aportando en tus investigaciones lo logramos, gracias a este texto que hemos leído. Que tengas suerte con estas maravillosas caracolas y consigas muchas respuestas a las preguntas que formules.

Palabra magica
Hoy la palabra mágica es sueños. Antes que nada, dos preguntas: ¿has conseguido escuchar el mar en una caracola? Y la siguiente pregunta, que es más personal (y si no nos lo quieres contar, estás en tu derecho, porque es algo muy tuyo) viene por las palabras de la autora del texto:

Los sueños son como una caracola:
susurran en nuestros oídos cosas increíbles.
Cuando se rompen ya no queda nada,
ni una gota de esperanza
.

¿Recuerdas algún sueño que te haya susurrado en tus oídos? ¿Eran cosas increíbles? ¿Se hizo realidad, después, tu sueño? ¿Se rompió aquel sueño y no quedó nada de él? Podíamos, si te parece bien, iniciar un cuaderno o un archivo, donde aparezcan los sueños de los que te acuerdes. No te preocupes si, cuando despiertes, no recuerdas nada. Pero también es posible que algo suene en tu memoria, al levantarte. Un truco es apuntar, en cuanto puedas, algo que se titule: esta noche, día, hora, mes y año en que lo realizas. Después de un tiempo, te gustará recordar, con ese cuaderno, archivo o lo que prefieras, cómo era tu vida antes, cuando soñabas esas cosas. Ojalá que tengas buenos sueños.

Cuentame
¿Has visto la página donde aparece el gran poeta Pablo Neruda? Por esa página sabemos que Pablo Neruda era muy aficionado a coleccionar caracolas. Nuestra pregunta de hoy es muy fácil de responder. Sólo queremos saber si te gusta coleccionar algo. Entendemos que las caracolas resultan difíciles de coleccionar, si no vives muy cerca del mar, la playa, las rocas que entran en el mar, etc.

Pero eso no significa que no te guste coleccionar algo. ¿Qué coleccionas? ¿Cuántos ejemplares tienes de esa colección? ¿Cambias con alguien que colecciona otra cosa (o la misma) para ampliar tu colección? Pensemos, por ejemplo, en cromos, sellos, monedas, juguetes, etc.
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 Victoria Pérez Escrivá

Nació en Valencia (España) el 18 de marzo de 1964.
Es licenciada en Pedagogía Musical por el Real Conservatorio de Música de Madrid. También estudió cuatro años de Análisis y Creación Literaria con Ángel Zapata en el Taller de Escritura de Madrid.
Durante 20 años ha impartido clases de música y piano a todas las edades, en diferentes escuelas y colegios.  Es autora de literatura infantil y juvenil y guionista de televisión. Además es fundadora y guionista del grupo de Teatro TAM (Teatro Adolfo Marsillach).

Nuestro observatorio

Más datos de la autora en la página de Canal Lector y entrevista con ella y la ilustradora Claudia Ranucci donde cuentan secretos personales de cómo trabajan juntas.

Bibliografía

Libros de Victoria Pérez Escrivá en Canal Lector

El sol y el viento. León Tolstoi. Editorial Gadir (Recomendado: 12-14 años)

6 Nov

fabulas leon tolstoi
El sol y el viento discutían acerca de cuál de los dos era más fuerte.
La discusión fue larga, porque ninguno de los dos quería ceder.
Viendo que por el camino avanzaba un caballero, acordaron probar sus fuerzas contra él.
-Vas a ver –dijo el viento-, cómo con sólo echarme sobre él desgarro sus ropas.
Y comenzó a soplar cuanto podía.
Pero cuantos más esfuerzos hacía el viento, más oprimía el hombre su abrigo, gruñendo contra el viento, pero caminando, caminando siempre.
El viento encolerizado descargó sobre el viajero lluvia y nieve, pero el hombre no se detuvo.
El viento comprendió que no era cosa posible arrancarle el abrigo.
El sol sonrió, se mostró entre dos nubes, recalentó la tierra y el pobre caballero que se regocijaba con aquel dulce calor, después de tanta tormenta de viento, lluvia y nieve, se quitó el abrigo y se lo echó sobre los hombros.
-Ya ves –dijo el sol al viento-. Por las buenas se consiguen más cosas que por las malas.

León Tolstoi. Fábulas. Editorial Gadir

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto
Podemos partir de qué es una fábula, en definición del diccionario de la RAE, con alguna palabra explicada, por acercarnos a la edad que recomendamos: 12 – 14 años.

Una fábula es un breve relato ficticio, es decir, imaginario (que sólo existe en la imaginación), no real. Puede ser en prosa, como el texto que has leído o en verso. Las fábulas quieren enseñarnos algo. Normalmente hay una moraleja final, es decir: la enseñanza que nos da el texto. En las fábulas pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados. En el texto de Tolstoi, los seres inanimados son el sol y el viento. Al personalizarlos, se convierten en los personajes que llevan toda la narración. Parten de una controversia, una discusión de opiniones: los dos decían que él era más fuerte. El sol y el viento. El objetivo inicial es quitarle el abrigo al viajero. Y para ello, los dos tienen que utilizar sus poderes.
Veamos esos poderes de cada uno, situándolos donde correspondan y lo que le sucede al caballero. Luego, hay que relacionar las palabras ordenadas del 1 al 9, con su definición, ordenadas por letras. (Es un ejercicio de comprensión y de vocabulario).

SOL:     1 Soplar     2 Caminar     3 Arrancar
CABALLERO:     4 Desgarrar     5 Encolerizar     6 Regocijar
VIENTO :     7 Descargar     8 Recalentar     9 Oprimir

a) Despedir aire por la boca.
b) Hacer que alguien se ponga colérico, enfadadísimo.
c) Ejercer presión sobre algo o sobre alguien.
d) Alegrar, festejar.
e) Rasgar, romper.
f) Volver a calentar.
g) Quitar la carga o hacerla menos pesada.
h) Ir andando, recorrer una distancia.
i) Sacar algo con violencia, fuertemente.

Solución: 1-a, 2-h, 3-i, 4-e, 5-b, 6-d, 7-g, 8-f, 9-c.   (Sol: Descargar, Recalentar.  Caballero: Caminar, Encolerizar, Regocijar.  Viento: Soplar, Arrancar, Desgarrar, Oprimir)

Palabra magica
Hoy la palabra mágica es discutir. Es algo muy habitual en los humanos. Discutimos, muchas veces, pero no es fácil encontrar siempre razones para ello. Discutimos por estupideces, por cabezonería, por imponer nuestros pensamientos o nuestros criterios, por llevar la contraria y por todas esas razones que tú puedes aportar. ¿Recuerdas tu última discusión? ¿Por qué fue? ¿Con quién fue?

Pero no pensemos que las discusiones pertenecen sólo al género humano. En el reino animal, también se discute. Entra, por ejemplo, en la siguiente página. Gato contra cocodrilo.

Cuentame
Ya has leído la moraleja que nos da esta fábula. Por si acaso no la recuerdas es la siguiente:
“-Ya ves –dijo el sol al viento-. Por las buenas se consiguen más cosas que por las malas”.

¿Por qué le dijo esto el sol al viento? ¿Crees que tenía razón? ¿Conoces alguna fábula actual, que tenga una moraleja?

