
La cosa se decidió el sábado por la noche. El señor y la señora Bledurt habían venido a casa a tomar café después de cenar. El señor Bledurt es nuestro vecino; es muy majo y le encanta chinchar a papá. La señora Bledurt es su mujer.
-¿Te das cuenta –le dijo el señor Bledurt a papá- de que estamos empezando a echar michelines?
-¿Nosotros? –gritó papá-. ¡Hablarás por ti, gordinflón!
-¿Qué es echar michelines? –pregunté yo.
-Eso, eso son michelines –dijo el señor Bledurt señalando la tripa de papá.
-Ya, y entonces eso serán ruedas de camión –dijo papá señalando la tripa del señor Bledurt.
-No, fuera de bromas –dijo el señor Bledurt-, con esta vida idiota que llevamos, nos ponemos gordos y flojos. Mi médico me ha dicho que, a partir de una cierta edad, no puede uno abandonarse.
-En eso el doctor tiene razón –dijo mamá.
-Muy cierto, amigo –dijo papá-. La verdad es que no te veo rejuvenecer.
-Mi médico también me ha dicho que debería hacer algo de deporte –explicó el señor Bledurt-. Levantarme temprano por las mañanas y salir a correr por los bosques y ese tipo de cosas. Y tú deberías venir conmigo.
-¿Pero tú estás bien de la cabeza? –le preguntó mi padre.
-No, si yo lo entiendo –dijo el señor Bledurt-. Ya sé que no todo el mundo está dotado para el deporte.
-¿Cómo? –gritó papá-. ¿Sabes tú cuál era mi marca en cien metros lisos?
-Así a ojo, unos diez minutos con viento a favor –contestó el señor Bledurt.
-¿Ah, sí? –dijo papá-. ¡Pues te lo voy a demostrar! Iré contigo, de acuerdo. ¡Ya veremos quién de los dos es el mejor deportista! Y ahora en serio, creo que tienes razón: nos estamos acartonando, nos estamos oxidando…
-Pues muy bien –dijo el señor Bledurt-. Mañana por la mañana, temprano y en ayunas, iremos al bosque a correr. Ya verás lo bien que nos va a sentar.
-¡Yo también voy a ir! –dije.
-No podrás seguirnos, querido –dijo el señor Bledurt-. Vamos a emplearnos a fondo; si no, no vale la pena. Además, no creo que tengas demasiada necesidad de hacer ejercicio los domingos. Por lo que me dicen, tengo la sensación de que en el colegio no estás precisamente muy quietecito durante la semana.
¡Quiero ir con vosotros para no tener michelines! –dije yo.
Y todo el mundo se echó a reír. Mamá dijo que se llevaran con ellos al pequeño, que al fin y al cabo no le sentaría mal tomar un poco el aire y que, de esta forma, no lo tendría ella encima toda la mañana, justo cuando quería hacer una limpieza de la casa a fondo, así que papá y el señor Bledurt dijeron que bueno, que de acuerdo, y que nunca era demasiado pronto para empezar una vida sana. Luego papá y el señor Bledurt encendieron unos grandes puros, mamá les sirvió unos licores y yo me fui a acostar porque ya era muy tarde.
Cuando me desperté por la mañana, no se oía ningún ruido en la casa y tuve miedo de que papá se hubiera marchado sin mí. Pero mamá entró en mi cuarto y me dijo que no hiciera ruido, que papá todavía estaba durmiendo y que se había acostado muy tarde por culpa de los Bledurt.
Yo estaba desayunando en la cocina cuando entró papá en pijama, todo despeinado y sin afeitar, y le pidió a mamá que por lo menos le pusiera un café con leche y algún cruasán.
-Y tú date prisa, Nicolás –me dijo papá-, ¡porque cuando esté listo no te esperaré!
Después de su segunda tostada con mantequilla y mermelada –se come dos tostadas todas las mañanas-, papá fue a arreglarse y se puso el jersey gordo y el pantalón gris que usa en casa.
El señor Bledurt estaba terminando el desayuno cuando llegamos a su casa. Estaba de lo más gracioso, con un gran traje de lana azul la mar de raro.
-Deberías comprarte un chándal tú también –le dijo el señor Bledurt a papá-. Las cosas hay que hacerlas como es debido.
-Bueno, Lazy, ¿vamos allá? –preguntó papá.
-De acuerdo –dijo el señor Bledurt-. ¿Vamos en mi coche?
Salimos de su casa y papá le ayudó a abrir la puerta del garaje.
-¿Sigues contento con él? –preguntó papá.
-Pues sí –contestó el señor Bledurt-. Aunque el otro día le costó arrancar. Y no es la batería, de eso estoy seguro.
-¿Has mirado la bomba de la gasolina? –preguntó papá.
