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De puro distraído. Mario Benedetti. Editorial Libros del Zorro Rojo (Recomendado: 18 años)

30 Abr

benedetti

Nunca se consideró un exiliado político. Había abandonado su tierra por un extraño impulso que se fraguó (1) en tres etapas. La primera, cuando lo abordaron sucesivamente cuatro mendigos en la Avenida. La segunda, cuando un ministro usó la palabra Paz en la televisión e inmediatamente comenzó a temblarle el párpado derecho. La tercera, cuando entró en la iglesia de su barrio y vio que un Cristo (no el más rezado y colmado de cirios sino otro alicaído, de una nave lateral) lloraba como un bendito.
Quizá pensó que si se quedaba en su país se iba a desesperar a corto plazo y él bien sabía que no estaba hecho para la desesperación sino para el vagabundeo, la independencia, el modestísimo disfrute. Le gustaba la gente pero no se encadenaba. Se entretenía con el paisaje pero al final se empalagaba de tanto verde y añoraba el hollín de las ciudades. Saboreaba las tensiones metropolitanas pero llegaba un día en que se sentía cercado por los imponentes bloques de cemento.
Así como había vagado por las calles y los caminos de su tierra, empezó a vagar por los países, las fronteras y los mares. Era terriblemente distraído. A menudo no sabía en qué ciudad se encontraba, pero no por eso se decidía a preguntar. Simplemente seguía caminando, y, en todo caso, si se equivocaba, no le importaba salir del error. Si precisaba algo, ya fuera para comer o para dormir, disponía de cuatro idiomas para buscarlo y siempre había alguien que lo comprendía. En el peor de los casos, le quedaba el esperanto (2) de los gestos.
Viajaba en ferrocarril o en autobús, pero normalmente lograba que lo recogiera algún auto o camión. Inspiraba confianza. La gente le creía las cosas más absurdas, y no se equivocaba, porque todo en él era un poco absurdo. Por lo común andaba solo, y era lógico, ya que ningún hombre ni, menos aún, ninguna mujer, habría sido capaz de soportar tanta incuria (3) y tanto desorden.
Cuando pasaba por una frontera, mostraba el pasaporte con un gesto displicente (4) o mecánico, pero inmediatamente se olvidaba de qué frontera se trataba. Permanecía poco tiempo en el centro de las ciudades. Prefería los barrios marginales, donde se llevaba bien con los niños y los perros.
A veces surgía algún detalle que le servía de orientación. Pero no siempre. Una mañana se halló junto a un canal y creyó que estaba en Venecia, pero era Brujas. Confundir el Sena con el Rin, y viceversa, le ocurrió por lo menos en tres ocasiones. No llevaba brújula sino que se orientaba por el sol, pero cuando le tocaban días tormentosos, de cielo oscuro, no tenía la menor idea de dónde quedaba el norte. Y eso tampoco lo afectaba, ya que no tenía preferencia por ninguno de los puntos cardinales.
Cierto mediodía se enteró de que caminaba por Helsinki porque vio una cabina telefónica que decía Puhelin. Era uno de sus escasos datos sobre Finlandia. Otro día sintió un alarmante tirón de hambre en el estómago y extrajo de su morral un poco de queso; cuando masticaba con fruición advirtió que se había recostado a una columna que le trajo el recuerdo de las de mármol pentélico (5) que había visto en alguna foto del Partenón, y claro, a partir de esa asociación se dio cuenta de que estaba en la Acrópolis (6). Sí, era terriblemente distraído. En otra ocasión nevaba y para protegerse del frío se metió en las galerías comerciales del moderno subsuelo de Les Halles (7). Cuando, un semestre después, emergió de otras galerías subterráneas en pleno centro de Estocolmo, se alegró sinceramente de que ya no nevara.
De vez en cuando iba a los aeropuertos, pero casi nunca viajaba en avión, entre otras cosas porque, después de presentarse en el mostrador correspondiente y despachar su liviano (8) equipaje, se iba a la terraza a ver cómo despegaban y aterrizaban las grandes aeronaves y no prestaba la menor atención a los altavoces, que repetían su nombre con insistencia.
En cierta ocasión, sin embargo, y vaya a saber por qué extraño mecanismo, permaneció junto a la puerta de embarque y subió confiadamente al avión con los demás pasajeros. Cuando llegó a destino y mostró su pasaporte, tan displicentemente como de costumbre, un funcionario de emigración lo miró con atención y le dijo: “Venga conmigo”. Él lo siguió mansamente por un corredor desierto. Cuando llegaron a una puerta con un letrero Prohibido el paso, el funcionario la abrió y lo conminó (9) a entrar. Así lo hizo, desprevenido. Pensó acercarse a una mesa que había en el centro de la habitación, pero de improviso no vio nada. Alguien, desde atrás, le había colocado una capucha. Sólo entonces comprendió que, de puro distraído, se encontraba de nuevo en su patria.