Aquí te proponemos otra fábula, a ver si te sirve de modelo, como la que hemos leído del sol y el viento, pero con otros protagonistas y otra moraleja. Seguro que te puede ayudar a pensar en “tu” fábula. Elige primero de qué tema puede ser. Piensa luego qué personajes van a intervenir (te recomendamos personajes animales, que suelen ser conocidos por todas y por todos). Luego viene lo más difícil, pero lo conseguirás, en cuanto pienses un rato. Tienes que intentar conseguir la moraleja, es decir: la enseñanza que da tu fábula. Y aquí tienes esa otra fábula, por si te sirve para la tuya.

Fábula del oso, el león y la zorra

De todos es conocido el apetito que les entra a determinados animales, cuando ven una presa para comérsela. Así sucedió con aquel oso y aquel león que vieron a un pobre conejo muerto, que fue atropellado por un coche, en una carretera.
Cuando lo vieron, cada uno a un lado de la carretera, se les oyó decir:
-Yo lo he visto primero, porque he venido antes que tú –dijo el león.
-De eso nada –dijo el oso-. No sabrías ni decirme por qué está muerto ahí el conejo.
-Yo me lo voy a comer –dijo el león muy enfadado.
-Yo me lo comeré –dijo el oso-. Mucho tendrás que esforzarte, si paso esta carretera y me enfrento contigo.
-Vas a ver de qué es capaz el rey de la selva. Allá voy.
Los dos animales empezaron a pelear, dándose empujones y puñetazos y enseñando los dientes y las garras.
En esto, apareció una astuta zorra, que acababa de observar la pelea. Sin pensárselo dos veces, fue despacio, para no hacer nada de ruido. En cuanto vio que seguían peleando, no tardó ni segundos en salir corriendo. Al llegar junto al conejo, lo cogió entre sus dientes y salió corriendo a toda velocidad. Nunca se había visto correr a una zorra así.
El león y el oso, miraron a la zorra, con su presa como fantástica comida, para aquel día.
El león, que fue el primero en hablar, le dijo al oso:
-La verdad es que nos merecemos lo que nos ha pasado, por idiotas. ¿A quién se le ocurre pelear por ese conejo muerto, si teníamos comida para compartir?
A partir de aquel día, el león y el oso comprendieron que es mejor compartir con otros que perder todo lo que tenemos. Esa fue la gran moraleja para estos dos animales.

Autor

León Tolstoi

Nació el 9 de septiembre de 1828 en Yásnaya Poliana, sur de Moscú (Rusia) y  falleció en Astapovo el 20 de noviembre de 1910. Su verdadero nombre fue Lev Nikoláyevich Tolstói. Fue educado por unas tías al quedarse huérfano de padres. Se licenció en Derecho por la Universidad de San Petersburgo.  Es considerado como uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura, y sus obras se cuentan entre las más importantes del Realismo. Mantuvo contacto con Gandhi, fue un gran defensor del esperanto (idioma creado en el siglo XIX con idea de que pudiese servir como lengua universal) y un pacifista convencido.
Sus obras han sido llevadas al cine y a la televisión en más de un centenar de ocasiones, siendo uno de los autores más adaptados de todos los tiempos.

Nuestro observatorio

Más datos biográficos del escritor en varias páginas: YoutubeWikipedia
Se puede ver la fábula narrada aquí.


Bibliografía

Ofrecemos, a continuación, una relación de libros tomada de Canal Lector

El cuento de mi vida. Hans Christian Andersen. Ediciones de la Torre

7 Nov

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Estaba en la calle. No conocía a nadie, me encontraba totalmente desamparado. De pronto me acordé de que en Odense había leído en los periódicos algo sobre un italiano, de nombre Siboni, que había sido nombrado director del Real Conservatorio de Música de Copenhague. Todo el mundo me decía que tenía buena voz y a lo mejor este hombre estaba dispuesto a ocuparse de mí; si no lo hacía, no tendría otro remedio que buscar aquella misma noche un patrón con el que volver a Fionia. La idea de volver a casa me ponía los pelos de punta y en aquel estado de desesperación me fui a ver a Siboni. Precisamente aquella noche daba una cena en casa, a la que estaban invitados entre otros nuestro célebre compositor, el profesor Weyse, y el poeta Baggesen. A la doncella que me abrió le conté no sólo mis pretensiones de que me contrataran de cantante, sino mi vida entera. Me oyó con el mayor interés y debió repetir gran parte de lo que había contado, a juzgar por lo que tuve que esperar a que volviera. Cuando por fin apareció, la seguían todos los invitados. Todo el mundo me miraba, Siboni me llevó a una sala que tenía un piano y me hizo cantar, mientras él escuchaba atentamente; a continuación recité unas escenas de Holberg y un par de poemas. La pena que me daba lo triste de mi situación hizo que me salieran verdaderas lágrimas, y al auditorio prorrumpió en aplausos.

 “Pronostico que este joven llegará un día a ser alguien”, dijo Baggesen, “pero no te envanezcas cuando el público te dedique sus aplausos”, y luego añadió algo sobre la auténtica naturalidad y lo fácil que era perderla con la edad y el trato de la gente. No entendí todo lo que dijo, pero parece ser que yo tenía un especial talento natural que me convertía en una revelación, por no decir un “fenómeno” verdaderamente original. Yo me creía a pies juntillas lo que la gente me decía y confiaba en la buena voluntad de todos; tenía que decir todo lo que se me pasaba por la cabeza. Siboni prometió educarme la voz y dijo que llegaría a cantar en el Teatro Real. Yo estaba que no cabía en mí de alegría, no sabía si reír o llorar, hasta tal punto que la doncella al despedirme y ver el estado de emoción en que me hallaba, me dio una palmadita en la mejilla aconsejándome que al día siguiente fuera a ver al profesor Weyse, que me había tomado aprecio y que en él podía confiar.

Hans Christian Andersen. El cuento de mi vida. Ediciones de la Torre.

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Las autobiografías son como secretos que nos desvelan sus autores. ¡Cuántas veces hemos leído los cuentos de Andersen! ¡Y cuántas nos los han contado! ¿Quién no recuerda a aquel patito, de color gris, tan distinto a los otros patitos, sus hermanos, que aparecieron como preciosidades, que iban detrás de su madre, la orgullosa pata? Pero aquel patito no. Él sabía lo que todos también sabían y, además, lo dijeron: es un pato muy feo. Era El patito feo.

¿Y os acordáis de aquel emperador, que era tan presumido y le gustaban tanto los trajes? Sí, aquel emperador que tenía que ponerse un traje nuevo todos los días. Lo que supieron unos caraduras, que pensaron: a este emperador lo vamos a camelar. ¡Ya verás el traje que le vamos a vender! Ese timo que sólo se atrevió a desvelar un niño. Fue el único que dijo la verdad: “pero si el emperador no lleva nada”. Y el pueblo entero y luego el emperador se dieron cuenta de que el niño decía la verdad. Y por eso el cuento se llama El traje nuevo del emperador.

