Una mañana, de pronto, me levanté con dolor de rosa. El dolor de rosa era una nubecilla pequeña, un copo de niebla, que se me había aposentado en medio del pecho y me producía un dolor dulce, suave, sutil. Era un dolor extraño, no sólo por su semejanza a una neblina rosada, sino porque, a pesar de ser un dolor y, por lo tanto, un poco angustioso, no resultaba desagradable.
Al principio, intenté hacerlo desaparecer sacudiéndolo con la mano, soplándolo con todas mis fuerza, echando a correr, acercándole una cerilla… No hubo nada que hacer. El dolor de rosa se movía un poco, parecía que iba a desvanecerse, pero al final, volvía a concentrarse en mi cuerpo. Tuve que aceptarlo. Y confieso que incluso me gustaba sentir aquella punzada extraña y dulce sobre mi pecho, un poco decantada hacia el lado del corazón.
Pero me daba vergüenza. La gente me miraba por la calle. Los niños me señalaban con el dedo mientras las madres les decían que señalar a las personas es de mala educación.
Lo peor fue el autobús. La gente, instintivamente, se alejaba de mi lado, como si la nubecilla de color rosado fuera algo contagioso y peligroso. Me sentí muy inquieto. Sobre todo porque, como todos los días, en el autobús de las siete y media iba aquella chica rubia que me gustaba tanto. Me dio rabia que me viera con aquella pinta.
Y lo de la nubecilla no fue nada comparado con lo que me pasó a continuación: sin saber cómo ni por qué, del dolor de rosa me salió una pompa tornasolada que fue subiendo poco a poco hasta el techo del autobús, donde me estalló. Los viajeros me miraron de mala manera mala manera. Y después me salió otra pompa tornasolada. Y otra…¡Menos mal que había llegado a mi parada! Bajé de un salto, sin atreverme a mirar a la chica rubia y dejando detrás de mí, como una estela, un olor a jabón de lavanda.
En la oficina, los compañeros de trabajo se fueron con todas las ganas de mi dolor de rosa. Y cuando, angustiado y ofendido, me senté en mi mesa al mismo tiempo que salía de la nubecilla un pensamiento amarillo y morado, la jerga que se organizó fue de aúpa. Salió el gerente, con cara de pocos amigos, me hizo responsable de la algazara y me echó una filípica de padre y muy señor mío. En plena bronca, salió de la nubecilla una mariposa de vivos colores que revoloteó durante un rato en torno a las narices del gerente. El hombre se puso frenético y me amenazó con encerrarme en el lavabo hasta que dejara de hacer aquellas “bromitas de mal gusto”. Me costó mucho trabajo convencerlo de que lo de la nubecilla era una desgracia como otra cualquiera. Al fin se fue a su despacho diciéndome que si aquel “curioso fenómeno” persistía lo que debía hacer era colocarme en un circo, fuera de horas de oficina, ya que sin duda podría sacarme un buen sobresueldo. Aquel hombre siempre pensaba en lo mismo…
Al cabo de una semana de dolor de rosa y de inesperadas apariciones de bambollas, flores, mariposas, libélulas, pajarillos de mil colores y más cosas, ya había aprendido cómo funcionaba todo aquello. Por ejemplo, me había dado cuenta de que los objetos y los seres voladores incontrolados y multicolores, aparecían cuando me ponía excesivamente nervioso por ser uno u otro motivo. Por otra parte, llegó un día en que en la oficina ya no hacían caso al extraño fenómeno y yo me había acostumbrado a tener la mesa llena de gusanos de luz, orquídeas exóticas, bolitas de colores y banderitas de papel de seda.
Lo que me resultaba más difícil eran los viajes en el autobús. La gente desconfiaba de mí y se advertía desde el primer momento que no les hacía ninguna gracia viajar en mi compañía.