-¿La bomba de la gasolina? No. ¿Por qué? –dijo el señor Bledurt.
-Yo he tenido el mismo problema –dijo papá- y era la bomba de la gasolina. Hay un chisme que se atasca. Ya verás. Abre el capó.
El señor Bledurt abrió el capó de su coche y él y papá se inclinaron sobre el motor. Llevaban un rato mirando cuando la señora Bledurt entró en el garaje.
-¿Pero cómo? –dijo-. ¿Estáis aquí todavía?
-Ya nos vamos –dijo el señor Bledurt-. ¡Y tampoco hay que exagerar, caramba, que no hay ninguna prisa! ¡Vamos a hacer deporte, no a batir récords!
Con que subimos al coche, papá y el señor Bledurt delante y yo detrás. El coche arrancó la mar de bien.
-¡Cierra esa ventanilla, Nicolás! –me dijo papá-. ¡Hace un frío polar!
-Una cosa muy buena que tiene este coche es la calefacción –dijo el señor Bledurt-. ¡Ya verás!
Y fuimos estupendamente hacia el bosque. En el coche se estaba de lo más cómodo, y papá dijo que había que reconocer lo bien que sentaba salir así, por la mañana, y respirar aire fresco en lugar de zanganear tontamente en la cama.
-¡Pues claro, hombre! –dijo el señor Bledurt.
En el bosque había bastantes coches, y el señor Bledurt dijo que íbamos a buscar un rincón tranquilo para aparcar y hacer deporte sin que nos molestara nadie.
-Podemos dejar el coche en cualquier sitio y adentrarnos en el bosque por los senderos –dijo papá.
El señor Bledurt dijo que era una buena idea y paró el coche justo detrás del carrito de un castañero.
-Os invito a castañas –dijo el señor Bledurt.
-¡Tú estás loco! –dijo papá-.¡El que invita aquí soy yo!
Y se pelearon en broma y luego entramos en el bosque, cada uno con su gran cucurucho de castañas calentitas. ¡No os podéis imaginar lo buenas que estaban! La verdad es que me encanta salir con papá porque me invita a cosas todo el tiempo.
Y andando, andando, llegamos a una especie de cabaña donde ponía BAR.
-¿Sabes que esas castañas me han dado sed? –dijo el señor Bledurt.
-Pues la ocasión la pintan calva –dijo papá-. ¡Es casi la hora del aperitivo!
Fue estupendo. Papá y el señor Bledurt tomaron sus vermús y a mí me dieron una granadina –me encanta la granadina porque es roja-, y el señor Bledurt me dio dinero para que me comprara cacahuetes en la máquina.
Como papá y el señor Bledurt estaban hablando de sus coches, yo salí a jugar un poco, y fue una pena no haberme acordado de traer mi balón de fútbol.
Cuando papá y el señor Bledurt salieron del bar, papá me llamó:
-¡Nicolás! ¡Es tarde! ¡Volvamos a casa!
-¡Vamos, Nicolás! ¡Una carrera hasta el coche! –gritó el señor Bledurt-. Preparados, ¿Listos? ¡Ya!
Y salí a todo correr. Correr se me da muy bien y en el recreo no me gana nadie, menos Majencio, claro, pero no vale porque tiene unas piernas muy largas. Me sentí la mar de orgulloso porque llegué al coche el primero de todos.
Como las puertas estaban cerradas con llave, no pude entrar, y ya iba a volver a por papá y el señor Bledurt cuando los vi venir, discutiendo sobre sus bombas de la gasolina.
-Vaya –dijo mamá cuando volvimos a casa-. Empezaba a estar preocupada. ¡Es tardísimo! Para ser la primera vez, a lo mejor os habéis pasado un poco…
-¿Sabes una cosa? –dijo papá-. Bledurt tiene razón. Si quieres luchar contra los michelines y el apoltronamiento, no debes abandonarte. Te cansas un poco, es cierto, pero el beneficio que te produce es enorme. Vamos a intentar animarnos a repetir todos los domingos.
Y tuvimos una comida de lo más genial, con pollo y montones de patatas. Luego, papá subió a dormir la siesta hasta la hora de la merienda.
René Goscinny-Sempé ¡Ojo! con el pequeño Nicolás. Ed. Alfaguara
Propuestas para mediadoras y para mediadores.
RECURSOS
La obra
Los michelines, el título del texto que leemos hoy, nos sitúa en la vida absolutamente prototípica de una familia francesa. Un día cualquiera. Son vecinos que charlan, tomando un café después de cenar.
Nicolás, un niño de siete años, es un actor más en las escenas que se plantean en los libros de Goscinny. Suele ser él quien dice esas verdades que caracterizan a los niños y que, en muchas ocasiones, «sacan de quicio» a los mayores, por eso: porque son las verdades que nadie se atreve a decir de forma clara.