Y con algunos hemos llorado, La vendedora de fósforos

Porque los cuentos tan perfectos como éste de La vendedora de fósforos o La pequeña cerillera y muchos de los que escribió Hans Christian Andersen no tienen edad, ni época. Son historias eternas que perdurarán mientras los seres humanos tengan la capacidad de imaginar, de soñar, de reír, de llorar, de leer, de compartir y de ayudar.

Tenía razón aquel poeta Baggesen, cuando dijo “pronostico que este joven llegará un día a ser alguien”. Pasados años y años, no sería la música. Sería la literatura, la lectura del mundo entero la que convertiría a aquel danés, hijo de un zapatero, en uno de los autores cuyos cuentos han sido leídos por centenares, miles de generaciones. Y ahí seguirán, para que otros miles de hombres y mujeres disfruten con su literatura.

          
Palabra magica
Hoy la palabra mágica es confiar. Sí, fue la doncella de Siboni, el recién nombrado director del Real Conservatorio de Música de Copenhague, quien le dijo a Andersen que: “al día siguiente fuera a ver al profesor Weyse, que me había tomado aprecio y que en él podía confiar”. Gracias a esa palabra mágica empieza un largo camino, con gran fama como escritor en Europa. Más que en su propio país. Pero sí recibió, en vida, el reconocimiento del rey de Dinamarca, en 1866. 

Lo que sí tenemos es la suerte de que se creara el mejor premio, con su nombre, a las escritoras y escritores más destacados de la literatura infantil y juvenil. Desde 1956 se concede cada dos años y, desde 1966, también se concede a la ilustración de este tipo de libros.

En esta página, verás a todos los premiados y encontrarás más información sobre este premio.

Cuentame
Hoy tienes dos posibilidades, para que elijas la que prefieras: ¿te acuerdas de algún cuento de Andersen? Dinos el que más te guste y cuéntalo, como si fuera, para nosotros, la primera vez que lo oímos.

 La segunda posibilidad es crear tú un cuento. Hay facilidades que Andersen no tenía: los medios de comunicación eran más limitados, otros no existían y algunos no se podían ni imaginar.

 Hoy dispones de cosas fantásticas y depende sólo de tu imaginación. También viene muy bien ejercitar la memoria, antes de empezar a construir ese edificio que se logra con el tiempo. Piensa que el texto de Andersen que has leído se llama El cuento de mi vida. ¿Por qué no le pedimos prestado al gran autor ese título y empezamos el nuestro? Sí, el cuento de esa vida que, día a día, llevamos y donde van ocurriendo muchas cosas; algunas nos llaman la atención y las consideramos muy importantes; son esas que irán apareciendo en tu cuento. Si te parece una ayuda, aquí tienes diferentes ideas que te pueden servir para lograr tu cuento. A ver si consigues algo fantástico y, al final, resulta que has encontrado tu forma de trabajar y disfrutar, en un futuro. Ojalá que, dentro de un tiempo, leamos, con tu nombre, ese maravilloso cuento que hoy puede empezar. ¡Mucha suerte!

1 Busca un cuaderno o abre un archivo, que colocarás en el escritorio de tu ordenador, para acceder a él muy fácilmente.

2 Empieza a anotar las ideas que recuerdes y que te parezcan interesantes, para escribir tu cuento, sobre alguna de ellas. Es bueno hacerse una serie de preguntas y escribirlas. Luego se irán resolviendo  poco a poco, según vayan apareciendo las respuestas a esas preguntas. 

 3 No hace falta que, cuando empezamos un cuento, pensemos que tiene que ser muy largo o muy corto. Solamente cuando se empieza a escribir se va viendo lo que se necesita decir.

4 En esa interesante historia que se te ha ocurrido o has recordado, ¿sólo estás tú como personaje o hay más personas que vivieron esos momentos contigo? No creas que estorba tener una lista de los personajes que van a intervenir en tu cuento. Pueden ser unos, al principio pero, luego, a lo mejor desaparecen y se incorporan otros. Todo eso se comprobará, según se va escribiendo.

5 En cuanto a tu estilo de escritura, piensa que tú tienes el tuyo propio. No intentes imitar otros que no conoces. Procura que tus palabras no sean las más difíciles, esas que parece que son muy importantes, porque no las entiende nadie. Si hay algo necesario cuando escribimos es la naturalidad. Lo que verdaderamente casi nos sale del corazón. Eso no quiere decir que no inventemos. Claro que una historia puede ser perfectamente inventada por ti. Es tu imaginación la que contará lo que vaya sucediendo.

6 No olvides el “dónde”. En qué lugar suceden los acontecimientos que vas a narrar en tu cuento. Esto es muy necesario para quienes te van a leer.

7 Hay dos palabras muy importantes, cuando escribimos algo (si queremos que la gente lo lea y le guste). Esas palabras son: sencillez y honestidad. Que tu historia se sienta como verdadera, aunque sea inventada.

8 Según vayas escribiendo, es importante que revises lo que has escrito. Probablemente encuentres errores que, siempre, se pueden corregir. “Pero bueno. Si este personaje no vive aquí”. Cosas como esas o parecidas te sucederán a menudo.

9 ¿Tienes escrita ya alguna idea que se pueda leer? A lo mejor, si lees lo que has escrito a alguien de quien te fíes de verdad, puede hacerte sugerencias, preguntarte dudas, confirmar lo que más le guste o lo que menos, etc.

10 Pues bien. Has empezado un nuevo camino. El de escritora o escritor de cuentos. ¿Y si resulta que te encanta y quieres escribir más? ¿Y si has descubierto una afición para la que vales y obtienes una enorme satisfacción? ¿No es cierto que sería estupendo para ti y para quienes te leen o te escuchan?

Mucho ánimo y que te salga muy requetebién.

 Autor

Hans Christian Andersen

Nació el 2 de abril de 1805 en Odense (Dinamarca) Su padre era zapatero con muy pocos recursos y su madre trabajaba de lavandera. El padre murió cuando Hans tenía 11 años y no pudo acabar sus estudios. Se marcho con 14 años a Copenhague a probar suerte cuando su madre se casó de nuevo. 

Consiguió una beca gracias al interés del director de un teatro y así pudo seguir sus estudios. Comenzará a publicar sus primeros relatos.  Viajará mucho. Escribió 164 cuentos. Sus libros son libros para niños pero también gustan a los adultos.

Se creó en Dinamarca un Premio de literatura infantil con su nombre.

 Nuestro observatorio
Se puede ampliar su biografía en Babar

Bibliografía 

Ofrecemos, a continuación, otros libros del autor en  Canal Lector.