A mí todo me daba igual. Por lo único que lo sentía era por la chica rubia, pero estaba seguro de que si me acercaba a ella con el propósito de darle una explicación, aún se asustaría más… No obstante, un día decidí que, a pesar de todo, era mejor decirle algo. No podía soportar la idea de que me tomara por un bicho raro, cosa que sin duda ocurriría si no hablaba… Y a mí la chica me gustaba tanto…
En un arranque de valor me acerqué a ella y le dije:
-Oiga…
No pude decir nada más. Me había puesto tan nervioso que la nubecilla lanzó una especie de bengala encendida. Ya podéis imaginar el revuelo que se armó en el autobús: Chillidos, gritos, corridas y desmayos al por mayor. El lío fue tan mayúsculo que el conductor se vio obligado a parar. Acto seguido vino hasta donde yo estaba y me echó del vehículo.
Me apeé con la cabeza baja, compungido y triste meditando mi mala suerte. Además de haberme puesto en ridículo delante de la chica, tendría que ir andando al trabajo y llegaría con retraso.
Y he aquí que, de pronto, oigo a mi lado una voz muy agradable que me dice: ¿Quería decirme algo?
Era la chica rubia. El corazón me dio un salto y la nubecilla dejó caer una pelotita de tenis.
-Se le ha caído esto –dijo ella con toda naturalidad al tiempo que recogía la pelotita del suelo.
-Si la quiere se la regalo –murmuré.
-¡Gracias! –contestó ella. Y sonrió. Aquello me dio fuerzas y le expliqué mi problema. Me escuchó atentamente y, al acabar mi relato y después de pensar un poco, dijo:
-Tal vez está enamorado…
-¿Y cómo es posible si yo, que sepa, no…?
-Oh –me interrumpió-, a lo mejor está enamorado sin saberlo y ésa es la causa de que le ocurra todo esto…
Como ella ya había llegado al lugar donde trabajaba, tuvimos que dejar la conversación en ese punto. Yo seguí mi camino más contento que un niño con zapatos nuevos.
Llegué tarde y el gerente me puso una sanción, lo cual no me importó ni poco ni mucho. A media mañana me di cuenta de que en las últimas horas no me había salido nada de la nubecilla y aquello no era normal. Pero lo más gordo era que tampoco estaba la nubecilla. Se había esfumado. A partir de aquel momento ya no hice nada de provecho. Sólo podía pensar en lo que me había dicho la chica del autobús. Al fin me dije que tenía que rendirme ante la evidencia.
En el autobús, de regreso a casa, volví a coincidir con la chica. Le mostré la desaparición de la nubecilla y le dije que después de haberlo pensado detenidamente había descubierto que tenía razón, que estaba enamorado de ella y que no me había dado cuenta hasta aquella mañana.
-¿Qué podemos hacer? –le pregunté.
Ella primero se sonrojó. Después dijo:
-Lo más urgente es decirnos nuestros nombres y tutearnos. Y después, quedar para salir… Me parece que eso es lo que suelen hacer los enamorados, ¿verdad?
Verdad.
Joles Sennell. Dolor de rosa y otros cuentos. Ed. Oxford University Press
Propuestas para mediadoras y para mediadores.
RECURSOS
Dolor de cabeza, dolor de muelas, pero ¿dolor de rosa? Sí. Eso es posible gracias a la Literatura. La capacidad que tiene un autor para sorprendernos, para convertir la imaginación, su imaginación, en esas palabras, en ese texto que nos hace levantar una ceja, abrir los ojos como platos, bajar el labio superior… Toda una gama de gestos, muecas para demostrar nuestra extrañeza. Las primeras palabras de Joles Sennell son como una gran bolsa mágica, de la que vamos sacando sorpresas. Porque el dolor de rosa era una nubecilla, un dolor pero no desagradable. Era sutil. Aunque a nuestro protagonista no le gustaba del todo, porque intentó, por cualquier medio, hacerlo desaparecer. No hubo manera. Ya podía soplar, echar a correr y lo que fuera. Ahí seguía el dolor.
Pero no hay sólo un dolor de rosa, como le pasaba a quien cuenta la historia. Hay también, como puedes comprobar en esta dirección que te damos, un autobús de Rosa. Un libro de la editorial Barbara Fiore
Y aquí tienes unas cuantas, a las que sólo les falta el aroma. Sí. Son rosas.