Notas

(1) Fraguó: ideó, pensó.
(2) Esperanto: lengua artificial creada en 1887 por Lázaro Zamenhof, como resultado de una década de trabajo. Esperaba que se convirtiera en la lengua auxiliar internacional.
(3) Incuria: poco cuidado.
(4) Displicente: de mal humor.
(5) Pentélico: relativo al nombre de un monte de Grecia.
(6) Acrópolis: sitio más alto y fortificado de las ciudades griegas. En este caso, se refiere a la de Atenas.
(7) Les Halles: lugar muy conocido de París.
(8) Liviano: ligero, de poco peso.
(9) Conminó: Obligó con una orden.

Mario Benedetti. Historias de París.  Ed. Libros del Zorro Rojo

Propuestas para mediadoras y para mediadores.

RECURSOS

Texto

Hola, amiga o amigo de la lectura. Vamos a darnos una vuelta por algunos de los lugares que nuestro despistado protagonista fue recorriendo, sin saber bien dónde estaba. Nos vamos a Helsinki, capital de Finlandia.

Luego, iremos a ver la ciudad de Brujas, una de las más bonitas de Bélgica.

Y no podemos perdernos la visita a la Acrópolis, en Grecia. Sin dejar de ver el Partenón, cuya reproducción puedes contemplar.

Y nuestro despistado viajero, sin tampoco saber cómo, pasea por un barrio de París, Francia, en uno de los más famosos mercados de Europa: Les Halles. Podrás ver, en estas páginas, muchas de las cosas que allí se pueden encontrar.

¿Estás cansada o cansado de tanto viaje? Pues descansa un rato, en unos de los bancos de nuestra próxima ciudad: Estocolmo, capital de Suecia, de la que veremos ahora unas imágenes.

 Palabra magica
Hoy es preguntar.

Para eso, utilizamos las oraciones interrogativas, que son las que tienen signos de interrogación (¿?) y su cometido principal es el de consultar, interrogar o preguntar; o sea, cuando queremos conocer algo. Casi siempre, si la pregunta no es muy difícil, obtenemos esa información que necesitamos. Tenemos que procurar hacer preguntas claras y muy concretas, si esperamos obtener una buena respuesta. Que no nos pase como al viajero del video que hemos seleccionado. Él sólo quería saber. Los que responden, con la mejor voluntad, lo único que consiguen es crear todavía más confusión. El viajero se fió de ese dicho de “preguntando se va a Roma”.
Y para que te rías un rato, a ver si consigues saber por dónde dicen estos señores que hay que ir.

 

Cuentame
La historia de cantidad de personas es muy parecida a la de nuestro protagonista de la lectura. Muchos y muchas están obligados a ese vagabundear; no porque les gusten los viajes ni por ver lugares nuevos maravillosos. Tienen que encontrar trabajo, buscar un lugar donde dormir y que alguien les dé algo, para poder comer. ¿Conoces a alguna persona que tenga, por seguir en la vida, en el mundo, que recibir ayuda de los demás? A lo mejor no sabes su nombre. O quizá sí. ¿No has hablado nunca con nadie que te necesite? Si sabes alguna historia de una o unas personas necesitadas, te pediríamos que, por favor, nos la cuentes. Pensemos que, uno tras otro, con sentido de hacer el bien, podemos crear una estupenda cadena. Una cadena o una red, como lo prefieras, para una vida mejor de alguien que nos necesita.

Ahora, con este instrumento que estás usando, internet, son posibles muchas cosas. Pero necesitamos saber, conocer, nombres, personas, lugares, instituciones que pueden ayudar, etc. No desperdiciemos ninguna oportunidad de que alguien se sienta al lado de otras, de otros, dispuestos a luchar por una vida mejor. Las páginas que tienes son algo complicadas, para entenderlas. De todas formas, sólo sirven para que sepas que hay bastante gente, en nuestro país y en otros muchos, dispuesta a ayudar a los que menos tienen. Ojalá que todo esto funcione bien, para conseguir una vida más fácil a quienes lo necesitan.

Vas a ver ahora un video de la emigración española. Lugares, formas de trabajo, situación de unos españoles que tú no has vivido, por suerte. Se dirigían a cualquier parte donde pudieran encontrar trabajo. Por eso, es tan importante que ahora, que nosotros podemos, ayudemos a quienes lo necesitan. Sean como sean y vengan de donde vengan. Es de justicia echar esa mano, dar esa ayuda, como hicieron con los españoles, cuando la necesitamos.

 Autor

Mario Benedetti
Nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros (Uruguay) y murió el 17 de mayo de 2009 en Montevideo (Uruguay). Trabajó desde los 14 años, primero fue taquígrafo y después vendedor, funcionario, contable, locutor de radio, traductor y periodista. Estuvo 12 años exiliado. Ha publicado más de 80 libros y ha sido traducido a 25 idiomas. Escribió letras de canciones y también fue humorista, publicando bajo el seudónimo de Damocles. Recibió numerosos premios literarios tanto en su país como fuera de él.
Nuestro observatorio

Se pueden consultar más datos biográficos sobre Benedetti en la Fundación del autor.

Bibliografía 

Ofrecemos, a continuación, una selección de libros del autor tomada de Canal Lector.
Más libros en la página de la Fundación Mario Benedetti