Caperucita en Manhattan. Carmen Martín Gaite. Editorial Siruela

3 Oct

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Un veterano comisario del distrito de Harlem, fascinado por la valentía de miss Lunatic, sus múltiples contactos con gente del hampa y su talento para testificar en los casos difíciles, la mandó llamar una tarde de invierno para proponerle un trato. Se le asignaría una suma bastante importante de dinero, si se prestaba a colaborar como confidente de la Policía. Ella se indignó. Informar a las autoridades de que había un fuego, se había caído el alero de un tejado o se necesitaba urgentemente una ambulancia era algo muy diferente a convertirse en acusica. Ni que estuviera loca. Y en cuanto al dinero, muchas gracias, pero no la tentaba.
-¿Para qué necesito yo el dinero, mister O’Connor? –preguntó-. ¿Me lo quiere usted decir?
Tenía las manos cruzadas sobre la mesa, y el comisario se fijó en aquellos dedos deformados por el reúma y enrojecidos por el frío.
-Para asegurarse la vejez –dijo.
Miss Lunatic se echó a reír.
-Perdone, señor, pero llegué a Manhattan en 1885 –dijo-. ¿No le parece que he dado pruebas suficientes de asegurarme yo sola la vejez?
El comisario O’Connor la contempló con curiosidad desde el otro lado de la mesa.
-¿En 1885? ¿El mismo año que trajeron aquí la estatua de la Libertad? –preguntó.
En los labios de miss Lunatic se dibujó una sonrisa de nostalgia.
-Exactamente, señor. Pero le ruego que no someta a ningun interrogatorio.
-Solamente contésteme a una cosa –dijo él-. He oído decir que no tiene usted ingresos conocidos. Y que tampoco pide limosna.
-Es verdad, ¿y qué?
-Tranquilícese, le aseguro que no se trata de una investigación policiaca. Sólo pretendo ayudarla. ¿Es que no le interesa el dinero?
-No; porque se ha convertido en meta y nos impide disfrutar del camino por donde vamos andando. Además ni siquiera es bonito, como antes, cuando se gozaba de su tacto como del de una joya.
El comisario observó que, mientras miss Lunatic decía aquellas palabras acariciaba unas monedas muy raras que había sacado de una bolsita de terciopelo verde, y jugueteaba con ellas. No eran de gran tamaño, despedían un fulgor verdoso, y parecían muy antiguas. Estuvo a punto de preguntarle de dónde procedían, porque nunca las había visto de este tipo, pero se contuvo por miedo a ganarse su desconfianza. Prefería seguir oyéndola hablar de lo que fuera. Hubo una pausa y ella volvió a guardar las monedas en la bolsa.
-Ahora ya no –continuó tras un suspiro-. Ahora el dinero son viles papeluchos arrugados. Yo cuando tengo alguno, estoy deseando soltarlo.
-Todos los papeluchos que usted quiera –interrumpió el comisario-, pero hacen falta para vivir.
-Eso suele decirse, sí. Para vivir… Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald… Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar… y vivir es reírse… He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir. Precisamente ayer, paseando por Central Park más o menos a estas horas, me encontré con un hombre inmensamente rico que vive por allí cerca y entablamos conversación. Pues bueno, está desesperado y no sabe por qué. No le saca partido a nada ni le encuentra aliciente a la vida. Y claro, se obsesiona por tonterías. Al cabo de un rato, parecía yo la millonaria y él el mendigo. Nos hicimos muy amigos. Dice que él no tiene ninguno. Bueno, uno, pero que se está hartando de él.
-¡Qué historia tan interesante! dijo el señor O´Connor.
-Sí, es una pena que no tenga tiempo para contársela con detalle. Pero he quedado en ir dentro de un rato a su casa a leerle la mano. Aunque no sé si servirá de mucho, ya se lo advertí ayer, porque yo el porvenir no lo leo cerrado, sino abierto.
-¿Qué quiere decir eso?
-Que no doy soluciones, me limito a señalar caminos que cruzan y a dejar a la gente en libertad para que elija el que quiera. Y míster Woolf está ansioso de soluciones, me temo que necesita que le manden. Tal vez porque está harto de hacerse obedecer. Edgard Woolf se llama. Gana el dinero a espuertas. Tiene un negocio muy acreditado de pastelería.
El comisario la miró con los ojos redondos por la sorpresa.
-¿Edgard Woolf? ¿El rey de las Tartas? ¿Va a ir usted a casa de Edgard Woolf? Vive en uno de los apartamentos más lujosos de Manhattan, ¿lo sabía? Pero tiene fama de ser inaccesible, de no recibir a nadie.
-Pues ya ve, será que le he caído bien. A ver si se cree usted que sólo me trato con desheredados de la fortuna. Aunque ahora que lo pienso –rectificó luego- también míster Woolf es un desheredado de la fortuna. Para mí la única fortuna, ya le digo, es la de saber vivir, la de ser libre. Y el dinero no libera, querido comisario. Mire usted alrededor, lea los periódicos. Piense en todos los crímenes y guerras y mentiras que acarrea el dinero. Libertad y dinero son conceptos opuestos. Como lo son también libertad y miedo. Pero, en fin, le estoy robando tiempo. No he venido para echarle un discurso, y en cuanto a su propuesta, ya la he contestado con creces, ¿no le parece a usted? Conque olvídeme, si puede.
El comisario O´Connor la miraba entre pensativo y perplejo.
-Así que usted no tiene dinero ni miedo… -dijo.
-Yo no. ¿Y usted?
El rostro del comisario se ensombreció.
-Yo miedo sí, muchas veces. Se lo confieso.
-Pues eso es mala cosa para su oficio. El miedo cría miedo, además. ¿Dónde lo siente? ¿En la boca del estómago?
El comisario se quedó dudando, y se palpó aquella zona, bajo el chaleco.
-Pues sí, más o menos.
-Ya. Es lo más corriente. Espere un momento a ver.
Miss Lunatic, ante el pasmo del comisario O´Connor, se puso a hurgar en su faltriquera y sacó varios frasquitos que alineó sobre la mesa.
-¡Vaya por Dios! Lo siento. Tenía un elixir bastante bueno contra el miedo, pero se me ha gastado. Es el que más me piden.
Luego, mientras volvía a guardarse los frasquitos, añadió:
-Claro que hay otra forma de espantar el miedo, pero no es propiamente una receta, porque tiene que poner mucho de su parte el paciente. Consiste en pensar: “A mí esto que me asusta ni me va ni me viene”, algo así como ver lejos lo que está dando a uno miedo, para que se desdibuje.
-Eso no acabo de entenderlo.
-Casi nadie; por eso digo que da poco resultado recetárselo a otro. A lo mejor un día, de pronto, lo siente usted solo y lo entiende… En fin, ¿me da permiso para retirarme?
El comisario O’Connor asintió. Pero cuando la vio levantarse, agarrar su cochecito y dirigirse a la puerta, tuvo una sensación muy triste, como de miedo a estarse despidiendo de ella para siempre. Y la volvió a llamar. Ella se detuvo, interrogante.
-Miss Lunatic –dijo-. Es usted maravillosa.
-Gracias, señor. Eso mismo me decía siempre mi hijo, que en paz descanse. Un gran artista, por cierto, aunque la memoria voluble de las gentes haya sepultado su nombre… ¿Quería usted decirme algo más?
-Sí. Que no me gustaría que pasara usted hambre ni frío.
-No se preocupe. No los paso.
-Me parece increíble, perdone que se lo diga. ¿Y cómo hace? ¿Cómo se las arregla para salir adelante?
Miss Lunatic se detuvo en el centro de la habitación. Se levantó el ala del sombrero con gesto solemne y miró al señor O´Connor. Sus ojos negros, brillando en el rostro pálido y plagado de surcos, parecían carbones encendidos. Y ella, en medio de aquella estancia de paredes desnudas, una figura de cera.
Echándole fuerza de voluntad, señor, para decirlo con palabras del Caballero Inexixtente.
-¿Otro amigo suyo? –preguntó el comisario.
-Pues sí. Aunque éste es un personaje inventado. ¿Le gustan las novelas?
-Mucho. Lo que pasa es que tengo poco tiempo de leer.
-Pues cuando saque un ratito le recomiendo El caballero inexistente. No es muy larga. Acabo de verla traducida al italiano esta tarde, al pasar por el escaparate de Doubleday.
-¡Cuánto trota por Manhattan! Veo que no para usted un momento.
-Así es. Tiene usted razón. Yo no comprendo cómo dice la gente que se aburre. A mí nunca me da tiempo para todo lo que quisiera hacer… Y ahora siento dejarle. Pero he quedado con míster Woolf, y antes había pensado darme una vueltecita en coche de caballos por Central Park. Gratis, por supuesto. Me lo tiene prometido un cochero angoleño que me debe algunos favores. Convencí a una hija suya para que no se suicidara. Conque lo dicho. Adiós, comisario.
El comisario O´Connor se levantó para abrirle la puerta y le estrechó la mano efusivamente.
-Espero que volvamos a vernos –dijo-. La vida es larga, Miss Lunatic y da muchas vueltas.
-Ya lo creo. Dígamelo usted a mí –contestó ella sonriendo.
-Pues nada, mujer, salud. Y abríguese que se está poniendo el tiempo como para nevar.
-Es lo suyo. Estamos en diciembre.
Al salir, hacía un viento muy frío, que alborotó la larga melena blanca de miss Lunatic. Apresuró el paso hacia la calle 125. Había decidido coger allí el metro hasta Columbus Circle.
Mientras canturreaba un himno alsaciano, se puso a pensar en Edgard Woolf, el rey de las tartas.