¿Has oído, alguna vez, la expresión: la vida es de color de rosa? ¿Sabes qué quiere decir? ¿Piensas que tiene que ver con el dolor de rosa o es todo lo contrario? ¿Crees que pronto nuestro protagonista podría cambiar su dolor de rosa por otra expresión, que también utilice el color rosa, pero sea mucho más agradable?
Si te interesa el tema, puedes leer estos libros, donde está presente el amor, de diferentes maneras.
El blog de Cyrano
Gretchen se preocupa
El castillo de los Pirineos
La palabra mágica hoy es enamorados.
La chica rubia del autobús es la que toma la decisión de hacer un comentario a nuestro protagonista. “Tal vez está enamorado…”
Como la contestación del protagonista no dejaba nada claro, sino que le dijo: “¿Y cómo es posible si yo, que sepa, no…?
Nuestro comentario al protagonista sería éste: “Pero buen hombre. ¿Se ha leído usted lo que en el diccionario encontramos, cuando buscamos la palabra amor? ¿Se ha dado cuenta, realmente, de lo que le está diciendo esa chica rubia que tanto le gusta a usted?
Mire, joven. Usted no tiene dolor de rosa. Usted lo que tiene es un enamoramiento por esa chica rubia. Usted está enamorado. Tiene usted todos los síntomas claros: siente usted inclinación por ella. Le tiene mucho afecto. Le alegra profundamente verla y le encantaría estar con ella. ¿Verdad? Pues es usted un verdadero diccionario abierto. Vaya usted a leer uno y verá cómo lo que usted siente es amor. Está usted enamorado.
Si le parece, podía usted contárnoslo, en el apartado siguiente. Si lo consigue, la palabra mágica ha logrado su hechizo. La magia de la palabra habrá funcionado.
¿Recuerdas cuándo fue tu primer enamoramiento? ¿Con quién fue? ¿Dónde te sentiste enamorada o enamorado?
Descríbenos cómo era él o ella. Qué es lo que más te gustó. ¿Fuiste capaz de decírselo? ¿Con qué amigas o amigos lo comentaste?
A lo mejor, no te sucedió nada de lo que dicen la chica rubia y nuestro protagonista. O a lo mejor sí. Dinos qué te importa más de una persona con la que crees que hay amor. ¿A qué sitios te gusta ir con él o con ella? Podrías contarnos si habéis leído los dos un libro o visto alguna película que os apeteciera. ¿Tenéis planteada alguna salida fuera de casa y del colegio o instituto? ¿Recuerdas la última excursión que hicisteis? ¿Adónde fuisteis? ¿Es problema el dinero con que contáis? A lo mejor, lo que más os apetece es ir a un concierto juntos. A ver si eres capaz de poner tus conjuntos preferidos y el título de alguna canción que os guste a los dos.
Cuando pasa algo que no va demasiado bien, ¿lo conversas con él o con ella o crees que es algo enormemente personal y que cada uno debe resolver sus problemas?
Joles Sennell
Nació el 24 de diciembre de 1945 en Vic (Barcelona, España). Su nombre verdadero es Josep Albanell. Cuando escribe libros para niños utiliza el seudónimo de Joles Sennell. Vivió su infancia y adolescencia en Seu d´Urgell (Lérida, España). Actualmente vive en Barcelona. Estudió Filosofía y Letras. Trabaja en un banco.
Fue un lector voraz de pequeño y no leía más porque no tenía más libros. Descubrió el “chollo” de la biblioteca pública de la Seu, y así pudo leer a Julio Verne y otros muchos más autores. Le gustaban las aventuras y sobre todo las de náufragos. También le gustaba Tarzán. Escribió su primera novela a los 12 años.
Ha recibido numeroso premios.
En las siguientes páginas se pueden ampliar algunos datos sobre Joles Sennell, además de consultar su biografía en Canal Lector.
Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una selección de libros del autor tomada de Canal Lector.
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