Todas las contradicciones, ocultaciones, realidades, verdades, etc., se enuncian desde esa perspectiva sincera de un niño de siete años, que cuenta lo que ve. Así es Nicolás. Un retrato de una realidad que se analiza con su óptica de siete años, pero con la inteligencia de quien la interpreta.
De vez en cando, faltaría más, aparece esa expresión, ese comentario, esa circunstancia, esa palabra (nuestra Palabra mágica de hoy) que sitúa a los mayores en su lugar. En este caso, como en muchas ocasiones, de boca de alguien externo a la familia de Nicolás. Hoy es el señor Bledurt (curiosamente, en una traducción macarrónica: trigo duro), dado que, aunque vecinos, existen las lógicas rivalidades.
-Yo también voy a ir –dije
-No podrás seguirnos, querido –dijo el señor Bledurt-.
(…) Por lo que me dicen, tengo la sensación de que en el colegio no estás precisamente muy quietecito durante la semana.
-¡Quiero ir con vosotros para no tener michelines! –dije yo

La palabra mágica hoy es: Quietecito.
Podemos comentar el valor de los diminutivos, en nuestra lengua y cómo se forman.
La palabra quietecito no indica, como sucede con muchos diminutivos, tamaño menor. Sabemos del valor afectivo. Cierto que estamos hablando de una traducción del francés, pero perfectamente trasladable al español.
Por otra parte, el diminutivo es una buena ocasión para el comentario léxico, el vocabulario, al fin y al cabo:
¿Cuándo se utilizan o los utilizamos? ¿Recordamos algo de cuando éramos más pequeños? ¿Cómo llamamos hoy a determinadas cosas? ¿Con quién los empleamos? En el lugar donde vivimos, ¿quién los usa? ¿Cuándo se usan determinados diminutivos?

Hemos hablado de los diminutivos. Es buena ocasión también para contar experiencias familiares con la gente que nos rodea. Hablar de los vecinos, cómo es nuestro barrio, cómo nos relacionamos, lo mejor y lo peor. Qué problemas tenemos, ¿cómo está dividido el barrio, según las diferentes condiciones de la gente que en él está? ¿Qué personas tienen una gran importancia en la vida de todos los que allí están? Las mujeres, los extranjeros, los grupos sociales con problemas, la sanidad, la escuela, el parque, la diversión, la naturaleza.

René Goscinny
Nació y murió en París (1926-1977). Era hijo de Stanisław Gościnny, un ingeniero químico de Varsovia, y de Anna Bereśniak-Gościnna, nacida en Khodorkow, una aldea de Ucrania. Sus padres se conocieron en París y se casaron en 1919. Cuando René tenía dos años, su padre consiguió trabajo como ingeniero químico en Buenos Aires (Argentina), y la familia se traslado allí. Esta mudanza los salvaría de correr la misma suerte que sus familiares que permanecieron en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Su infancia fue tranquila. Estudió en el Liceo Francés de la ciudad bonaerense, pasando cortas temporadas en Uruguay, Venezuela y Brasil, y las vacaciones de verano en Francia. Era un chico alegre al que le gustaban mucho los cómics.
Trabajo en varias cosas antes de dedicarse por completo a escribir. Fue un escritor incansable. En toda su obra hay una constante, que marca cualquier texto que seleccionemos: el humor. Ya pueden ser los propios nombres o las situaciones más hilarantes, disparatadas, nunca en el humor negro, pero sí en esa acidez contenida, que hace que pervivan y sean vigentes en la actualidad, por la que no pasa el tiempo.
La trayectoria de Gosciny está indisolublemente unida a la de excelentes ilustradores: Uderzo, en Asterix y Sempé, en El pequeño Nicolás. Si Asterix es un repaso por la Historia de galos y romanos, Nicolás es un paseo por la vida, la de un pequeño sagaz, imaginativo, preguntón y travieso.
Muchos de sus trabajos fueron llevados al cine.
Desde 1986, Francia otorga anualmente el Premio René Goscinny al guionista de historietas más destacado del año.

Libros de humor, con diferentes temáticas son siempre recomendables para los lectores de estas edades. En Canal Lector encontramos varios.
Y si nos interesan los libros de travesuras, aquí podemos ver unas cuantas direcciones.
En las siguiente páginas se puede ampliar datos sobre René Goscinny. La primera es una web sobre el autor, la segunda se trata de Wikipedia y la tercera es un especial sobre el cómic en El Mundo.
Bibliografía
Ofrecemos, a continuación, una selección de libros de René Goscinny, tomada de Canal Lector.
Etiquetas: Deporte, Diminutivos, Michelines, Nicolás, Quitecito
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