Carmen Martín Gaite. Caperucita en Manhattan.  Ed. Siruela

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Al leer el título del libro, a lo mejor pensabas encontrar algo así. Y no. Para situarnos bien, nos vamos a dar un paseo por donde vive  Miss Lunatic: Manhattan.
Sí, la ciudad donde, en 1885 llegaron la Estatua de la Libertad y también Miss Lunatic. Y aquí estaba el comisario O’Connor, en el distrito de Harlem. Sí, el comisario sólo quería ayudar a nuestra protagonista. Pero ¿qué preguntas y respuestas obtuvo de miss Lunatic? ¿Estaría buscando dinero, aquella mujer, que no tenía ingresos? El comisario no paraba de sorprenderse con sus palabras. Le tuvo que decir que no era una investigación lo que hablaba con ella.
Todos los pensamientos de aquella mujer eran absolutamente excepcionales. De esos que convendría poner en un cartel bien grande, que nos acompañara en nuestra vida. Pensemos en cuáles de las siguientes reflexiones sobre el texto son verdaderas y cuáles son falsas.

Juguemos ahora al Verdadero/Falso sobre lo que hemos leído

1. El comisario sabía que aquella mujer estaba muy relacionada con el hampa y eso podría interesarle.
2. Miss Lunatic le dijo al comisario que no pedía limosna
3. A Miss Lunatic no le interesaba el dinero
4. Ella dijo que en el dinero, son mejores las monedas que el papel
5. Ella dijo que vivir es explicarse y llorar y reírse
6. Miss Lunatic estaba obsesionada por recorrer toda la ciudad antes que nadie
7. Le dijo al comisario que lo normal es que los policías tengan miedo y que el miedo es muy bueno
8. El comisario tuvo una sensación triste al despedirla, como si ya no volviera a verla.
9. Miss Lunatic le confesó al comisario que no se aburría. Que no tenía tiempo para hacer todo lo que quería
10. Al  comisario le encantó la charla con Miss Lunatic. Le pareció maravillosa y estaba deseando volver a verla.

(Soluciones: 1: Falso/ 2:Verdadero/ 3: Verdadero/ 4: Falso/ 5: Verdadero/ 6: Falso/ 7: Falso/ 8: Verdadero/ 9: Verdadero/ 10: Verdadero)

Palabra magica

Hoy la palabra mágica la dice Miss Lunatic. Es vivir. Hemos leído lo que es vivir para nuestra protagonista. Miss Lunatic luchaba por ello y lo iba consiguiendo. Pero hay mucha gente, en este mundo para los que vivir es algo muy complicado. No tienen nada más que lo que alguien les da. Podemos decir que ni casa, la comida es difícil, los padres ya no están y a sus pocos años tienen que luchar por vivir. Vemos sólo un ejemplo real en estas imágenes:

Intentemos, entre todas y entre todos, conseguir que con nuestro trabajo y con las posibilidades que tengamos, brille lo que dice el presentador del programa que hemos visto: esperanza y buenas nuevas. Porque ellos, esos niños que luchan por vivir, tratan de ir hacia delante. Qué lejos queda, como dice Miss Lunatic, lo que tanto preocupa ahora: ¡ganar dinero!

He conocido a mucha gente a lo largo de mi vida, comisario, y créame, en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir. Para mí  la única fortuna, ya le digo, es la de saber vivir, la de ser libre. Y el dinero no libera, querido comisario”.

Cuentame

Creemos que leer este libro de Caperucita en Manhattan nos ha dado la suerte de conocer a Miss Lunatic. Algo parecido a lo que le sucedió al comisario O’Connor, quien le confesó que él tenía miedo.  Entre las recomendaciones que le hace nuestra protagonista al inspector, a pesar del “poco” tiempo que tenía, le dice que lea El caballero inexistente. Como no llevaba el elixir que era bastante bueno contra el miedo, le da una forma muy importante de espantarlo, si el paciente  está dispuesto a una cosa: pensar. Algo tan fácil como decir: “A mí esto que me asusta ni me va ni me viene”.

¿Has pasado miedo alguna vez? ¿Cuál fue el momento más terrible? ¿Cuándo sucedió? A lo mejor, hasta te gustan los libros y las películas de miedo. Por si es así, estos te gustarán. Haz como el comisario O’Connor y a ver si lo notas en la boca del estómago. Lo que no podemos darte son los frasquitos de Miss Lunatic. Suerte, agárrate  y disfruta.

El abrazo de la muerte de Concepción López Narváez, María Salmerón López. Editorial Anaya.
Krabat y el molino del diablo de Otfried Preussler. Editorial Noguer.

Autor

Carmen Martín Gaite.

Nació el 8 de diciembre de 1925 en Salamanca (España) y murió el 23 de julio de 2000 en Madrid (España).
Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. En 1950 se trasladó a Madrid.  Recibió, entre otros, el Premio Nadal y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
La afición por la escritura fue temprana desde los 8 años escribía cuentos. Fue crítica literaria además de traductora y guionista para la televión.
Nuestro observatorio

Más datos sobre Carmen Martín Gaite en la página de la Universidad Complutense de Madrid y transcripción de una entrevista homenaje realizada en la emisora de radio COPE.

Las Islas Felices detrás del Viento. James Krüss. Editorial Anaya

25 Jul

islasfelices

Hablando habíamos llegado junto al hombre viejo con barba al que quería llevarnos el pájaro escribano. Estaba sentado al pie de una pequeña roca a la sombra de un pino. Junto a él brotaba un arroyo de la pared de piedra que se iba serpenteando a través de un prado de colores. Un león se había tendido al borde del arroyo y conversaba con el viejo.
Cuando el pájaro escribano nos presentó al anciano, nos saludó amablemente con la cabeza y nos invitó a sentarnos en el césped. Luego nos ofreció cerveza de miel. Echaba la cerveza de un cántaro que guardaba en un hueco hondo de la roca para que se enfriara.
-Precisamente estoy conversando con el león sobre un tema serio –dijo el viejo-. El señor Abdula, el león, afirma que tiene el derecho de comerse a las gacelas.
-Sí, señor –rugió Abdula-. Una ballena que ha pasado por la costa de África me ha contado que los leones de allí se comen a las gacelas.
-Eso es verdad –chilló la ratona Filina-, en todas partes donde hay leones y gacelas, los grandes leones matan a las pequeñas gacelas y se las comen.
-Pero no en las Islas Felices –dijo el viejo.
-Aquí los leones no tienen coraje para eso –resopló Abdula.
-No, aquí no lo necesitan –le corrigió el viejo-. Eso está relacionado con las cualidades especiales de las Islas Felices. Si tienen tiempo y ganas, señores míos, voy a contarles en pocas palabras la historia de estas islas. De todos modos tengo que contársela al león Abdula.
-Me gustaría mucho –exclamó Emma-ojos-de-águila.
-Y también tenemos tiempo –añadió Emma-banco-de-arena.
-Y además nos gusta oír historias –dijo Emma-pico-de-goma.
Entonces el viejo barbudo nos contó la historia de las Islas Felices detrás del Viento como sigue:
Muy al principio de la historia de la humanidad todos los seres de la tierra vivían pacíficamente entre sí. Todos hablaban el mismo lenguaje, ya fueran flores, leones, hombres o peces. Nadie se comía a nadie. Pues había bastante para comer. Los árboles frutales daban su fruto puntualmente en otoño. Los pollos, patos, gansos, avestruces o grifos ponían huevos para sus vecinos cuando hacía falta. Vacas y cabras daban leche. Coles y lechugas ponían a disposición todo lo que de ellas crecía sobre la tierra, y las remolachas y las patatas daban todo lo que de ellas crecía bajo la tierra. Así nadie necesitaba pasar hambre y nadie necesitaba comerse a nadie. El mundo era un paraíso.
Pero ya entonces había seres vivos que iban siempre sobre las patas traseras y las delanteras las usaban para atrapar. Tenían manos en las que podían oponer los pulgares a los otros dedos. Estos seres eran los hombres. Con sus hábiles manos construyeron una serie de cosas prácticas e hicieron diversos inventos provechosos.
Aprendieron a encender el fuego, a sembrar el grano, a trillar y a moler harina e inventaron también el horno. Cuando lo inventaron todo, hicieron el mejor invento de todos, cocer el pan.
Todos se alegraron mucho y ayudaron entonces a la producción del pan: los canguros tomaban la semilla en sus bolsas y la sembraban, los roedores mordían sus granos cuando estaban maduros, los leones los trillaban con sus colas, los elefantes los trituraban con sus patas enormes, y los hombres, al final, amasaban el pan, lo cocían y lo repartían. Los animales ya no tenían necesidad de ocupar sus días en la búsqueda de alimento. Ahora se tenía tiempo para conversaciones y juegos y nuevos inventos, porque su hambre se podía saciar en cada momento con pan.
Pero ahora que uno se podía saciar cada día y no tenía que esforzarse especialmente, los animales se volvieron algo raros. No se sabe exactamente quién comenzó. ¿Fueron los hombres, los leones, los buitres o los osos? En pocas palabras, de repente había fieras que comían a los hombres, y hombres que mataban animales y después los asaban y se los comían.
Comenzaron a comerse mutuamente, se volvieron desconfiados frente al vecino y hablaban entre sí solamente en voz baja.
Se inventaron incluso lenguajes secretos. Los perros hablaban guauguachi y los gatos miamiachi, los pájaros pipiochi e incluso entre los hombres surgieron varios lenguajes. Naturalmente en este tiempo los hombres eran los más felices, porque eran grandes inventores y podían protegerse en casas de piedra de los animales malvados. Inventaron un costal para sembrar, hoces para segar, mayales para trillar y piedras de molino para moler. Y cuando pudieron hacer solos el pan, no les dieron más a los animales.
Sí, aún vinieron cosas peores. Sacaban punta a fuertes ramas y las lanzaban desde lejos sobre el corazón de animales inocentes. Después asaban los animales, se los comían y a menudo consumían más de lo que necesitaban para saciar el hambre. Se volvieron gordos y blandos, perdieron el pelo de su piel y comenzaron a tener frío en invierno. Entonces se pusieron sobre su cuerpo las pieles de los animales que mataban e inventaron chaquetas, pantalones, zapatos, abrigos y gorros.
Desde entonces el mundo fue para abajo. Pues pronto inventaron los hombres el dinero y la pólvora, y el paraíso se convirtió en la enorme confusión que llamamos historia del mundo.
Sólo en un lugar de la tierra no se notó nada de estos cambios. Aquí, en las Islas Felices. Están rodeadas a veinte millas marinas de distancia por una corona de vientos en torbellinos, por la que nadie puede entrar por el agua o por el aire. Sólo muy abajo en el fondo del mar o alto, alto sobre las nubes logran a veces entrar aquí una ballena o un águila. Y porque estamos detrás de los vientos, señores míos, nos quedamos protegidos de la historia del mundo. Entre nosotros hablan todavía todos con todos, uno ayuda al otro cuando es necesario, no nos comemos mutuamente y cada uno obtiene sus beneficios por ello.

James Krüss. Las Islas Felices detrás del Viento.  Ed. Anaya

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

 Antes de comentar nuestra lectura de hoy, vamos a ver un poco los orígenes del ser humano. Cómo empezó la historia del hombre. Han pasado millones de años, desde aquellos difíciles comienzos.

Nos dice el autor que allí, en las Islas Felices,
“Aprendieron a encender el fuego, a sembrar el grano, a trillar y a moler harina e inventaron también el horno. Cuando lo inventaron todo, hicieron el mejor invento de todos, cocer el pan. Todos se alegraron mucho y ayudaron entonces a la producción del pan.”
Hoy, fabricamos el pan, eso que nos dice el autor que fue el mejor invento de todos y que tanto nos gusta, de esta manera.

Pues bien. Ahora, vamos a la literatura. Veremos cómo un autor, en este caso James Krüss, nos cuenta su historia. Que no es una historia de la realidad, de lo que los científicos han estudiado sobre el origen del hombre. Es una narración literaria de imaginaciones de lo que hace tanto tiempo pudo quizá pasar.

Cuando leemos este texto, nos suceden dos cosas al tiempo. Primero, pensamos según lo que nos dice el autor, en lo maravillosa que sería, a lo mejor, la vida en la tierra, al principio de los tiempos. Los animales que podían oponer los pulgares a otros dedos, los humanos, empezaron construir cosas prácticas e hicieron buenos inventos, útiles para la vida.

Lo siguiente que pensamos es: ¿y en qué acabará aquella historia del viejo barbudo que la contó, la de de Las Islas Felices detrás del Viento?

En cuanto al primer pensamiento, todo depende de quienes leen. Imaginar es algo tremendamente personal, único, irrebatible e insustituible. Las lectoras y los lectores tienen un don maravilloso que da la lectura: la libertad. Por eso soñamos, nos emocionamos, lloramos, cuando nos duele el corazón con lo que la autora o el autor escribe. Por tanto, tuya es la lectura. Siempre hay un ¿qué sucederá? Esa es la razón de que se parezcan tanto la lectura y el cine. Porque da igual el soporte que utilicemos. Puede ser el papel, la pantalla del ordenador o de una sala de cine, un anuncio que vemos en una valla…

Para la segunda pregunta que nos hacemos tenemos una solución facilísima. La lectura de la novela de James Krüss, de la editorial Anaya, nos puede resolver todas las dudas. El final de nuestros pensamientos es como el final de la película.

Sí hemos leído que el avance de la humanidad en los siglos que van pasando, empeora con el tiempo. Se empezaron a comer unos animales a otros, se tenían que proteger de los malvados y cosas peores. El autor nos dice que el mundo fue hacia abajo. Para colmo, los hombres, los humanos, inventaron el dinero y la pólvora. Entonces, “el paraíso se convirtió en la enorme confusión que llamamos historia del mundo”.

Palabra magica

La palabra mágica de hoy es contar. Esto dice el texto que hemos leído:

«Si tienen tiempo y ganas, señores míos, voy a contarles en pocas palabras la historia de estas islas. De todos modos tengo que contársela al león Abdula.
-Me gustaría mucho –exclamó Emma-ojos-de-águila.
-Y también tenemos tiempo –añadió Emma-banco-de-arena.
-Y además nos gusta oír historias –dijo Emma-pico-de-goma
Entonces el viejo barbudo nos contó la historia de las Islas Felices detrás del Viento.»

Los cuentos nos atraen, desde que somos muy pequeños hasta que tenemos más edad, mucha, muchísima edad. Lo dijeron las tres Emmas y quizá también se lo diría el león Abdula, al viejo barbudo. Porque la magia de contar la consiguen los grandes cuentacuentos. Esos o esas que nos emocionan, según cuentan una historia, que nos hace vivir la magia.

Cuentame

A lo mejor tú eres el séptimo lector o la séptima lectora de este séptimo cuentacuentos que te ha contado este séptimo cuento.

Pero se han cambiado las tornas. Hoy te toca a ti ser cuentacuentos. Es muy importante el lugar que elijas para contar el cuento. ¡Atención, mira!  Ya hay bastante público. Hemos pedido prestadas unas sillas en la cafetería bar que hay en la plaza, al lado del parque. Han sido muy amables y sólo nos han pedido una cosa: sentarse ellos también, cuando cuentes el cuento. No olvides que es muy importante llevar una ropa especial, tuya, la que usas cuando cuentas un cuento. ¿Cómo es? ¿Te pones una barba, si eres chico, como la que usas en halloween? ¿Y si eres chica, una larga cabellera muy canosa, blanca y zapatos de tacón de horrible bruja? O vas como siempre, porque es mejor ir como tú eres.

En ese lugar que elijas, pasa como en las Islas Felices. No existe nada más que el cuento que cuentes. Todo transcurre con armonía y paz. Aquí sólo se viene a oír tu cuento. Por eso es muy importante, para no defraudar al auditorio, que pienses lo siguiente:

¿Qué historia crees que le puede gustar a este fantástico auditorio que tienes? No olvides que es muy importante seleccionar bien la historia.

Cómo y cuándo sucedió
Quiénes participaron en la historia.
Dónde sucedió
Qué cosas, las más importantes, ocurrieron en tu historia.
Qué fue lo que más te llamó la atención: un susto, una sorpresa, una alegría, una risa, una tristeza, una alegría, un miedo…
¿A quién se lo contaste y cómo se lo dijiste?

Si ves que no te vas a acordar bien de esa fantástica historia que vas a contar, lo mejor es que cojas un papel y lo apuntes, para no olvidarte de nada. Las actoras y los actores de teatro repasan mucho el papel que tienen que hacer, antes de salir a escena. En algunos teatros, también hay apuntador, la persona que está pendiente de lo que dices, para apuntarte, si se te olvida algo. Tú puedes mirar tu papel, si lo necesitas.

A ver qué nos cuentas, porque estamos deseando escucharte. ¡Mucha suerte! Y ¡A escena! La función va a empezar.

Autor

James Krüss

Nació en 1926 en Helgoland, isla del Mar del Norte (Alemania). Es una isla pequeña que para Krüss fue muy importante en su infancia y juventud y lo convirtió en un convencido isleño durante toda su vida. Tras la segunda guerra mundial, en la que participó como soldado del ejército del aire, Krüss cursó estudios de magisterio, pero nunca trabajó como profesor.

Escribió novelas, poesía y guiones para la radio y televisión. En algunas ocasiones no firmaba con su nombre verdadero y utilizaba estos otros: Polder Markus y Ritter Félix. Un amigo alemán fue el que le animó a escribir para niños. En sus libros insistía mucho en la libertad y la paz.

Ganó varios premios, entre ellos el Hans Christian Andersen en 1968.

Murió en 1997 en la isla de Gran Canaria (España).

Nuestro observatorio

Más datos biográficos y curiosidades sobre James Krüss en Instituto Goethe y el periódico La Provincia

BIbliografía 

Ofrecemos, a continuación, una selección de libros del autor  tomada de  Canal Lector.

El rastro de «El Caracol». Wolfgang Ecke. Ed. Espasa-Calpe

16 May

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En el gremio (1) de ladrones de la gran ciudad había uno que tenía un mote especial: le llamaban El Caracol.  Y no porque fuera lento de ideas o movimientos, sino única y exclusivamente, porque tenía por costumbre ponerse a comer con toda tranquilidad en las viviendas en las que entraba a robar.
En unos casos lo que encontraba y en otros su propia cena, que siempre llevaba consigo.
Yo ya me había encontrado con El Caracol en este o aquel restaurante porque los dos compartíamos una misma pasión: la buena comida.
En esta ocasión lo encontré en La Sartén, en el momento en que se disponía a hacerle los honores a una brocheta de solomillo.
Me quedé tan sorprendido como una gallina que de pronto hubiera puesto un huevo rectangular. En toda la ciudad no se hablaba más que del robo en la villa Shöffler de la noche anterior. El ladrón no se había limitado a llevarse varios valiosos lienzos tras cortarlos para separarlos de sus respectivos arcos, sino que se había servido a gusto en la cocina.
La policía había deducido de los restos que quedaron sobre la mesa que el asaltante había estado comiendo un mínimo de dos horas.
Nadie lo había puesto en duda, era la huella de El Caracol.
El inspector Schulz me había informado hacía una hora y cuarto de una última novedad: el doctor Schöffler acababa de darse cuenta de que el ladrón se había llevado también una valiosa figura de oro y piedras preciosas.
Ferdinand Huf, nombre civil de El Caracol, se llevó una alegría cuando me senté a su mesa.
-¡Le recomiendo la brocheta de solomillo! –me dijo.
-¡Hubiese jurado que estaría usted recluido(2)!
-¿Lo dice por lo de anoche?
Asentí y él sonrió.
-Así es, estuve recluido… temporalmente. Pero mi coartada es perfecta.
-¡Qué suerte para usted! –exclamé, y pedí pechuga de pavo rellena con ocho guarniciones (3) diferentes.
-Estuve en el hospital con mi anciana madre. La enfermera de servicio puede testificarlo.
-¿Toda la noche?
-Hasta las tres de la mañana. Mamá lo quiso así porque no podía dormir.
-¡Voto al chápiro! Y la policía se lo ha creído…
El Caracol mordió un trozo de carne de la brocheta.
-No tuvieron más remedio. Además, han puesto mi casa patas arriba. Nada de cuadros, nada de figuras de oro…
Asentí.
-Así que alguien se ha hecho pasar por El Caracol. ¿No es eso?
-Eso es.
La brocheta de solomillo le estaba sabiendo a gloria.
Le invité a un café solo.
Y esa misma noche tuve un sueño muy divertido.
Al despertarme llamé al inspector Schulz, quien me contestó con un enorme bostezo.
-Oiga usted, cansado empleado público, acabo de soñar que, a pesar de los pesares, el ladrón es el Caracol. Vuelva usted a comprobar su coartada, ¡pero con lupa!
-¿Cómo se le ocurre a usted tal cosa? –preguntó Schulz repentinamente espabilado.
-Ayer por la noche, en La Sartén, me contó por descuido más de lo que debería haber contado. Fíjese…
Pregunta: ¿A qué descuido se refería Balduino Piff?

(Solución: El Caracol mencionó la figura de oro en su conversación con Balduino Piff, pero el robo de la misma acababa de ser denunciado por el doctor Shöffler. ¿Quién entonces podía saber que la figura había sido robada… sino el ladrón?)

1 gremio: conjunto de personas que tienen el mismo oficio.  2 recluir: encerrar a alguien en la cárcel. 3 guarnición: verduras u otros alimentos que se sirven para acompañar a la carne o al pescado.

Wolfgang Ecke.  El rastro de «El Caracol» y otras historias policiacas. Ed. Espasa-Calpe.

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Ha llegado el misterio, la intriga, la duda, el ¿quién será?, ¿cómo descubrir?… Es el momento perfecto de investigar, de buscar, de relacionar, de explorar, de examinar, de averiguar, de atar cabos sueltos… Si te gustan esas palabras, tú puedes ser detective profesional. Está claro que conoces bien un género de la literatura universal: la novela policíaca.

Parece evidente que has leído libros o páginas en internet o has visto alguna película sobre investigadores famosos. Hay uno que sobresale: el inspector Sherlock Holmes. Con su inseparable colaborador, el doctor Watson. Hoy te vas a aproximar, en esta lectura, al inspector Shulz otro sagaz investigador y a Balduino Piff, un hombre muy, muy observador, que lo ayudaba. Alguien que, gracias a su instinto, consiguió la clave para resolver este difícil enigma. Pensad que, detrás de todo ello estaba un ladrón como ninguno: El Caracol.

Hay muchas ocasiones donde también la suerte es muy importante para quienes investigan. En este asunto, no se trata de la desaparición de alguien, como sucede, por ejemplo, en el libro El joven Sherlock Holmes, con El caso de la joven desaparecida, de Shane Peacock, en editorial Almadraba.

Aquí el ladrón se había llevado una valiosa figura de oro y piedras preciosas. La cuestión era: ¿dónde estaría esa preciada figura? Y ahí aparece la suerte: Curiosamente, El Caracol y Balduino Piff coincidían en algo: el gusto por la comida.

Y fue en un restaurante, donde coincidieron, el lugar en que El Caracol cometió su gran error. Y ese error no se le escapó a Balduino. Gracias a ello, se puso rápidamente en contacto con la policía, con su amigo el inspector Schulz y consiguieron lo que tanto buscaban.

Palabra magica

La palabra mágica hoy es coartada. Seguro que todos nos hemos inventado una coartada, como El Caracol, cuando hemos hecho algo que sabemos que no está bien, pero no queremos que nadie se entere.

Quizá convenga aportar unos sinónimos de coartada, para utilizarlos, según convenga, en determinadas frases. Otorgaremos un número de puntos, cuando se usen las palabras adecuadas. Así, esta actividad de vocabulario se convertirá en un juego para el colectivo.

El listado de palabras para utilizar es el siguiente (en negra, las palabras sinónimas, cuyo significado es igual o parecido):

Coartada      Excusa       Confesión      Susto     Alegría     Defensa

Las palabras coartada, excusa, defensa, tendrán 5, 10 y 15 puntos. El resto, serán: Confesión, 20 puntos; Susto, 11 puntos; Alegría, 6 puntos.

Las frases son:

El Caracol le dijo a Balduino Piff que tenía una coartada.
El Caracol le dijo a Balduino que iba a hacer una confesión.
El Caracol le dijo a Balduino que le dio un susto terrible.
El Caracol le dijo a Balduino que le dio mucha alegría robar allí.
El Caracol le dijo a Balduino que tenía buena defensa.
El Caracol le dijo a Balduino que tenía una buena excusa

Si el resultado es 30 puntos, se dará la enhorabuena. Si no fuera así, tendremos que utilizar el diccionario y comprobar las distintas definiciones.

Cuentame

Siempre recordamos a los grandes detectives, esos que han conseguido descubrir casos muy complicados. Pero ¿y de los malhechores, de los bandidos, de los ladrones, de los delincuentes?
El Caracol quería ser tan famoso como Schulz o Balduino Pif.
Vamos a darle esa oportunidad recordando, de alguna película o de algún libro o de alguna página de internet, el nombre de un famoso o famosa delincuente, para que El Caracol se sienta tranquilo y no haga más fechorías. Pueden ser ladrones reales o imaginarios, como Fantomas, Robin Hood o los cuarenta ladrones, con Alí Babá.
Y también puedes inventar tú uno: el que robó la pizarra electrónica que había en clase. ¿Cómo lo conseguiría, con lo grande que es? ¿Cómo sería posible que la sacara del centro, sin que nadie se diera cuenta? ¿Dónde podría haberla vendido? ¿Cuánto dinero pagarían por una pizarra electrónica tan fantástica? Seguro que no era ninguna compañera ni compañero. Pero ¿cómo lo consiguió? ¿Sería un pariente o amigo de El Caracol?

Autor

Wolfgang Ecke

Nació el 24 de noviembre de 1927 en Radebeul (Alemania). Murió el 24 de octubre de 1983 en Ausburg (Alemania) en un accidente de coche cuando intentó evitar chocar con una vaca que se cruzaba en la carretera.
Comenzó a estudiar Música y Teatro en la Universidad de Dresde pero no acabó sus estudios.
Fue un colaborador habitual de la radio donde elaboraba guiones diversos que le servirían después para sus publicaciones.
Escribió numerosos libros para niños y jóvenes del género policíaco y también obras de teatro.
Su nombre es sinónimo de lectura de intriga, aventura policiaca y de emoción.

Nuestro observatorio

Sugerimos descubrir otros  libros policiacos de diversos autores en Canal Lector